La conciencia de sí mismo
avatar1523Informe10 de Julio de 2015
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Paul Ricoeur afirma que “el ‘yo’ se pone, o es despuesto”… Está clarísimo en Luhmann, Habermas y en Odo Marquard, que no puedo desconocer las instituciones, los derechos y los principios de la modernidad. Mi conciencia está obligada a conocer y a pensar para decidir y actuar.
La realidad de cada sujeto está dada por el “yo”, que es la evidencia de que existo. Por la “conciencia”, que es la certeza sensible de mí mismo y de mis actos. Y por el “entorno”, el mundo que me rodea y en el cual vivo.
Pensar en quién soy, darme cuenta de todo lo que me concierne, y sentir y reconocer que sobre mi persona inciden otros individuos, la sociedad, el tiempo, el espacio y la historia, son los problemas con los que me enfrento. Problemas que no puedo evitar, a menos que sea un ignorante o un perfecto cínico.
La ignorancia sufre, pero no puede explicarse el origen de su desdicha. No elige ni decide con conocimiento. El cinismo proviene de la duplicidad del carácter, de la hipocresía en su ubicuo accionar. La moralidad del ignorante está en su inocencia. La inmoralidad y amoralidad del cínico obedecen a su egoísmo, desmedida ambición y desvergonzada falsedad.
La conciencia es la bisagra del “yo”. El entorno, el imaginario colectivo que lo califica o lo hunde en la ciénaga del desprecio.
La conciencia de sí mismo
El ser humano es pura conciencia de sí mismo. Nuestra existencia es un espejo de cuanto hacemos y pensamos. Nosotros somos un artefacto que tiene en su propio proceso mental la medida y la noción de sus actos. No tenemos naturaleza, en el sentido de una entidad autorreferencial por el simple hecho de vivir, sino conciencia. Una percepción y una capacidad de pensar sobre el mundo, incluyendo nuestra experiencia, que nos distingue, nos hace Ser.
Lo más cercano a la realidad es la conciencia de nosotros mismos. Es nuestra mismidad en relación al entorno, humano y material, sistema y estructura. Al abrir los ojos y proyectar nuestra mirada, en el sujeto actuante y que medita está nuestro propio yo, el estado de ánimo, el sentimiento, la esperanza. Luego aparecen los otros, las cosas y los acontecimientos.
Pero esta conciencia de sí mismo es, sin embargo, la extensión juiciosa de lo que somos. La forma en que vivimos, los conceptos que elaboramos sobre la existencia y los problemas, son las ideas y las nociones que van configurando, en el proceso de la vida cotidiana, nuestra conciencia. Ésta es una relación entre mi subjetividad y el mundo, operacionalizada por el cerebro. John Searle, el filósofo norteamericano, sostiene que nuestra inteligencia procede de esa unión entre nuestra mente y el mundo físico. Unión enriquecida por la acción, la reflexión y la experiencia directa (incluyendo la producida por la emoción y la sensibilidad), que van jalonando los contenidos de nuestra conciencia.
Dice John Searle: “La conciencia es el hecho central de la existencia específicamente humana, puesto que sin ella todos los demás aspectos específicamente humanos de nuestra existencia—lenguaje, amor, humor y así sucesivamente—serían imposibles”. Y ella, la conciencia, y los fenómenos mentales, ya sean conscientes o inconscientes, están causados efectivamente por procesos que acaecen en el cerebro. En el “alma”, decían Platón y Aristóteles, y en el “espíritu”, Kant y Hegel.
Posibilidad de ser más
Como fuere, nuestro propósito es plantearnos el problema de la conciencia sobre nosotros mismos. Sobre lo que hacemos y somos. Si bien nuestros actos y nuestra existencia están condicionados por el medio social en el que vivimos—el Estado, el país, la cultura—, nuestro saber y nuestra capacidad dependen de la formación con la que estructuramos nuestra personalidad. Formación jamás
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