Martin Lutero
fabioexpress13 de Agosto de 2012
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Hijo de Hans y Margarette Lutero, Martín nació el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben (Alemania) y fue bautizado el día que se celebraba la festividad de San Martín de Tours. En 1484 su familia se trasladó a Mansfeld, donde su padre dirigía varias minas de cobre. Habiéndose criado en un medio campesino, Hans Lutero ansiaba que su hijo llegara a ser funcionario civil para darle más honores a la familia. Con este fin, envió al joven Martín a varias escuelas en Mansfeld, Magdeburgo y Eisenach.
Lutero surgió del seno de la pobreza. Sus primeros años transcurrieron en el humilde hogar de un aldeano de Alemania, que con su oficio de minero ganara los medios necesarios para educar al niño. Quería que ese hijo fuese abogado. El padre de Lutero era hombre de robusta y activa inteligencia y de gran fuerza de carácter, honrado, resuelto y franco. Era fiel a las convicciones que le señalaban su deber, sin cuidarse de las consecuencias. Su propio sentido común le hacía mirar con desconfianza el sistema monástico. Le disgustó mucho ver que Lutero, sin su consentimiento, entrara en un monasterio, y pasaron dos años antes que el padre se reconciliara con el hijo, y aun así no cambió de opinión.
Los padres de Lutero velaban con gran esmero por la educación y el gobierno de sus hijos. Procuraban instruirlos en el conocimiento de Dios y en la práctica de las virtudes cristianas. Muchas veces oía el hijo las oraciones que su padre dirigía al Cielo para pedir que Martín tuviera siempre presente el nombre del Señor y contribuyese un día a propagar la verdad. Los padres no desperdiciaban los medios que su trabajo podía proporcionarles, para dedicarse a la cultura moral e intelectual. Hacían esfuerzos sinceros y perseverantes para preparar a sus hijos para una vida piadosa y útil. Siendo siempre firmes y fieles en sus propósitos y obrando a impulsos de su sólido carácter, eran a veces demasiado severos; pero el reformador mismo, si bien reconoció que se habían equivocado en algunos respectos, no dejó de encontrar en su disciplina más cosas dignas de aprobación que de censura.
En la escuela a la cual le enviaran en su tierna edad, Lutero fue tratado con aspereza y hasta con dureza. Tanta era la pobreza de sus padres que al salir de su casa para la escuela de un pueblo cercano, se vio obligado por algún tiempo a ganar su sustento cantando de puerta en puerta y padeciendo hambre con mucha frecuencia. Mas a pesar de tantos motivos de desaliento, Lutero siguió resueltamente adelante, puesta la vista en un dechado elevado de moral y de cultura intelectual que le cautivaba el alma. Tenía sed de saber, y el carácter serio y práctico de su genio le hacía desear lo sólido y provechoso más bien que lo vistoso y superficial.
En 1501, a los 18 años, Lutero ingresó en la Universidad de Erfurt, donde tocaba el laúd y recibió el apodo de El filósofo.
Cuando a la edad de dieciocho años ingresó en la universidad de Erfurt, su situación era más favorable y se le ofrecían perspectivas más brillantes que las que había tenido en años anteriores. Sus padres podían entonces mantenerle más desahogadamente merced a la pequeña hacienda que habían logrado con su laboriosidad y sus economías. Y la influencia de amigos juiciosos había borrado un tanto el sedimento de tristeza que dejara en su carácter su primera educación. Se dedicó a estudiar los mejores autores, atesorando con diligencia sus maduras reflexiones y haciendo suyo el tesoro de conocimientos de los sabios. Aun bajo la dura disciplina de sus primeros maestros, dio señales de distinción; y ahora, rodeado de influencias más favorables, vio desarrollarse rápidamente su talento. Por su buena memoria, su activa imaginación, sus sólidas facultades de raciocinio y su incansable consagración al estudio vino a quedar pronto al frente de sus condiscípulos. La disciplina intelectual maduró su entendimiento
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