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Trabajo como signo distintivo entre las manadas de monos y de la sociedad humana

monzeeeeeeEnsayo7 de Septiembre de 2014

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El trabajo es la fuente de toda riqueza. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda vida humana. Debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre. Hace muchos centenares de miles de años, en una época, aun no establecido definitivamente, vivía en un lugar de la zona tropical, una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban totalmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, Vivian en los árboles y formaban manadas.

Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre.

Y puesto que la posición erecta había de ser para nuestros peludos antepasados primero una norma, y luego, una necesidad, de aquí se desprende que por aquel entonces las manos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. Las manos sirven fundamentalmente para recoger y sostener alimentos, como lo hacen ya algunos mamíferos inferiores con sus patas delanteras. La mano les sirve para empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear a estos con frutos y piedras. Cuando se encuentran en la cautividad, realizan con las manos varias operaciones sencillas que copian de los hombres. Pero aquí es precisamente donde se ve cuan grande es la distancia que separa la mano primitiva de los monos, incluso la de los antropoides superiores, de la mano del hombre, perfeccionada por el trabajo durante centenares de miles de años. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese.

Por eso, las funciones, para las que nuestros antepasados fueron adoptando poco a poco sus manos durante los muchos de miles de años que dura el periodo de transición del mono al hombre, solo pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas. Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un periodo de tiempo tan largo que, en comparación con él, el periodo histórico conocido por nosotros resulta insignificante. Pero se había dado ya el paso decisivo: la mano era libre y podía adquirir cada vez más destreza y habilidad; y esta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación.

Vemos, pues, que la mano no es solo el órgano del trabajo; es también producto de él. Pero la mano no era algo con existencia propia e independiente. Era únicamente un miembro de un organismo entero y sumamente complejo. Y lo que beneficiaba a ella beneficiaba a todo el cuerpo servido por ella.

En virtud de la ley de Darwin llamo de la correlación del crecimiento. Según esta ley, ciertas formas de distintas partes de los seres orgánicos siempre están ligadas a determinadas formas de otras partes, que aparentemente no tienen ninguna relación con las primeras. Así, todos los animales que poseen glóbulos rojos sin núcleo y cuyo occipital esta articulado con la primera vertebra por medio de dos cóndilos, poseen, sin excepción, glándulas mamarias para la alimentación de sus crías. Así también, la pezuña hendida de ciertos mamíferos va ligada por la regla general a la presencia de estómago multilocular adaptado a la rumia. Las modificaciones experimentadas por cierta forma provocan cambios en la forma de otras partes del organismo, sin que estemos en condiciones de explicar tal conexión. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombre y la adaptación concomitante de los pies a la marcha en posición erecta repercutieron indudablemente, en virtud de dicha correlación,

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