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Songoni Y La Semilla De La Luz Lizeth Guadalupe


Enviado por   •  3 de Febrero de 2014  •  820 Palabras (4 Páginas)  •  269 Visitas

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Cuenta una vieja leyenda, una simple profecía, que en lo profundo de las tierras del planeta Mascarrengoni, viven los mascarrengonitas, los habitantes de las montañas Alcapuntli.

Hombres, mujeres, niños y ancianos, anhelan algún día conseguir la famosa “semilla de la luz”. El pueblo está en tinieblas, gobernado por Simeón, un malvado hombre, hijo del dios Manzegoni y la bella doncella María. Su maldad es más inmensa que el universo, como ello de ejemplo, el tener a los mascarrengonitas bajo tinieblas. Simeón puso bajo su poder la semilla de la luz, la cual escondió en la flor púrpura en la cima de la montaña Alcapuntli. Desde el día que Simeón tomó la semilla bajo su poder, todos han sufrido gracias a el.

En el pueblo no existe el día, no hay Sol, no hay luz, no hay probabilidad alguna de ser feliz.

Adentrado al pueblo, hay un hombre llamado Songoni, un valiente caballero generoso, amable y humilde. Era el guerrero más fuerte de la provincia, e incluso, más que el rey Simeón.

Songoni odiaba por completo al rey, lo repudia.

Aún así era solamente un pequeño e inocente guerrero, valiente, generoso, amable y humilde, ¿qué podía hacer?... luchar, era su especialidad.

Un día Songoni, armado de valor y valentía, decidió adentrarse en lo profundo de la montaña para conseguir la semilla de la luz, y con ello, liberar a su pueblo.

Armado solamente con un pequeño escudo, una filosa espada y un par de litros de agua, comenzó el viaje que marcaría una nueva historia en Mascarrengoni.

Las primeras horas marchaban normales, pero al llegar al llamado río de la vergüenza, comenzó la batalla…

Un pequeño gatito apareció frente a sus ojos. Era tan bello, tan…tierno.

— ¡Ay!, que lindo gatito — dijo con una voz dulce acercándose a el.

El gato dio unos pasos hacia atrás, parecía un poco espantado.

— No, no, no, no te asustes, no te haré daño.

El gato lo miró, no se movía. Songoni tampoco se movía. De pronto el gato hizo un leve movimiento en el hocico y sonrió. Sus dientes eran filosos y amarillos.

Un miedo profundo heló la sangre de Songoni al ver al gato sonriendo.

Apresurado dio la media vuelta…

— Songoni, no te vayas — le dijo el gato con una voz aparentemente dulce, que aún así, congelada el cuerpo.

Este solo se detuvo, estaba hipnotizado, ¿cómo un gato podía hablar?, era ilógico.

— Da la vuelta Songoni.

Lentamente volteó; el gato aún estaba ahí parado.

Se acercó moviendo la cola de lado a lado, parecía feliz.

— Hola Songoni, ¿cómo has estado?

— ¿Quién eres tú? — preguntó tartamudeando.

— ¿Quién soy yo? Uuu, pues diremos que soy… alguien.

— ¿Alguien?

— Sí, alguien. Alguien

...

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