Problema Antropologico
bedollamariliz4 de Julio de 2013
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¿Qué es el hombre?, ¿quién soy yo?, ¿cuál es el sentido de la
existencia humana? Estos y otros interrogantes por el estilo se imponen
en el campo de la antropología filosófica. En todas las épocas
y niveles culturales, bajo formas y desde perspectivas distintas,
han acompañado al hombre en su caminar. Hoy se plantean más urgentemente
a todo el que quiere vivir su existencia de un modo auténticamente
humano. Dichos interrogantes tienden a ocupar el lugar
más importante en el conjunto de la reflexión filosófica.
A primera vista parece que la humanidad se encuentra en este
momento histórico más madura que lo estuvo en el pasado para
responder a tales cuestiones. En efecto, nunca fue tan amplio y
especializado el desarrollo de las ciencias del hombre (biología,
fisiología, medicina, psicología, sociología, economía, política,
etc.), ciencias que tratan de explicar la enorme complejidad del
comportamiento humano y proporcionar los instrumentos necesarios
y útiles para regular la vida del hombre. Cada uno de estos
sectores científicos contiene un amplio programa de conocimientos
concretos y precisos sobre el hombre, de manera que cuatro o
cinco años de estudios universitarios constituyen apenas una primera
iniciación.
Coincidiendo con el enorme aumento de los conocimientos
científicos y tecnológicos, se plantea un difuso interrogante sobre
el significado humano de esta gigantesca empresa cultural. Hoy ya
no se puede seguir soñando con que el programa científico pueda
conseguir casi automáticamente una vida mejor o que la creación
de nuevas estructuras sociales pueda proporcionar la clave última y
definitiva para superar las miserias humanas.
Las inmensas posibilidades positivas que la civilización técnica
e industrial ofrece al hombre no están exentas de ambigüedad. Un
mundo dominado exclusivamente por la ciencia o la tecnología podría
incluso ser inhabitable no sólo desde una perspectiva biológica,
sino sobre todo desde el punto de vista espiritual y cultural.
Tras dos guerras mundiales y después de los campos de exterminio
donde fueron eliminados millones de hombres inocentes, no se
puede contemplar el proceso científico y tecnológico con esa ingenua
superficialidad tan característica del siglo XIX.
Se advierte, sobre todo, que el aumento progresivo de los conocimientos
científicos y la creciente desorientación en los laberintos
de las especializaciones, van acompañados cada vez más de una
mayor incertidumbre respecto a lo que constituye el ser profundo y
último del hombre1. Quizás estemos asistiendo actualmente a la
mayor crisis de identidad por la que el hombre ha pasado y en la
que se ponen en tela de juicio o se marginan muchos de los fundamentos
seculares de la existencia humana. Hace más de medio siglo
pronunció Max Scheler unas palabras que no han perdido su
vigencia:
Tras una historia de ya más de diez mil años, estamos en una época
en que, por primera vez, el hombre es para sí mismo un ser radical
y universalmente «problemático». El hombre ya no sabe
quién es y se da cuenta de que jamás lo llegará a saber. Sólo se volverá
a tener juicios fundamentados si se hace tabula rasa de todas
las tradiciones relacionadas con este problema y se contempla con
el máximo rigor metodológico y con el más grande estupor a ese
ser llamado hombre2.
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