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Se han encontrado muchos enterramientos neandertalenses

luchimartiExamen12 de Octubre de 2011

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ENSAYO DE LA FELICIDAD

Se han encontrado muchos enterramientos neandertalenses, pero en ninguno de ellos había rastro de abalorios ni de objetos de adorno corporal. Los primeros adornos personales debieron aparecer un poco más tarde, hace sólo unos cuarenta mil años. Durante muchísimos siglos aquellos primigenios esbozos de humanidad, "nuestros primos lejanos", no sintieron necesidad de embellecerse ni emperifollarse en modo alguno... a menos que se adornasen con joyas más frágiles, como hojas o flores, de cuyas guirnaldas no nos han llegado testimonio. Yo me atrevería a suponer que fue precisamente así, pues no imagino a seres propiamente humanos ¬y los antropólogos me dicen que esos neandertalenses lo eran¬ carentes de exuberante coquetería, de vanidad auto afirmativa, de cierto pavoneo en el filo mismo de una naturaleza no demasiado amable y de los agobios cotidianos por retrasar la inevitable muerte.

De eso sí que podemos estar al menos seguros, de que sabían con toda certeza que iban a morir: serían admisibles en último extremo hombres sin adornos ni cosmética, pero no desde luego sin conciencia de su destino mortal. Convencidos de su muerte, más o menos próxima, y luchando contra ella y contra todo lo demás ¬privaciones, desastres, pánicos ante lo desconocido¬ tengo por razonablemente seguro que los neandertalenses se decoraban como podían, se pavoneaban y también se gastaban unos a otros pequeñas bromas. Ciertos antropoides ya casi hacen todas estas cosas, sin barruntar la certeza de la muerte: aquellos primeros hombres, puesto que lo eran, no pudieron dejar de hacerlas. Presumían ante la muerte y su necesidad y mostraban por medio de los adornos una paradójica exaltación íntima. ¿Cómo llamaremos a esa exaltación? Júbilo vital, albricias por durar sin perecer, felicidad, agradecimiento por estar todavía en el mundo, sintiendo miedo y carencias, esforzándose, conociendo la inminencia irrevocable de lo fatal... En una palabra y además francesa: joie de vivre. Los primitivos se adornaban, conjeturalmente primero con flores o restos de animales, ciertamente después con abalorios, pinturas e indumentarias, más tarde con el arte, la literatura, el erotismo, todo lo que su imaginación les dictó para mejor exteriorizar el desafío de su alegría. Hasta que no supieron irrevocablemente que iban a morir, no fueron humanos; hasta que no fueron humanos, no conocieron la conmoción de la alegría vital y la necesidad de exhibirla, preservarla y aumentarla (con joyas, ritos, virtudes, empresas...). Y también, desde el primer día, debieron sentir el desasosiego eventual de perderla.

La alegría no es la conformidad con lo que ocurre en la vida, sino con el hecho de vivir. Objeciones contra lo que a los humanos nos pasa en la vida nunca han faltado, desde las épocas más remotas de las que tenemos noticia escrita. Uno de los textos más antiguos que se ha logrado descifrar es una relación mesopotámica hallada en una tumba y conocida a veces como "Canción del desesperado", que quizá constituyó una suerte de testamento espiritual o de opinión definitiva sobre el mundo y sus maneras proferida por una inconformista. El autor deplora la brevedad, dolores y fatigas de la existencia; denuncia la injusticia de los poderosos, la arrogancia brutal de los militares, la codiciosa astucia de los mercaderes, la prevaricación de los jueces, la infidelidad de las mujeres, la desobediencia de los hijos... Concluye, con amenazador alivio, que todo marcha tan rematadamente mal que el mundo se aproxima probablemente a su extinción final. Esta protesta milenaria se ha repetido desde entonces a lo largo de los siglos con invariable regularidad: de nada estamos mejor informados que de lo desastrosamente que han ido siempre las cosas. Cuando encontramos alguna mención de instituciones o personas bienaventuradas, siempre es para lamentar su pronta desaparición;

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