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Francisco De Miranda


Enviado por   •  11 de Julio de 2015  •  2.886 Palabras (12 Páginas)  •  249 Visitas

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PRESENCIA Y VIGENCIA DE FRANCISCO DE MIRANDA

Agradezco la invitación que me formuló el VM, Manuel Valdez, con motivo de rendir en ésta noche un tributo de admiración, de afecto, de profundo respeto, a quien nuestra Orden ha denominado el Padre de la Masonería Universal, SEBASTIAN FRANCISCO MIRANDA RODRIGUEZ, o simplemente Francisco de Miranda. Las personas que aman y siguen la vida de Miranda siempre en actividades como éstas, cuando se recuerda el natalicio de una persona impactante, se suele decir que, casi queda poco por decir, sin embargo, para mí, luce como una paradoja que, cuando se habla de Miranda aún queda mucho por decir, Miranda esta en presencia, en pensamiento, en escritos, en inspiración.

Fue Miranda un hombre de muchos afanes, de muchos saberes, que destacó en muchos escenarios, gracias a la impronta, a la vida dejada por sus padres Doña Francisca y Don Sebastián. La influencia de sus padres fue importante, por la genética moral que dejaron en él, hay que agregar a esa influencia lo que significó su amor a la lectura, porque el chiquillo Miranda, siempre mostró su inquietud, lo que en su espíritu había era esa tendencia innata a la cultura, al saber, a la curiosidad, a la ciencia. Para él los libros eran extraordinarios. Como dijese el educador Uruguayo Constancio Vigil, en una obra titulada El Edial, Que él cuidaba los libros viejos, porque solo los buenos llegan a viejo; así, el amor a los libros por Miranda fue fundamental.

De modo que, la Parroquia de Caracas se despierta la mañana del 28 de marzo de 1750 con el repique de las campanas que doblan llamando a misa. Hombres y mujeres se levanta a cumplir sus obligaciones cristianas. Por los callejones de piedra, bautizados todos con nombres religiosos, se respiran los aires católicos de la Inquisición que vienen de las catorce iglesias de la ciudad, donde tres veces al día se reza el Ángelus. Dios reina sobre la villa bañada por un sol plácido y rociada con la brisa fresca que traen las cercanas aguas del caribe.

En el interior de una casona colonial, ubicada en la esquina de Padre Sierra, una mujer joven, descendientes de portugueses, los mejores marinos del mundo de entonces, se enfrenta con los dolores propios del alumbramiento. ¡Puje, mi señora!, ¡puje!, le pide la comadrona que le asiste. La señora, Doña Francisca Rodríguez Espinoza, blanca y muy bella, soporta los agudos dolores de su primer parto hasta que, tras mucho trabajo, nace por fin el bebé que inunda la habitación con la fuerza de su vigoroso llanto, expresión de la vida que se ilumina en primavera.

La comadrona y otras mujeres de la casa limpian presurosas al niño y a la madre, para luego sí invitar al Señor a que pase a saludar a su esposa y a conocer a su hijo. Don Sebastián Miranda, alza al pequeño y sonríe feliz ante el milagro que sus ojos contemplan. La buena nueva se riega por el vecindario. Los familiares de los dichosos padres, clérigos y religiosos, celebran la noticia y se aprestan para asistir a la obligatoria fiesta del bautizo que se celebrará, ocho días después, en la Catedral de Caracas. Sebastian Francisco se llamará el niño.

El joven Sebastián Francisco, cursa sus primeros años de estudios en el Real Colegio Seminario de Santa Rosa. Luego, a partir de enero de 1762, aparece inscrito en Clases menores. Estudia latín, gramática y antes de avanzar a los estudios Mayores, estudia retórica, donde se acerca a autores como Virgilio y Cicerón, siendo tres sus autores predilectos, Voltaire, Rousseau y Montesquieu. Además aprende nociones de historia profana y sagrada, religión, aritmética, música y geografía. Así Francisco de Miranda recibe sus primeras luces y empieza a propagarse con la formación escolástica recibida. Desde esos años iniciales el atractivo joven Miranda, de frente ancha, ojos brillantes, crecida estatura, es dueño de un espíritu investigador. Sospecha en forma inconsciente, sin la claridad meridiana que tendrá más adelante, que toda realidad es una suma de matices, tendencias y fuerzas de choque. Lee, mira, pregunta y busca un destino, sin saber, para ese momento, cual es ni que tarea le corresponde en el mundo.

Francisco de Miranda, ilustre Caraqueño que tuvo, antes que cualquier otro hombre nacido en América, la lucidez para entender que había llegado la hora de adelantar la Revolución que liberará al nuevo mundo del yugo del imperio español.

Miranda fue también el primer visionario que entendió que América Latina, cuando ese concepto geográfico, político y emocional, aún no existía, tenía que ser un solo pueblo, un solo país, para así poder enfrentar los embates colonialistas de las potencias de entonces y del futuro.

Adelantado en su tiempo, el precursor fue un hombre de muchas facetas y talentos. Historiador, que dejó para la posteridad su testimonio de lo que vio en el mundo en la segunda mitad del siglo XVIII y los años iniciales del siglo XIX, en una vasta obra escrita de 63 volúmenes. Viajero incansable, se puede decir que Miranda recorrió el mundo, como ningún otro hombre de su época. La Habana, Moscú, Londres, París, Roma, Nueva York, Washington, filadelfia, Constantinopla, son algunos de los muchos lugares que visitó.

Estratega y militar de carrera, formó parte de los ejércitos imperiales de España, Francia y Rusia. Estadista y político. Concibió toda una Constitución, una estructura y un plan de gobierno para ese gran país que, como él advertía, debía extenderse desde el sur del rio Missisipi, hasta la tierra de fuego.

No hubo sobre la tierra, durante sus 66 años, un hombre más universal que Miranda. Su caso es único, fue testigo directo de los tres grandes acontecimientos de la humanidad: La revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos y el comienzo de la Independencia de Suramérica. Miranda como humanista, creyó como Leonardo Da Vince, en la suma de los conocimientos, en la preeminencia del ser humano, en la suma de los saberes y en la integración humana.

La inclinación de Miranda hacia la lectura de textos de toda índole, proscritos para su tiempo muchos de ellos, acompañado de su pensamiento liberal, laico y holístico, han sido punto de encuentro entre historiadores para vincularlo con la masonería, así como también para iniciar un debate todavía hoy vigente sobre la veracidad de tal hecho.

Indalecio Liévano Aguirre, historiador colombiano, cita por ejemplo que los futuros próceres americanos de ese momento eran impulsados por la fascinación del conocimiento en sus viajes a Europa, a iniciarse en el misterio de las reuniones organizadas por Miranda en Cádiz, Madrid y Londres y a pronunciar célebres

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