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Mexico Prehispanico


Enviado por   •  22 de Marzo de 2014  •  5.276 Palabras (22 Páginas)  •  146 Visitas

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Para entender el arte prehispánico de nuestro país, se debe tener en cuenta la abundancia de manifestaciones y estilos, fruto natural de diversos períodos, y culturas diferentes, que para su goce y estudio, requieren de un orden capaz de discernir etapas, interferencias y tangencias, progresiones y depresiones creadoras, dentro del gran conjunto estético. Grandes variantes del arte prehispánico, estructuras, colores y gracia expresiva, abundan en las manifestaciones estéticas precolombinas. Los aztecas, texcocanos, Cholutecas y los tlaxcaltecas de principios del siglo XVI, estaban vinculados con la lengua náhuatl, por cuanto eran participes y deudores de una misma cultura que creó Teotihuacán y Tula: la Tolteca.

Teotihuacán, Tula y Xochicalco son ejemplos de un desborda­miento impresionante artístico, toda el área maya, de Uaxactún a Copán, de Uxmal a Kabah y de Tulúm a Bonampak; Cacaxtla culmina con la excelencia. Es el esplendor barroco venciendo al horror vacui, llenando de dinamismo las superficies desnudas con vírgulas verbales e increíbles tocados de quetzal. Ahí, el movimiento es el gran personaje, y su pareja inseparable, el fastuoso color.

Más todo vuelve a la mesura cuando el invasor tolteca construye la sobria majestad de Chichén-Itzá.

Estas culturas florecieron en tiempo y espacio entrelazados, lo cual permitió intercambiar ideas, costumbres, ritos, indumentaria, avances artísticos y técnicos, plasmándose en recintos, palacios y templos, desarrollando una gran variedad de ideologías y técnicas. En la cultura y el arte de los grandes centros del renacimiento náhuatl, como lo fueron Texcoco y Tenochtitlán, abundan las manifestaciones arquitectónicas y artísticas, las cuales proporcionan sólo algunas secciones de su ideología y pensamiento. Los mismos conquistadores, rudos en su mayor parte, se quedaron asombrados, como lo relatan Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo, al contemplar la maravillosa arquitectura de la ciudad de Tenochtitlán, con su gran plaza y sus edificios de cantera; así como por la rígida organización militar, social y religiosa de los aztecas.

“Y después que entramos en aquella ciudad de estapalapa de la manera de los palacios donde nos aposentaron, de cuan grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios y cuartos, cosas muy de ver y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasearlo, que no me hartaba de mirar la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la sierra, y un estanque de agua dulce, y otra cosa de ver: que podían entrar en el vergel grandes canoas desde la laguna por una apertura que tenían hecha, sin saltar en tierra, y todo muy escalado y licito, de muchas maneras de piedras y pinturas en ellas que había aros que ponderar, y de las aves de muchas diversidades y raleas que entraban en el estanque.”[1]

Pero lo que escapó a sus miradas, fueron los aspectos menos exteriores de su cultura, que solo fueron descubiertos por los primeros frailes misioneros, principalmente: Olmos, Motolinía, Sahagún, Durán y Mendieta, quienes llegaron a descubrir la obra maestra del genio indígena: su cronología. Con ello descifraron sus mitos cosmológicos, base de su religiosidad y del pensamiento náhuatl y pusieron por escrito los discursos y arengas clásicas, los cantares de sus dioses, las antiguas sentencias, los dichos y refranes aprendidos en las escuelas de Calmécac[2] o en el Telpochcalli[3]. En estas escuelas se les enseñaba el auto-control del propio yo, como primer punto, a los estudiantes (momachtique).

Fray Bernardino de Sahagún, junto con los 12 primeros frailes, logró reunir centenares de folios, información abundante de labios de indígenas en lengua náhuatl, lo que sirvió para redactar su “Historia General de las cosas de la Nueva España” (Códice florentino[4]). El resultado de esto y muchos escritos más, conjuntamente con los descubrimientos arqueológicos, muestran la arquitectura, el arte, la pintura de códices[5], la ciencia expresada en sus 2 calendarios, el de 260 días (tonalpohualli) de consulta para los magos y los sacerdotes y el calendario anual (xiuhitl) de 365 días, donde se describían los ciclos temporales, se guiaba la actividad ritual para hacer frente a las fuerzas sobrenaturales, y se describía su compleja religión, el derecho justo y severo que se ejercía, el comercio organizado, la poderosa clase guerrera, el sistema educativo, el conocimiento de la botánica con fines curativos, y en resumen, su completa cultura.

Su literatura y su filosofía quedaron olvidadas por considerarse “salvaje” ante la nueva civilización conquistadora. Sin embargo, la existencia de genuinas obras literarias en lengua náhuatl es actualmente un hecho comprobado, sobre todo gracias a los estudios del Dr. Ángel Ma. Garibay K.[6], quien dio a conocer algunos de los mejores y más representativos ejemplos de esta literatura.

La educación consistía en la enseñanza de los cantares (cuícatl), y de los cantos divinos (teucuícatl), que según nota el Códice Florentino[7], estaban inscritos en los códices (amoxxotoca). Esto da a entender que los estudiantes se adentraban en las doctrinas mítico-religiosas, las cuales eran raíz y sustento de su cultura.

Su introspección se expresaba por el camino de la poesía: “flor y canto”, por ser la expresión oculta y velada, que con el símbolo y la metáfora lleva al hombre a sacar de sí mismo, lo que en forma misteriosa y súbita ha alcanzado a percibir. Si bien es cierto la abundancia y complejidad de la ideología mítico-religiosa, existe un aspecto que muestra dentro de esta esfera, que existió en los individuos precolombinos un pensamiento más complejo y abstracto de la realidad.

La pregunta concerniente fue: “¿Hubo un saber filosófico entre los náhuatl?, ¿Hubo una cosmovisión mítico-religiosa, del tipo de inquietud humana, fruto de la admiración y de la duda, que impulsa a preguntar e inquirir racionalmente sobre el origen, el ser y el destino del mundo y del hombre?”[8] Esto se lo preguntó Miguel León Portilla, en su libro “La Filosofía Náhuatl” (1983).

Las primeras dudas e inquietudes que agitaron el pensamiento náhuatl, se conservan bajo la forma de “pequeños poemas”, dentro de la rica Colección de Cantares Mexicanos, de la Biblioteca Nacional de México, donde aparecen preguntas de sentido filosófico; dichos textos pertenecen al periodo entre 1430 y 1519 d.C. y sostienen auténticos problemas descubiertos

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