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Nacimiento Primera Segunta Y Tercerainfancia


Enviado por   •  3 de Abril de 2014  •  4.260 Palabras (18 Páginas)  •  187 Visitas

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COGNICION Y DESARROLLO INFANTIL

Presentado por:

Kimberly Medina Peñuela

Id: 354874

Presentado a: Luis Alberto Zambrano

TEMA: NACIMIENTO-PRIMERA INFANCIA, SEGUNDA INFANCIA Y TERCERA INFANCIA

Corporación Universitaria Minuto De Dios – UNIMINUTO

Licenciatura En Pedagogía Infantil

Segundo Semestre

Neiva, Colombia

2014

NACIMIENTO-PRIMERA INFANCIA, SEGUNDA INFANCIA Y TERCERA INFANCIA

Introducción

Para poder educar a nuestros hijos resulta muy útil conocer, en líneas

Generales, cuáles son las etapas por las que pasan durante su desarrollo

hacia la edad adulta.

Cuando se habla de desarrollo psicológico se incluyen: el desarrollo

cognitivo, afectivo, sexual y social. Para focalizar los aspectos más propios

de una edad específica, hemos diferenciado las etapas de este desarrollo

por tramos de edad:

• 0-2 años, la primera infancia.

• 2-5 años, la segunda infancia.

• 5-11 años, la tercera infancia (o niñez).

• 11-16 años, la primera adolescencia.

Hay que tener en cuenta que éstas etapas son indicativas y que muchas

veces las características de una se solapan con las de otra.

En cada etapa veremos la importancia de la figura de los padres como

personas que pueden facilitar el crecimiento de sus hijos y ayudarles a

desarrollar su propio potencial.

0-2 años: "Yo y mis padres".

Durante sus primeros meses de vida, el bebé se abre a un mundo

totalmente nuevo y por conocer: no solamente las cosas y las personas que

le rodean son todo un descubrimiento, sino su propio cuerpo es una

herramienta que todavía no conoce ni sabe controlar bien. El niño puede,

por ejemplo, pegarse con la mano involuntariamente, a causa de la falta de

coordinación y control sobre sus propios movimientos, o puede asustarse de

su primer estornudo, ya que todavía está descubriendo los sonidos de su

cuerpo y de su propia voz.

Tabla 1.- Esquema del desarrollo motor durante el primer año.

En el primer año de vida la figura materna (que suele ser la madre, pero

que puede ser también la abuela, la niñera o quién pase la mayor parte del

tiempo con el niño) es la que tiene el papel fundamental en el desarrollo

armónico del niño. El recién nacido considera a la madre como una

prolongación de sí mismo, fuente de satisfacción de sus propios deseos y

necesidades. La madre le proporciona ante todo nutrición física: pecho o

biberón, lo importante es que lo coja en brazos con cariño mientras come,

de forma que el niño perciba el contacto físico con ella como gratificante. La

presencia constante de esta persona adulta, interviniendo positivamente

cada vez que el niño encuentra una dificultad (está con sueño o tiene

hambre o quiere que le cojan o que le cambien), ayudándole en la superación de sus miedos y en el logro de sus objetivos, favorece que el

niño desarrolle un sentimiento de seguridad. De esta forma, la madre

integra con sus actos (suaves, amorosos y pacientes) las capacidades

todavía muy limitadas de su hijo. La relación inicial que se crea entre madre

e hijo es muy importante para el bebé, ya que servirá de "modelo" para

otras relaciones futuras. A parte de la nutrición física, la figura materna

proporciona alimento cognitivo para las actividades motoras, sensoriales y

mentales del niño: cada vez que interacciona con él, cuando juega, lo coge

en brazos, le enseña cosas, le canta, le deja explorar la cara y su pelo, le

habla, le mueve los brazos o las manos, le proporciona objetos para jugar,

le ayuda a cambiar posición, etc. La madre, sin tener a veces conciencia de

ello, estimula y crea las condiciones favorables para la manipulación y la

exploración del ambiente. Un indicador importante para saber si un niño es

feliz, lo tenemos a partir de los dos o tres meses, cuando aparece la sonrisa

ya no solamente como respuesta a una necesidad satisfecha, sino de forma

relacional, como expresión de alegría en relación con un objeto externo, por

ejemplo un rostro conocido que esté enfrente de él, se mueva, sonría o le

hable.

Muchos padres desearían tener un "manual de instrucciones de uso" a la

salida del hospital y de camino hacia casa con un pasajero nuevo más en el

coche (por cierto, llevado en un cuco o silla homologada y no en brazos). La

observación, la curiosidad y la paciencia, junto con el amor e interés hacia

su hijo, nos indicarán muchas veces el camino a seguir.

El padre, físicamente presente desde el principio en la educación de su hijo,

entra en el espacio psicológico del bebé de forma más lenta y progresiva.

Esto quiere decir que su importancia aumentará en la medida en que él

comparta las actividades ya descritas: satisfacer necesidades (también un

hombre puede dar el biberón o cambiar y vestir al niño) y facilitar el

desarrollo de su inteligencia sensitivo-motora, interactuando con él y

favoreciendo la exploración del entorno. Durante los primeros meses, la

boca es el órgano de satisfacción y de exploración más importante: debido

al placer que le proporciona la comida y en general la succión, así como el

gusto que siente al explorar todo lo que es nuevo llevándoselo a la boca, la

parte que es más sensible al placer es la zona oral. En este período la forma

de comunicación más importante es la no-verbal, que se realiza a través del

tacto y del contacto visual.

Poco a poco, el niño adquiere conciencia de que sus padres son algo distinto

de él. Además empieza a ser capaz de pensar en las cosas y en las

personas que conoce sin estar ellas presentes (10-12 meses). Tal capacidad

de "recordar" algo o alguien no físicamente presente, le permite empezar a

asociar, de forma rudimentaria, los objetos con un nombre o sonido que les

identifique: estamos a la puerta del lenguaje verbal y por lo tanto de otra

forma de relacionarse con los otros y el mundo.

Tabla 2.- Desarrollo del lenguaje.

2-5 años: “Yo y los otros niños”.

El mundo se amplía y empieza a crecer cada vez más alrededor del niño. Su

progresiva libertad de movimiento le permite explorar todo lo que le rodea

de forma relativamente autónoma, ya que ahora puede andar, subirse a

una silla, bajar escaleras, correr, dibujar, saltar.

El niño domina muchas palabras y manifiesta su constante curiosidad por

conocer los nombres de los objetos, su funcionamiento, preguntando sin

parar el "¿Por qué?" de las cosas. Es la edad de las preguntas: "¿Por qué el

cielo es azul?", "¿Por qué el agua moja?", "¿Por qué sale el sol?"... Muchas

veces los adultos se sienten agotados frente a estos "asaltos de curiosidad".

Otras veces, simplemente no saben contestar o están cansados de justificar

todo lo que dicen o piden al niño que haga. Entonces a veces utilizan su

autoridad sin más: "¿Por qué tengo que comer?", "Porque lo digo yo",

"Porque sí". Lo ideal sería argumentar nuestras respuestas de forma sencilla

y comprensible pero también lógica, para que el niño se sienta satisfecho de

la respuesta y sobre todo aprenda a dialogar.

Uno de los nuevos intereses que los niños manifiestan es relativo a las

diferencias sexuales anatómicas. Niños y niñas descubren, por ejemplo

veraneando en la playa, haciendo pis o jugando a médicos y enfermeras,

que tienen órganos genitales diferentes. Este interés está motivado

exclusivamente por curiosidad y no hay que temer que la exploración,

propia o del otro sexo, tenga repercusiones en el desarrollo normal del niño.

Desde un punto de vista educativo es importante saber que, una vez

satisfecha esta curiosidad, los niños no suelen prestar mayor interés en el

tema. Es durante este período cuando suele llegar la pregunta tan difícil

para los padres: "¿Cómo nacen los niños?"

Afectivamente el niño empieza a relacionarse de forma significativa también

con los hermanos y otras personas de la familia, ampliando su círculo

afectivo primario. Cuando sus hermanos son de edades cercanas, entonces

pueden ser buenos compañeros de juego. La creatividad se dispara, ya que

todo puede "ser como" otra cosa: la silla puede ser un caballo, una niña con

un pañuelo en la cabeza puede ser la abuela, un niño con un bastón se

transforma en un domador de leones. La actividad fantástica, que el niño

realiza a través de la fabulación o escuchando la lectura de un cuento antes

de dormirse, contribuye al desarrollo de su pensamiento. Hay que tener en

cuenta que a veces, la tendencia de los niños a "contar historias" está muy

relacionada con este placer de inventar un cuento, y no tiene la intención de

engañar o mentir a los padres. A veces simplemente confunden la "realidad"

con la "fantasía". El niño es aún muy egocéntrico, es decir, se cree el

centro del mundo: de esta forma, la realidad es como él la percibe o como,

a veces, se la inventa. Por ejemplo, si alguien adulto usa gafas porque no

ve bien, el niño se las quita y dice, "¡Claro que ves bien!" porque no

diferencia entre la visión del "otro" y la suya. Si él ve, el otro tiene también

que ver. El niño percibe el mundo a través de sus propios ojos. Todavía no

es capaz de ponerse desde el punto de vista de los demás. Esta perspectiva

se adquiere progresivamente durante el proceso de maduración cognitiva.

La guardería es un ambiente que suele facilitar la socialización con otros

niños de la misma edad. Nuevas figuras de adultos significativos coordinan

la convivencia de todos los niños según reglas comunes, y éstos aprenden

las primeras normas sociales, como la de ponerse en la fila para subir al

tobogán.

Un importante avance en la autonomía del niño se verifica cuando aprende

a controlar sus necesidades fisiológicas de ir al baño. Este verdadero

logro para el niño, debería de ser reforzado positivamente por los padres

cuando se consigue. Sin embargo, no hay que regañarlo si el control de orina

se retrasa hasta los 6 años. Tampoco hay que regañar cuando hay

"accidentes", por ejemplo cuando el niño está demasiado ocupado en jugar

y "se le olvida", porque lo único que se consigue es un sentimiento de

frustración y vergüenza por su incapacidad de controlarse; además le

creamos inseguridad en relación con el ambiente. Simplemente hay que

"recordarles" periódicamente si tienen necesidad de orinar, hasta que ellos

sean capaces de darse cuenta y controlarse solos.

Durante estos años, empiezan los primeros celos en la familia, sobre todo

si nace un hermanito pequeño, ya que el tiempo y las atenciones de los

padres no son dedicadas exclusivamente hacia él como antes. La progresiva

asunción de este cambio familiar contribuirá en forma positiva a la salida de

su egocentrismo, en la medida en que perciba que sus padres siguen

queriéndole y el hermano no le ha "sustituido" frente a ellos.

Algunos celos pueden manifestarse también hacia el progenitor de su

mismo sexo, ya que a veces el niño puede percibirle como un "rival" en el

amor del otro miembro de la pareja. La superación de este problema

afectivo, llamado complejo de Edipo, se resuelve a través de una progresiva

identificación de la niña con la madre (para que el padre la quiera) y del

niño con el padre (para que la madre le quiera). Cada uno asume e

interioriza un determinado rol sexual y social de niño o niña.

Ahora no solamente considera a los demás como "otros", sino que toma

conciencia de su propia individualidad y de su diferencia con respecto a los

demás: el "quiero" y sobre todo el "No quiero" son las palabras que más

resuenan en la casa. Estas frases no tienen el sentido de provocar, ni

tampoco de llevar siempre la contraria. Los niños necesitan decir "no" para

ver que "pueden decir no", que pueden tener una voluntad independiente.

La necesidad de definir el poder del "yo" hace que, además de expresar sus

deseos, el niño marque lo que es su propiedad con el adjetivo posesivo

"mío", aún cuando esto no corresponde a la realidad y quizás ese objeto del

que quiere apoderarse sea de su hermano. No es egoísmo ni mal genio: su

hijo está entrenando sus fuerzas para ver la capacidad que tiene de

modificar el entorno según sus gustos, y también está buscando los límites

a su voluntad, si es que existen. Aquí el papel de los padres es muy

importante, dado que son ellos los que marcan esos límites, por lo menos

hasta que no lo hagan el entorno físico y sobre todo el entorno social en el

futuro. Los niños necesitan saber que su voluntad tiene unos límites. Por

esta razón, por ejemplo, cuando aparecen las rabietas es importante que

el adulto tenga clara la respuesta que quiere dar a su hijo. Firmeza no

quiere decir autoritarismo. Los padres pueden decir que no, con tono seguro

y tranquilo, aún cuando el niño se eche al suelo llorando como un

desesperado (normalmente en un lugar público, como en el supermercado o

en la calle, y también en casa cuando hay invitados), intentando por todos

los medios que los padres cedan a su voluntad y le den lo que quiere. En

estos casos, si queremos que esta conducta desaparezca del repertorio de

sus comportamientos, lo mejor es ignorarle completamente. Entonces el

niño entenderá que "no es ésta la forma" de pedir algo. Por lo contrario,

si nos sentimos condicionados por la presencia de otras personas, por lo que

pensarán o dirán de nosotros, y damos al niño lo que pide a gritos para que

se calle, estamos reforzando su conducta: es una forma de confirmarle que

con este modo de actuar, al final obtiene el resultado buscado. Es

importante que los padres tengan claros estos límites - y que no sea el niño

el que los regule - ya que son necesarios para su buen y normal desarrollo.

El intentar "desafiar" les confiere un sentido de iniciativa personal.

5-11 años: "Voy a la escuela: maestros y compañeros".

La entrada en la escuela marca un hito importante en la evolución del niño:

que empiece a “sentirse grande”. Toda su curiosidad y energías se centran

en el aprendizaje, gracias a las habilidades de leer y escribir que adquiere.

La vida es ahora como una aventura: su pensamiento se hace cada vez

más flexible, capaz de poner en relación ideas y conceptos nuevos. El niño

descubre el sentido del tiempo y la historia, la grandeza del espacio físico y

la geografía; los números superan de mucho los dedos de las dos manos y

las operaciones matemáticas le llevan progresivamente a la abstracción

mental; su cuerpo responde como nunca, coordinando los movimientos

necesarios en las varias actividades físicas que realiza; las actividades

manuales se le dan de maravilla, ya que sus dedos tienen una precisión

hasta entonces desconocida, y sus dibujos parecen “casi” una obra de arte.

Son felices cuando los padres se asombran con él por sus descubrimientos o

cuando se alegran de los trabajos realizados, reconociendo su esfuerzo por

hacerlo bien.

El radio de acción del niño es cada vez más amplio: al ambiente familiar se

añaden la escuela y el barrio. En la escuela el niño se encuentra inmerso

en un contexto más estructurado con respecto a la guardería, con normas

sociales necesarias para el aprendizaje de todos. El maestro, nueva figura

de adulto significativo, es admirado por sus conocimientos, a veces temido

por su autoridad (aunque no debería serlo, si la autoridad está bien

entendida y utilizada) y otras muchas veces es imitado como modelo

positivo. El niño suele compartir con los padres los sucesos de su quehacer

diario, cuando éstos demuestran su interés en escucharles: “Papá, ¿sabías

que...?”. Es también la edad en que empiezan los acertijos: “Mamá,

adivina: ¿qué hacen...?”. Los padres a veces están ocupados, cansados por

el trabajo o pueden tener preocupaciones. No obstante, sería conveniente

que, aunque durante poco tiempo, les dedicaran atención exclusiva, para

que así los niños sigan percibiendo que son importantes y queridos por

ellos. Hay que tener en cuenta también que los niños tienen “antenas” y

perciben mucho más de lo que los adultos podemos imaginar. Esto significa

que en toda situación de dificultad, preocupación o conflicto se debería

siempre intentar tranquilizar al niño, asegurándole que el afecto de ambos

padres por él, sigue constante.

Conversar con ellos y escucharles significa ante todo dialogar y al mismo

tiempo darles la oportunidad de ejercitar su capacidad narrativa: mientras

los niños pequeños suelen contar un evento en forma de episodios

sucesivos “ ...y luego ocurrió esto,... y después esto otro, y luego... etc...”,

ahora se nota una labor de construcción lingüística mucho más

estructurada, con frases complejas, palabras nuevas, entonación específica

y una gran riqueza en los detalles descriptivos.

Aparte de la escuela, los niños necesitan poder seguir jugando. Es

importante que los padres sigan dejando a sus hijos del verdadero "tiempo

libre", para que puedan jugar con sus amigos o correr al aire libre, cuando

esto sea posible. No toda actividad tiene que ser estructurada, ya que se

puede sobrecargar al niño con exigencias de adultos: pretender que vaya a

la escuela, practique un deporte, estudie un instrumento musical, se

dedique a una actividad manual y prepare la clase del día siguiente, todo en

una tarde, sería agobiante para cualquiera de nosotros. El objetivo principal

de este período debería ser el ofrecerles alternativas, abrirles puertas para

que vean lo que existe a su alrededor, descubrir posibles intereses y

ensayar las propuestas que la vida diaria nos ofrece... pero con

tranquilidad.

Las actividades lúdicas se hacen más complejas. Aparecen los juegos de

equipo, que antes hubieran sido imposibles de plantear. Los niños de esta

edad consideran a los otros niños, no solamente como compañeros de

juego, sino como verdaderos colegas con quienes organizarse en equipo

para ganar el partido. Los niños entienden y aprenden el significado de las

reglas del juego: saben que deben ser respetadas para que el juego

funcione y controlan que los demás las respeten. Aprenden a ponerse en el

punto de vista de "los otros" para prevenir sus movimientos, defender su

campo y organizar "estrategias de ataque"; sobre todo aprenden a

colaborar con el resto de su equipo para mejorar las posibilidades de

victoria. Todo esto es posible porque los niños de esta edad ya no son tan

egocéntricos como los pequeños, sino que saben cambiar su perspectiva

para imaginarse como otra persona puede ver el mundo y qué es lo que él

haría "si estuviera en su lugar".

Los grupos suelen ser formados por niños del mismo sexo, ya que en este

período no hay especial interés en el otro "bando". Durante este período de

latencia, en el que casi no existen intereses de carácter sexual, toda la

energía es concentrada en las actividades de aprendizaje y socialización ya

descritas, hasta llegar a la adolescencia.

Tabla 3.- Desarrollo sexual (según S. Freud).

11-16 años: "Yo, mis amigos y el mundo".

La adolescencia suele ser un período bastante temido por los padres, sobre

todo por los importantes y rápidos cambios que se verifican en sus hijos.

¿Cómo hay que comportarse frente a esta transformación?

En realidad, la adolescencia es una etapa como otras, solamente que un

poco más compleja, ya que abarca casi todos las facetas de la vida.

Nuestros hijos van siendo cada vez más independientes, personalidades

autónomas que quieren probar sus propias capacidades de ser personas

independientes en este mundo. También nosotros la hemos pasado...

Uno de los cambios más fáciles de percibir es el crecimiento físico que se

produce, conocido como "estirón". A veces los cambios fisiológicos son tan

rápidos que ni ellos mismos tienen tiempo de asumirlos.

El interés para los miembros del otro sexo se hace muy fuerte: atracción,

curiosidad y verdaderos enamoramientos que a veces les descolocan. Estas

pruebas de relaciones de pareja, que se dan sobre todo a partir de los 15-

16 años, son muy importantes ya que ayudan a madurar una identidad

sexual propia y definida. Esta capacidad de compartir la propia identidad e

intimidad, son condiciones que favorecen una relación futura, emotivamente

estable y humanamente constructiva.

A nivel de las estructuras mentales, el desarrollo del pensamiento permite

la creación de hipótesis y el desarrollo de una lógica por deducción. Ahora su cerebro tiene todas las herramientas necesarias para poder entender y

participar a la creación de la cultura y del conocimiento humano. Es una

experiencia estupenda, que les confiere un sentido muy grande de libertad

mental. Las preguntas de carácter moral se vuelven muy importantes: todo

lo cuestionan, porque quieren saber lo que realmente vale. Es importante

que los padres conozcan esta necesidad que sus hijos tienen de verificar

todo lo que les han enseñado: no quieren rechazar de entrada la educación

recibida, sino que necesitan elegir personalmente si asumir, rechazar o

modificar lo que hasta ahora han aceptado desde fuera sin mucha reflexión,

como parte de su propia identidad. Una posición definida y relativamente

estable será alcanzada solamente en la adolescencia tardía, ya a las puertas

de la edad adulta. Muchos jóvenes suelen recuperar de forma autónoma y

como resultado de una elección personal, muchas de las enseñanzas

recibidas de sus padres.

El desafío más fascinante de la adolescencia es éste: la definición de una

identidad propia, única, capaz de relacionarse con los otros de forma

crítica y creativa. Con este objetivo, los chicos necesitan buscar respuestas

fuera de su hogar y círculos tradicionales: hacen nuevas amistades, cultivan

ciertas pasiones o intereses, hacen "pruebas" de identidad, cambiando de

estilo de vestir, de tipo de peinado, de forma de andar por la calle... Los

amigos y el grupo son muy importantes, ya que son los foros que les

permiten realizar estas tentativas de exploración social, en busca de su

lugar en este mundo. Normalmente cambian "muchas pieles", antes de

encontrar la que mejor se ajusta a su manera de ser.

Éste es un período de transición irrenunciable para quien quiera llegar a ser

una persona adulta y madura, capaz de hacer sus propias elecciones en la

vida. Es ahora cuando muchos adolescentes empiezan a tener claro lo que

les gustaría hacer de mayor y empiezan a asumir de manera gradual la

responsabilidad de sus propias acciones.

La adolescencia es un banco de pruebas importante de las bases sobre las

que se ha ido asentando la relación con los hijos a lo largo de su niñez: un

clima de diálogo en la familia suele ser la mejor forma de solucionar

conflictos que, muchas veces, no son más que incomprensiones.

A pesar de que la comunicación sea una herramienta fundamental para una

pacífica vida familiar, esto no garantiza - ni falta hace que lo haga - que en

determinadas ocasiones haya claros enfrentamientos. Con este panorama,

es ante todo importante que comprendamos una cosa: cuestionar a los

padres no significa dejar de quererles. Cuestionar a los padres significa

tomar distancia de lo que ellos representan: su niñez, su dependencia, su

incapacidad para tomar decisiones por si mismos. Significa buscar un

camino propio, ensayando vías alternativas a las asumidas como únicas y

correctas hasta entonces. Significa arriesgarse, asumiendo también que uno

puede equivocarse. Es natural que todo esto nos genere cierta angustia:

aunque confiamos en nuestros hijos, tenemos miedo por su inexperiencia

en las cosas de la vida o por la gente con la que podría encontrarse. Tener miedo es parte de esta ardua tarea de ser padres: tendremos que asumir

que, a veces, hay que pasar miedo. Es verdad que existe la posibilidad de

no dejarles salir: no dejarles salir del hogar, de nuestro control, de nuestra

protección, de nuestros miedos. Habrá que ver si merece la pena, ya que el

precio a pagar será alto: hacer de nuestros hijos unas personas inseguras,

dependientes e incapaces de tomar decisiones en su propia vida o, por lo

contrario, hacer que se escapen por completo de nuestro control.

¿Cómo comportarse entonces?

Existen diferentes estilos educativos, es decir, diferentes maneras de

educar a los hijos. No existe una manera válida siempre y para todos, ya

que cada uno de nosotros es único e irrepetible. Habrá que evaluar y

adecuar nuestras pautas educativas conforme a la situación y personalidad

específica con la que estamos en relación, en este caso, a nuestro hijo

adolescente.

Nuestro objetivo fundamental sigue siendo el de crear las condiciones para

que nuestro hijo madure, es decir, para que gradualmente y

progresivamente vaya tomando decisiones sobre sí mismo, su vida presente

y sus proyectos futuros. Será él quien, poco a poco, llegará a ser

plenamente responsable de su vida y creador de su futuro.

Sin embargo, el camino hacia la libertad de ser plenamente uno mismo, no

es del todo recto. Los adolescentes a veces tienen conductas de riesgo,

es decir, comportamientos que pueden perjudicar su salud. Conducir de

forma poco prudente, beber en exceso o tomar algunas pastillas en las

fiestas, fumar o incluso probar drogas, son comportamientos cuya

explicación no es sencilla ni unívoca. Razones de carácter social, la

influencia del grupo, el carácter del individuo, la educación recibida y otras

características pueden facilitar o alejar del chico de tales situaciones. Un

rasgo psicológico común que tienen los adolescentes es el de tener una

generalizada sensación de invulnerabilidad, que les hace minimizar los

riesgos existentes en una determinada situación o comportamiento. En este

sentido, el clásico papel de los padres, expresado en su famoso "ten

cuidado...", sigue siendo el más adecuado. Aunque parezca que están

cansados de oír siempre lo mismo cada vez que salen, en el fondo saben

que sus padres piensan en ellos y son un poco insistentes porque en el

fondo les desean lo mejor. Es importante que los hijos sigan percibiendo

que pueden recurrir a sus padres en caso que tengan algún problema de

difícil solución, tan solo para pedirles consejo.

Por otro lado, estos mismo adolescentes suelen tener un alto grado de

idealismo: muchos valoran la amistad como un sentimiento casi sagrado y

pueden establecer vínculos amistosos muy estrechos, otros buscan el amor

de su vida y lo darían todo para él o ella; algunos desarrollan un profundo

sentimiento religioso, otros se afilian a una determinada ideología política o

social. El hecho común a todas estas experiencias es que se puede pensar,

sentir y creer en algo de forma muy profunda y universal: se lo permite su

pensamiento, así como su corazón.

La búsqueda de modelos es otro rasgo importante: el personaje ideal,

muchas veces objeto de imitación, puede ser un futbolista o una modelo

(visto lo que nuestra sociedad propone últimamente), un cantante o una

bailarina. Es suficiente con entrar en la habitación de nuestros hijos y ver

cuales son los pósteres colgados en la pared, para adivinar algunos de sus

modelos actuales. Los modelos siempre proponen valores, sean estos

transmitidos de forma directa o indirecta. Si queremos que nuestros hijos

tomen en consideración la existencia de valores alternativos a los que están

de moda, o que tan solo abran un poco su abanico de posibilidades morales,

será importante proponer "modelos alternativos". En esta etapa más que

nunca, las palabras no son suficientes: es necesario que las propuestas de

los adultos sean coherentes con un modelo de vida. Desde siempre, pero

ahora con mucho más fuerza, la coherencia entre hechos y palabras es la

que marca la diferencia entre lo que merece la pena aceptar y lo que no.

Quizás nunca como en la adolescencia aprendemos que los hijos hay que

"dejarles ir", poco a poco, pero irremediablemente. Lo hemos hecho

cuando han empezado a dar sus primeros pasos, cuando han aprendido a

conducir su bicicleta y ahora nos lo piden psicológica y afectivamente. Esto

no significa perderles, sino dejarles llegar a ser lo que pueden y quieren ser.

Y para ello necesitan espacio, un espacio vital amplio, donde empezar a

extender las alas y a volar. Educar, en el fondo, no significa otra cosa que

hacer a las otras personas libres. Es curioso notar que la palabra "educar"

significa "conducir afuera": hemos caminado con nuestros hijos de la mano

hasta ahora; pronto estarán a la puerta de la edad adulta, listos para

emprender su propio camino.

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