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PSICOLOGIA

carloooos15 de Mayo de 2013

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reaccionar ante dichos cambios de presión o temperatura. Esa reacción puede ser inmediata, no meditada, no voluntaria; si nos estamos quemando, el sistema nervioso genera un impulso que nos aleja de forma inmediata de la fuente de calor. Por el contrario al sentir la calidez del sol en una bella tarde, podemos decidir o no exponernos a su saludable rayo. Por lo tanto la función de la piel es únicamente la de registrar los cambios de presión o temperatura, pero ya conocemos la gran cantidad de impresiones y respuestas que de esas dos actividades podemos deducir; las caricias, el reconocimiento de superficies, el estímulo de nuestro cuerpo etc., son todas ellas y otras las derivaciones de simples y sencillos cambios de temperatura y presión, registradas por millones de células altamente sensibles.

El olfato por su parte es un sentido tan poderoso como desprestigiado. Un entrenamiento adecuado de nuestro olfato, podría llevarnos a sensibilizar en tal grado este sentido, que tendríamos poco que envidiar al perro. Una delicada membrana

ubicada en lo profundo de la nariz, cuenta con células especializadas en reconocer la particularidad de miles de olores. Dichas células están conectadas directamente al cerebro.

Muchas de las impresiones que no dudaríamos en adjudicar a nuestro sentido del gusto, son realmente estímulos registrados por nuestro olfato; los alimentos nos huelen más de lo que nos saben. Algo particular ha pasado con el olfato según investigadores como Freud. Podría resultar un aspecto relacionado con el desarrollo de la humanidad, específicamente en la formación de la primera sociedad humana: la familia. Freud afirma que los antropoides que empezaron a caminar en forma erguida, alteraron la carga o el protagonismo de sus sentidos; en un organismo donde predominaba el sentido del olfato cercano al suelo de los bosques o sabanas, se dio un paso al predominio de la vista, una vez el homínido separó su nariz del suelo. Ahora ese homínido requería una visión lejana y profunda que le permitiera advertir el acercamiento de los depredadores. Abandonados los árboles para caminar erguido por las sabanas, los homínidos debieron quedar en una seria desventaja con respecto a los depredadores, que tuvo que ser suplida con una agudeza visual. Pero entonces ese viejo sentido que permitía a esos mamíferos detectar las hembras en celo, cedió ante el predominio de la visión. Ya el homínido estimulado por el olor no se acercaría a la hembra en un momento específico de su ciclo menstrual, sino que permanecería junto a ella de forma constante para aumentar las posibilidades de cumplir con su papel de procreador. El trabajo en pareja demostró ser otra razón para mantener la unión de la misma. La hembra no podría separarse de su prole, y así el macho que no quiso dejar a la hembra, debió aceptar este crecimiento de la familia. Para Freud Eros –la fuerza sexual- y Ananke –la necesidad- fueron los parteros de la sociedad.

La visión por su parte, como hemos visto, sufrió un notable desarrollo en el momento que los homínidos tomaron una posición erguida. Además de haber promovido el desenvolvimiento de la visión estereoscópica (tridimensional), igualmente, consolidó la visión bifocal permitiendo aumentar el alcance, la profundidad, y con ello la detección de objetos a grandes distancias. La visión nos permite formarnos una imagen del mundo que no es sólo el resultado de la percepción de la luz, sino la consecuencia de una elaboración de la información según criterios preestablecidos. Por su puesto que nuestra visión nos dice que el sol gira alrededor de la tierra, pero nuestro juicio corrige esa

observación inmediata. El nervio óptico hundido en lo profundo de nuestro ojo, comunica la imagen percibida con la parte posterior del cerebro, donde dicha imagen es elaborada según criterios preestablecidos. El cerebro es el lugar central de interpretación

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