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Principios De Kant

adrian_129715 de Mayo de 2014

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Primer principio

Todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a desarrollarse alguna

vez de manera completa y adecuada. Esto se comprueba en todos los animales por la observación

exterior y por la observación interior o desarticuladora. En la ciencia natural teleológica un órgano

que no ha de ser empleado, una disposición que no ha de alcanzar su fin, representan una

contradicción. Porque si renunciamos a ese principio, ya no nos encontramos con una naturaleza

regular sino con un juego arbitrario; y el desconsolador "poco más o menos" viene a ocupar el

lugar de los hilos conductores de la razón.

Segundo principio

En los hombres (como únicas criaturas racionales sobre la tierra) aquellas disposiciones

naturales que se apuntan al uso de su razón, se deben desarrollar completamente en la especie y no

en los individuos. La razón en una criatura significa aquella facultad de ampliar las reglas e

intenciones del uso de todas sus fuerzas mucho más allá del instinto natural, y no conoce límites a

sus proyectos. Pero ella misma no actúa instintivamente sino que necesita tanteos, ejercicio y

aprendizaje, para poder aprender cómo usar a la perfección de todas sus disposiciones naturales;

o, si la naturaleza ha fijado un breve plazo a su vida (como ocurre), necesita acaso de una serie

incontable de generaciones que se trasmitan una a otra sus conocimientos para que, por fin, el

germen que lleva escondido la especie nuestra llegue hasta aquella etapa de desarrollo que

corresponda adecuadamente a su intención. Y este momento, por lo menos en la idea del hombre,

debe constituir la meta de sus esfuerzos, pues de lo contrario habría que considerar las

disposiciones naturales, en su mayor parte, como ociosas y sin finalidad; lo cual cancelaría todos

los principios prácticos y, de ese modo, la naturaleza, cuya sabiduría nos sirve de principio para

juzgar del resto de las cosas, sólo por lo que respecta al hombre se haría sospechosa de estar

desarrollando un juego infantil.

Tercer principio

La naturaleza ha querido que el hombre logre completamente de sí mismo todo aquello que sobrepasa

el ordenamiento mecánico de su existencia animal, y que no participe de ninguna otra felicidad

o perfección que la que él mismo, libre del instinto, se procure por la propia razón.

Porque la naturaleza nada hace en balde y no es pródiga en el empleo de los medios para

sus fines. El hecho de haber dotado al hombre de razón y, así de la libertad de la voluntad que en

ella se funda, era ya una señal inequívoca de su intención por lo que respecta a este

equipamiento. No debía ser dirigido por el instinto ni tampoco cuidado e instruido por

conocimientos venidos de fuera, sino que tendría que obtenerlo todo de sí mismo. La invención

del vestido, de su seguridad y defensa exteriores (para lo que

no le proveyó de los cuernos del

toro, de las garras del león ni de los dientes del perro, sino de sus meras manos), de todos los

goces que hacen agradable la vida, su misma comprensión y agudeza, y hasta la bondad de su

voluntad tenían que ser por completo obra suya. Parece, casi, que la naturaleza se ha complacido

en el caso del hombre en una máxima economía, y que ha medido el equipo animal del hombre

con tanta ruindad, con tan ceñido ajuste a la máxima necesidad en una existencia en germen,

como si quisiera que una vez que se hubiera levantado el hombre, por fin, desde la más profunda

rudeza hasta la máxima destreza, hasta la interna perfección de su pensar y, de ese modo, (en la

medida en que es posible sobre la tierra), hasta la felicidad, a él le correspondiera todo el mérito y

sólo a sí mismo tuviera que agradecérselo; como si le hubiera importado más su propia estimación

racional que cualquier bienestar. Porque en el curso del destino humano le aguarda al hombre

todo un enjambre de penalidades. Parece que a la naturaleza no le interesaba que el hombre

viviera bien; sino que se desenvolviera a tal grado que, por su comportamiento, fuera digno de la

vida y del bienestar. Siempre sorprende que las viejas generaciones parecen afanarse penosamente

sólo en interés de las venideras, para prepararles un nivel sobre el cual levantar

todavía más el edificio cuya construcción les ha asignado la naturaleza; y que sólo las generaciones

últimas gozarán la dicha de habitar

en la mansión de toda una serie de antepasados, que no la

disfrutará, ha preparado sin pensar en ello. Y aunque esto es muy enigmático, no hay más remedio

que reconocerlo una vez aceptado que, si una especie animal está dotada de razón, como clase

que es de seres racionales morales todos, pero cuya especie es inmortal, tiene que llegar a la

perfección del desarrollo de sus disposiciones.

Cuarto principio

El medio de que se sirve la naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es

el ANTAGONISMO de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a

la postre en la causa de un orden legal de aquellas. Entiendo en este caso por antagonismo la

insociable sociabilidad de los hombres, es decir, su inclinación a formar sociedad que, sin

embargo, va unidad a una resistencia constante que amenaza perpetuamente con disolverla. Esta

disposición reside, a las claras, en la naturaleza del hombre. El hombre tiene una inclinación a

entrar en sociedad; porque en tal estado se siente más como hombre, es decir, que siente el

desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tienen una gran tendencia a aislarse;

porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según

le place y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes, por lo mismo que sabe

hallarse propenso a prestársela a los demás. Pero esta resistencia es

la que despierta todas las

fuerzas del hombre y le lleva a enderezar su inclinación a la pereza y, movido por el ansia de

honores, poder o bienes, trata de lograr una posición entre sus congéneres, que no puede

soportar pero de los que tampoco puede prescindir. Y así transcurren los primeros pasos serios de

la rudeza de la cultura, que consiste propiamente en el valor social del hombre; los talentos van

desarrollándose poco a poco, se forma el gusto y, mediante una continuada ilustración,

conviértese el comienzo en fundación de una manera de pensar que, a la larga, puede cambiar la

ruda disposición natural para la diferenciación moral en principios prácticos determinados y, de

este modo, también la coincidencia a formar sociedad, patológicamente provocada, en un todo

moral.

Sin aquellas características, tan poco amables, de la insociabilidad, de las que surge la

resistencia que cada cual tiene que encontrar necesariamente por motivo de sus pretensiones

egoístas, todos los talentos quedarían por siempre adormecidos en su germen en una arcádica

vida de pastores, en la que reinaría un acuerdo perfecto y una satisfacción y versatilidad también

perfectas, y los hombres, tan buenos como los borregos encomendados a su cuidado, apenas si

procurarían a esta existencia suya un valor mayor del que tiene este animal doméstico; no

llenarían el vacío de la creación en lo que se refiere a su destino como seres de razón. ¡Gracias

sean dadas, pues, a la naturaleza por la

incompatibilidad, por la vanidad maliciosamente

porfiadora, por el afán insaciable de poseer o de mandar! Sin ellos, todas las excelentes disposiciones

naturales del hombre dormirían eternamente raquíticas. El hombre quiere concordia;

pero la naturaleza sabe mejor lo que le conviene a la especie y quiere discordia. Quiere el hombre

vivir cómoda y plácidamente, pero la naturaleza prefiere que salga del abandono y de la quieta

satisfacción, que se entregue al trabajo y al penoso esfuerzo para, por fin, encontrar los medios

que le libren sagazmente de esta situación. Los impulsos naturales, las fuentes de la insociabilidad

y de la resistencia absoluta, de donde nace tanto daño, pero que, al mismo tiempo, conducen a

nuevas tensiones de las fuerzas y, así, a nuevos desarrollos de las disposiciones naturales, delatan

también el ordenamiento de un sabio creador y no la mano chapucera o la envidia corrosiva de un

espíritu maligno.

Quinto principio

El problema mayor del género humano, a cuya solución le constriñe la naturaleza, consiste en

llegar a una SOCIEDAD CIVIL que administre el derecho en general. Como sólo en sociedad, y en

una sociedad que compagine la máxima libertad, es decir, el antagonismo absoluto de sus

miembros, con la más exacta determinación y seguridad de los límites de la misma, para que sea

compatible con la libertad de cada cual, como sólo en ella se puede lograr el empeño que la

naturaleza

tiene puesto en la humanidad, a saber, el desarrollo de todas sus disposiciones, quiere

también la naturaleza que sea el hombre mismo quien se procure el logro de este fin suyo, como

el de todos los fines de su destino; por

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