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Nuestro Querido Yo


Enviado por   •  12 de Mayo de 2014  •  457 Palabras (2 Páginas)  •  134 Visitas

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No somos nada sin los demás. Somos buenos o malos, odiados o queridos, simpáticos o antipáticos gracias a los juicios emitidos por los otros. Porque los otros, al fin de cuentas, en el balance definitivo, no son otra cosa que productores de la identidad de mi yo.

¿Cómo no sentir pues, interés por lo que opinan, hacen, prefieren y desprecian los demás? El querer saber de los demás no es una forma de chisme, sino realmente una exploración básica y alimenticia sobre el ello freudiano en donde nos cotejamos y perfilamos como definidos personajes del ego. Este ego que resulta ser, en consecuencia, una producción de los egos interrelacionados de los demás puestos que no somos sino en comanditas. No nos hallamos, pues, como tales sino en consecuencia social.

Durante unos 400 años o más la intimidad fue una completa quimera. Los habitantes de un domicilio dormían arracimados, padres e hijos, parientes y caminantes del lugar. La modernidad, que inauguró el sentido del ciudadano, individuo (indivisible), fue establecida una frontera entre el interior privado, reino del yo, y el espacio público, reino de todas las cosas. La cosa pública pertenecía, en efecto, al teórico reino de la claridad mientras la intimidad se correspondía con las impenetrables sombras del hogar, desde el comedor a la alcoba.

Antes de este tiempo, los reyes y reinas se apareaban por primera vez ante una concurrencia de nobles, eclesiásticos o no, y morían, hasta los principios del siglo XX, en presencia de un coro de allegados y una algarabía de plañideras.

El sexo tan taimado, se hizo público solo hizo en el último tercio del siglo XX pero, a cambio, la muerte fue pasando a la clandestinidad de las herméticas residencias de ancianos, las heladas camas de los hospitales y los encastillados tanatorios del extrarradio. El deseo de saber sobre la vida fue circunscribiéndose, en el mejor de los casos, a los parientes y allegados. Pero ni eso. La intimidad alcanzó el valor de un tesoro máximo que no se podía revelar.

De ahí que, como marca la ley de la oferta y la demanda, creciera su valor mercantil y vivencial. Viviendo como vivimos en enjambre, el secreto ha pasado a convertirse en el mayor caudal doméstico. Pero no saber de los otros y sus historias es igual a perder el sustento fundamental del propio yo. No se trata, pues, de perversión del interés por el secreto o los secretos existenciales de los demás sino la manifestación de un hambre biológica por llegar a ser yo. Una necesidad tan primaria, en suma, como la de existir identitariamente entre el embrollo de los que somos y lo que no somos en contraste con los percances y el carácter de nuestro querido yo.

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