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Las Dos Elenas


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2013  •  1.291 Palabras (6 Páginas)  •  2.006 Visitas

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La primera Elena es sensacional y vivaz, muy in, totalmente “en onda”: lápiz de labios pálido, ojos a lo Cleopatra, usa medias rojas art déco (aunque algunos las llamen “de payaso”) y atuendos estilo Rudi Gernreich, salidos del Vogue. Miles Davies le alborota el hormonamen, decora su casa con antigüedades que rescata del olvido – o será, como dice su marido, una manera inconsciente que tienen ambos de defenderse de la futura vejez-, es inquieta (y para muchos, inquietante) y se embelesa por tópicos como la lucha de la integración racial; va a todas las fiestas y está encantada con las morales reveladas por Truffaut y Buñuel en Jules et Jim y El Ángel Exterminador; es en palabras de su creador, intensa, hermosa, vital.

La otra Elena es mujer madura en varios aspectos: retiene la belleza de su juventud y posee la serenidad y elegancia congénitas sólo en cierta clase de mujeres; perlas al cuello, aroma a Madame Rochas, colores discretos. Ama de casa virtuosa, cual geisha anticipa deseos, usos y costumbres de su esposo y transforma para él una casona al borde de la barranca que “como una herida” atraviesa las Lomas de Chapultepec, en santuario, aún si sueña con el trópico de su niñez en las noches de lluvia. Mira a su hija hacer performance a la hora de la cena los domingos, no sin un íntimo terror; es en palabras de su creador, regia, repleta de secretos.

Ambas mujeres son confecciones magistrales de Carlos Fuentes en su época como golden boy de las letras mexicanas y las reflexiones de la segunda sobre la primera, conforman el pasaje que abre Cantar de ciegos, su segunda colección de relatos – publicada una década después de Los días enmascarados, que fue su debut y siguiendo de cerca el fenómeno narrativo de La muerte de Artemio Cruz - y uno de los libros más significativos de su carrera: el párrafo inicial del primer cuento, precisamente Las dos Elenas, es acaso la alegoría de cómo se volvió la mirada estupefacta de las (por decirles de alguna manera) buenas conciencias de posguerra y posrevolución hacia el insólito advenimiento de los 60: imaginen a México encarnado en una señora muy propia, repentinamente confrontada con una chica á go-gó y entonces la metáfora se vuelve clara.

En cada engranaje del libro, Fuentes funge como un Virgilio del lenguaje y lleva a quien lee en un viaje por terrenos inexplorados – al menos entonces,- en la narrativa mexicana; ésta quizás aún atada por los convencionalismos habituales de la época. El relato hace una imitación de esto mismo en sus primeras líneas, que dichas por Elena, la madre, la muestran escandalizada – al menos superficialmente- por la conducta de su retoño, con quien al principio sólo parece tener en común el nombre.

Es de hecho Elena, la hija, quien cautiva al lector con su presencia que todo avasalla. Lo mismo ocurre en la adaptación cinematográfica del autor para ser dirigida por José Luis Ibáñez – que ya tenía prestigio en los escenarios, por montar teatro isabelino y obras contemporáneas- en el cortometraje producido por Manuel Barbachano; quizás por ser el primer guión de Fuentes, su cuento se transpone al celuloide casi verbatim: lo primero que vemos es a la hermosa Elena número uno, personificada en Julissa, entonces bienamada superstar juvenil, radiante de carisma y ansiosa de romper con los moldes impuestos a su generación por filmes doctrinadores de “buenas costumbres”.

Así revela la inquietud que yace detrás de la imagen de teen-queen creada por los medios: al principio, en un montaje de tomas amorosamente captadas por la lente de Gabriel Figueroa, la vemos maquillarse al tiempo que dice: “Moral es todo lo que da vida e inmoral lo que quita vida…”, surge viva y respirando de la página escrita; así va a fiestas, baila el Madison, acude al -- hoy extinto- Cine Club de la UNAM y se convierte en agent provocateur

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