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Siglo XVIII


Enviado por   •  13 de Septiembre de 2011  •  661 Palabras (3 Páginas)  •  972 Visitas

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princesa Isabella Swan sólo disponía de una semana de libertad antes de casarse con el hombre que habían elegido para ella. Isabella sabía que debía casarse por obligación, y no por amor. Por eso decidió pasar una sola noche de pasión desenfrenada con un guapísimo desconocido. Lo que ella no sabía era que ese desconocido no era otro que el príncipe Edward Cullen... su futuro esposo.

Edward estaba furioso por el comportamiento de su prometida y creía que debía ser castigada de la mejor manera posible... ¡casándose!

Prólogo:

Palacio Swan, Porto, Forks

La princesa Isabella Swan contempló la car ta que había dejado sobre el escritorio de su abuelo. También había enviado una copia idén tica de aquella carta a su hermana Rosalie, que vivía en Baraka, y a su hermana Alice, que vivía en Grecia.

«El abuelo se va a sentir tan dolido», pensó, con los ojos llenos de lágrimas.

Pero ni siquiera ella misma entendía por qué se sentía tan desesperada por irse, por escapar de Forks, de la prensa y de las cámaras de tele visión. Nunca le había resultado cómodo vivir bajo la atenta mirada del público, y las cosas habían empeorado tras la muerte de su abuela.

Los medios de comunicación no dejaban de asediarla. La seguían a todas partes y ni siquie ra le daban tiempo para ocultar su dolor. O su confusión.

La muerte de la abuela había hecho aflorar un intenso dolor que debía haber quedado pro fundamente enterrado en su corazón tras la muerte de sus padres, acaecida dieciocho años atrás. Y los artículos, fotos y filmaciones de la prensa sólo servían para aumentar su confusión.

Lo cierto era que no sabía lo que sentía. Ni siquiera sentía. En algún momento tras la muer te de la abuela había perdido su capacidad de sentir, sus esperanzas, su coraje.

¿Cómo iba a llevar una vida de servicio pú blico si ni siquiera sabía quién era?

Adoraba a su abuelo y a su país, y sabía por qué necesitaba casarse y permanecer allí. Rose se había casado con el sultán de Baraka y vivía allí y Alice se había casado con un plebeyo grie go que no podía ser rey. Pero no podía asumir aquella responsabilidad sin recuperar antes la serenidad interior.

Necesitaba un descanso. Necesitaba espacio. Y necesitaba desesperadamente recuperar parte de su intimidad.

Apoyó una mano sobre la carta y la dejó donde estaba.

«Lo siento, abuelo. Perdóname»

«Sólo te vas por un año», se dijo mientras se encaminaba hacia la puerta del despacho. «No te vas para

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