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Los Griegos En La Antiguedad


Enviado por   •  11 de Noviembre de 2013  •  22.618 Palabras (91 Páginas)  •  510 Visitas

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LOS GRIEGOS DE LA ANTIGÜEDAD

M. I. FINLEY (selección de capítulos)

1. ¿Quiénes eran los griegos?

El pueblo de habla griega, emigrando hacia el sur, allá por los albores del segundo milenio antes de Cristo, casi seguramente con anterioridad al año 1900 , entró en la península que andando el tiempo habría de llamarse Grecia. Fuese cual fuere el nivel de su cultura cuando sus gentes realizaron esta entrada, lo cierto es que, a partir de entonces, contribuyeron a configurar la técnica¬mente avanzada civilización del período de la Edad del Bronce que se suele denominar Micénico (1400-1200) y que tuvo sus centros principales en el Peloponeso —la parte sur de la Grecia continen¬tal— en sitios como Micenas, Argos y Pilos. El reciente descifra¬miento de su escritura silábica —conocida por el nombre de «Li¬neal B» (fig. 1)— ha puesto en claro que, al menos en los palacios, su lengua era una forma arcaica del griego. Ha sido éste un des¬cubrimiento asombroso; pero sus implicaciones pueden fácilmen¬te exagerarse.

La zona sur de los Balcanes había pasado por una larga Edad de Piedra y una también larga Edad del Bronce para cuando los griegos aparecieron en escena. Lo que a su llegada sucediese nos es desconocido; sólo quedan escasos vestigios materiales, y éstos no permiten atribuir a aquellos emigrantes ningún repentino des¬tello innovador. Al contrario, habían de transcurrir largos siglos antes de que tuviese lugar el brillante período micénico, y es im¬posible discernir cuál fue la aportación de los «griegos» a aquel esplendor y cuál la de los «pregriegos», así como es inútil tratar de clasificar los elementos genéticos en aquella mezcolanza bio¬lógica que componía su población. Entonces, más que en ningún otro tiempo o lugar históricos, eran complicadísimos los nexos entre raza, lengua y cultura.

Alrededor del 1.200 la civilización micénica tuvo un final muy brusco, atribuido por la mayoría de los historiadores a una nueva inmigración griega: la de los dorios. Los cuatrocientos años si¬guientes fueron una Edad Oscura... para nosotros, por lo poco que sabemos (y podemos saber) de ella. Es tentador también imaginársela «oscura» a la manera en que el Medioevo suele ser conocido como Edad Tenebrosa; durante ella desapareció el arte de la escritura, sucumbieron los centros del poder, menudearon las guerras; tribus y otros grupos menores emigraron al interior de Grecia y hacia el Este, atravesando el mar Egeo en dirección al Asia Menor; y todas las cosas, tanto en el nivel de lo material como en el de lo cultural, eran muy pobres si se las compara con las de la civilización micénica. Sin embargo, a pesar de todo esto, no se dio precisamente una decadencia, un declinar, pues fue du¬rante aquella Edad Oscura, por un proceso que sólo vagamente podemos vislumbrar en los hallazgos arqueológicos y en los mitos que referían los griegos posteriores, cuando ocurrió una importan¬te revolución técnica —el uso del hierro— y nació la sociedad griega. El viejo mundo micénico, por más que en sus palacios se hablase griego, tenía estrechos vínculos de parentesco con los Estados fuertemente centralizados y burocráticos que ocupaban entonces las regiones algo más hacia el Este, el norte de Siria y la Mesopotamia. El nuevo mundo en formación, el mundo griego común, pero éstos no pasaron de rasgos esporádicos dentro de de la historia, era (y siguió siendo) completamente distinto en los aspectos económicos, políticos y culturales. No dejó de mostrar, por supuesto, ciertas continuidades con respecto a su fondo étnico, pero éstas no pasaron de rasgos esporádicos dentro de un con¬texto nuevo e irreconocible. Se conservó lo fundamental de las habilidades técnicas y de los conocimientos anteriores en agri¬cultura, cerámica y metalurgia, y la lengua griega sobrevivió a la transformación social, lo mismo que ha ido sobreviviendo a todos los cambios siguientes hasta el día de hoy.

Los griegos nunca se llamaron a sí mismos, en su propio idio¬ma, «griegos»; esta denominación proviene del término con que los romanos les designaron: graeci. En la época micénica (a juzgar por los monumentos hititas contemporáneos) parece que eran conocidos por el nombre de aqueos, uno de los varios nombres que se les da aún en los poemas homéricos, la más antigua literatura griega que se ha conservado.

Durante el transcurso de la Edad Oscura, o quizás al acabar ya, el término «helenos» reemplazó constantemente a todos los demás, y «Hélade» pasó a ser el nombre colectivo que se aplicaba al conjunto de los griegos. Hoy día Hélade es el nombre de un país, como Francia o Italia. En cambio, en la antigüedad, no había nada parecido a esto, nada a lo cual los helenos pudiesen referirse como a «nuestro país». Para ellos la Hélade era esencialmente una abstracción, igual que en la Edad Media la cristiandad, o «el mundo árabe» en nuestros tiempos, pues los griegos antiguos nunca estuvieron todos unidos política y territorialmente.

1. Reproducción de una tablilla de Cnossos con los signos de es¬critura conocidos con el nombre de «Lineal B»

La Hélade se extendió por un área enorme, que abarcaba, hacia el este, el litoral del mar Negro, las zonas costeras del Asia Menor y las islas del mar Egeo, la Grecia continental en el centro, y, hacia el oeste, la Italia del Sur y la mayor parte de Sicilia, continuándose luego por las dos riberas del Mediterráneo hasta Cirene, en Libia, y hasta Marsella y algunas localidades costeras de España. A grandes líneas esta área venía a formar como una gran elipse cuyo eje mayor era la longitud del Mediterráneo, con el mar Negro como prolongación; una elipse muy aplastada, puesto que la civilización griega se desarrolló y floreció al borde del mar y no tierra adentro. Ninguna de sus ciudades principales ejerció un influjo de más de veinte o veinticinco millas de alcance hacia el interior de los países en que se hallaban enclavadas. Más allá de este delgado cinturón, todo se consideraba periférico: terre¬nos de los que sacar alimentos, metales y esclavos, regiones por recorrer en busca de botín, o aptas para colocar las manufacturas griegas, pero no para ser habitadas por griegos, si esto podía evitarse.

Todos aquellos griegos tan diseminados por lejanos confines tenían conciencia de pertenecer a una cultura común: «siendo nosotros de la misma raza y de igual idioma, comunes los altares y los ritos de nuestros dioses, semejantes nuestras costumbres», decía Herodoto (VIII, 144). En la península que constituye la Gre¬cia continental y en las islas del Egeo, el mundo por ellos habitado se había hecho en realidad enteramente

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