Los modelos de pensamiento en las filosofías
carlos2119883 de Noviembre de 2013
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El objetivo de esta obra es acceder a los modelos de pensamiento en las filosofías, las ciencias, las artes y las técnicas, que puedan ser útiles o interesantes para aquellas personas que están vinculadas y comprometidas en las "cuestiones sociales", acompañando el trabajo, el conocimiento y el dolor cotidianos de los múltiples actores sociales que actualmente luchan por dignificar su existencia y contra las formas de dominación e injusticia. Los que se han preocupado y ocupado de las "cuestiones sociales" alguna vez, saben que éstas son realidades complejas y la historia enseña que la filosofía es una actividad ligada a lo complejo, que requiere del deseo, de la amistad, del compañerismo, de la pasión y, de aquello que se podría llamar, el "gusto por lo complejo". Puede parecer extraño que se hable de gustos en el ámbito del saber, ya que se suele suponer que los gustos, los deseos o las pasiones, pertenecen a la esfera de la sensibilidad mientras que el saber sería propio del ámbito de la razón. Sin embargo, el significado del término saber está emparentado etimológicamente con el de sabor. Por ejemplo: que "la comida sabe bien" quiere decir que tiene buen sabor, que es agradable al gusto. De alguna manera la filosofía está vinculada con el gusto y la sensibilidad porque supone cierto amor y amistad (filo).
De lo anterior se sigue que no se trata de una actividad neutra, "objetiva", desinteresada o descomprometida, sino todo lo contrario. La práctica de la filosofía requiere del compromiso y de la pasión. Sin embargo, no hay que suponer que aquellas pasiones (o, como lo llamaban los griegos: aquel pathos) requeridas como condición, se encuentren ya desarrolladas de manera "natural" en todos los lectores que se aventuran en esta empresa, aunque sí se supone en los lectores de este libro cierta curiosidad, cierta inquietud ante la realidad vivida, cierto descontento o insatisfacción con el saber anteriormente adquirido. Se supone también cierta confianza en que el diálogo con los grandes pensadores de la tradición filosófica vaya fortalecimiento los lazos de "amistad con la sabiduría" (dicho en griego: filosofía) buscados, tal vez oscuramente o tal vez infructuosamente, en los aprendizajes anteriores. Se supone finalmente cierto espíritu de aventura, cierta ansia de lucha y de polémica[1], cierta valentía para enfrentar los riesgos de la travesía, cierta soberbia para encarar a los campeones del pensamiento, cierta humildad acorde con nuestra ignorancia. Las fuerzas de las pasiones requeridas para la tarea que se emprende están presentes, al menos virtualmente, en cada uno de los lectores y podrán ser despertadas, inflamadas y educadas cuando resulten necesarias. En todo caso, es menester estar atentos, "velar las armas", evaluar las fuerzas, cuidarlas.
El verbo "pensar" deriva de "pesar" y "sopesar", que significan "ponderar el peso de algo", "examinar algo". La etimología permite advertir que los pensamientos pesan, que ejercen una fuerza, que gravitan. Es como si con los pensamientos ocurriese lo mismo que con los cuerpos: varían sus masas y varían sus pesos, lo que determina que se requieran distintas fuerzas para poder ser levantados o sostenidos. Es prudente, en consecuencia, ponderar las propias fuerzas a la hora de enfrentar, sostener o levantar un pensamiento. No se trata, simplemente, de no poder entender un pensamiento o de no poder aprehenderlo completamente, porque hay pensamientos que pueden, literalmente, aplastarnos. Es menester, entonces, cuidar las propias fuerzas.
2. Elevación y conversión
El título de este capítulo puede llamar a engaño, puesto que se entiende por introducción la acción de entrar a un lugar o ámbito y, lógicamente, sólo podemos entrar si estamos afuera. Así, "introducción a la filosofía" significaría entrar, desde afuera, desde lo que no es filosofía, al ámbito interior de la filosofía. El engaño consiste en que esto no es posible: no se puede ingresar a la filosofía sino filosóficamente, haciendo filosofía, filosofando. Paradójicamente, se ingresa desde dentro. Pero si lo que se hace al ingresar es lo mismo que se hace una vez ingresados, no se trata de dos actividades diferentes y la distinción afuera/adentro no resulta ya adecuada. Martin Heidegger advierte que una "introducción a la filosofía" no es un tránsito de afuera hacia adentro porque la filosofía es una actividad que pertenece a la esencia del hombre y, en consecuencia, en tanto somos hombres, en tanto existimos, de alguna manera, filosofamos. Pero, aunque el filosofar es propio de la esencia humana, sin embargo no siempre está "activado", no siempre está "despierto" y, en tal caso, el objeto de una "introducción a la filosofía" no es transitar desde exterior hacia el interior sino poner en actividad la propia esencia, despertar al pensar[2].
Algunos autores prefieren hablar de iniciación en la filosofía, pero el término suscita los mismos equívocos y el engaño subsecuente. En consecuencia, esta introducción no será entendida como un tránsito de afuera hacia adentro, sino como una elevación desde lo más simple hacia lo más complejo. Si se trata de iniciarse en la filosofía hay que comenzar por lo más simple.
En cualquier caso, el movimiento de elevación de lo simple a lo complejo requerirá de un proceso paralelo de conversión. "Con-vertirse" significa "volcarse junto con...", "vertirse conjuntamente". Es menester transformarse a sí mismos para poder "volcarse junto con otros" en este proceso. Heráclito decía que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. Esto es así, no solamente porque el río en el que nos sumergimos y del que emergemos ya no es el mismo, sino también porque nosotros, al salir del río, ya no somos los mismos que cuando entramos. Pero el concepto de "conversión" no hace referencia a cualquier transformación individual o exterior, sino a un cambio radical en la forma de vida personal o comunitaria. Los filósofos y teólogos cristianos estudiaron las condiciones psicológicas, sociales, ontológicas y salvíficas de los procesos de conversión. La iniciación en la filosofía, si se trata verdaderamente de filosofía, conlleva necesariamente un proceso de conversión, de un cambio radical del modo de vivir.
3. Historicidad e incertidumbre ante la totalidad
Si bien iniciarse en la filosofía es un proceso de elevación de lo simple a lo complejo, este proceso no se inició con nuestra iniciación sino que hemos sido precedidos por una tradición de dos mil setecientos años. Nos iniciamos en algo que, en cierto sentido, ya está iniciado desde hace mucho tiempo y ha sido desarrollado en la tradición europea-occidental nacida con los antiguos griegos. Abordamos un navío que ya ha navegado por mares conocidos y desconocidos. Sin embargo, se advertirá enseguida que la filosofía es una actividad, una praxis que, como toda acción, existe mientras se la hace, mientras se actúa o actualiza. Se podría decir, en cierto sentido, que la filosofía necesita de nosotros, requiere de nuestra praxis para seguir existiendo. Pero, paradójicamente, no podemos actuar, actualizar o activar la filosofía sin tener en cuenta el proceso histórico en el que se inventó, se desarrolló y se recreó. Desde esta perspectiva, como ha mostrado Hegel, la filosofía se identifica con su historia. Ya sea que nos consideremos continuadores de esta historia, ya sea que la impugnemos en parte o globalmente (como Nietzsche o Heidegger), la actividad filosófica está inserta en la tradición o en las tradiciones, que nos remiten a su historia. Que la filosofía es histórica significa aquí que el pensamiento siempre está situado en una época singular, en un mundo concreto. No se trata entonces de una colección de dichos y sentencias de distintos filósofos a lo largo de la historia ni se trata de pensamientos que sean verdaderos independientemente del momento histórico en que se los enuncie o piense. No solamente hay que considerar las condiciones históricas de las filosofías sino que es necesario partir de cierta conciencia histórica de nuestra propia época y del mundo que nos ha tocado.
Los seres humanos vivimos hoy, a comienzos del siglo XXI, en un mundo estallado, roto, fragmentado, dislocado. Vivimos en un mundo que ya no puede constituirse como tal, en tanto el significado del concepto "mundo" implica una "totalización de sentido", una única realidad en la que las cosas, los hombres y Dios o los dioses se relacionan, vinculan y articulan entre sí formando las partes o los momentos de una totalidad que los engloba, los comprende, les confiere identidad y sentido. Vivimos en una época paradójica, ya que al mismo tiempo que se produce una tendencia a la "globalización", a la planetarización de un modo de vida propiciado por el mercado y por la ciencia y la técnica modernas, sentimos, percibimos y experimentamos (lo que podríamos llamar) una incertidumbre ante la totalidad. Los hombres de hoy sabemos que los saberes de las ciencias y los instrumentos de las técnicas han permitido a la civilización occidental desarrollar un poder incomparable con el de cualquier época anterior, que permite dominar, controlar y utilizar las energías naturales para que sirvan a los fines humanos. El vapor, el petróleo, la electricidad, la energía atómica se someten a las necesdades de los hombres y se doblegan a sus imposiciones.
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