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Historia De Los Esclavos En El Perú


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2012  •  1.018 Palabras (5 Páginas)  •  553 Visitas

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Queridos descendientes, me encuentro aquí, en este momento de mi vida, en que les quiero contar y recordar las peripecias que pasé yo, patriarca de la familia, para llegar a este momento. Ahora libre y con cuarenta años a cuestas, veo hacia atrás y no quiero que ustedes desconozcan todo el sufrimiento y maltrato que pasó su padre para llegar a la libertad.

Miren por ejemplo, la marca que tengo en la espalda, y que es mi sello de legalidad en América, se llama carimba y es la marca que me dio la bienvenida cuando llegue a estas tierras. Esta marca era legalizada ante notario por cada amo y servía para identificar a sus esclavos. Los menos afortunados sufrían de cada carimba hecha con sellos de hierro al rojo vivo, cada vez que cambiaban de amo, algunos de ellos llevan hasta siete marcas distintas.

Suerte tuve de llegar a una hacienda en Cañete, pues mis compañeros menos afortunados, fueron a parar a tierras del norte, donde los dueños eran de una situación menos acomodada, por lo que abusaban de ellos con tal de aprovechar al máximo la capacidad física de los negro.

Yo fui un sirviente en la hacienda y como tal, gocé de buenas comodidades que me brindaban mis amos como tal. Así, vestí camisas de seda y pantalones elegantes, de modo que yo y mis modales servían para que mis amos presuman ante la sociedad, del elevado nivel que teníamos sus servidores. Al igual que presumían por quien tenía la calesa más elegante o los bienes más grandes, también presumían por el trato que le daban a sus esclavos.

Viví en un modesto rancho a las afueras de la hacienda, mientras que mis compañeros vivían en galpones de paredes altas. Allí pasábamos las pocas horas de descanso que quedaba al día, siempre vigilados por el “alcalde de galpón”. Por suerte teníamos nuestras chacras de esclavos que nos permitían ganar algo de dinero y sembrar nuestros alimentos.

Compañeros cimarrones que fugaron de las haciendas se asentaban en palenques, pequeñas comunidades donde formaban familias con mujeres y niños. Dichosos que no se los capture porque pasarían por terribles castigos, como de cien azotes, si la ausencia duraba diez días se le amputaba un pie, y si duraba 20 días, se lo mataba. También había penas de castración o destierro. Otro castigo era la enmeladura, que consistía en atar al esclavo y embadurnarlo de miel para que se le peguen las moscas.

Otros de mis compañeros, esclavos en la ciudad, desempeñaban labores de pintores, escultores albañiles, ebanistas, cocineros de dulces, los populares “pregoneros” que vendían sus productos por la ciudad. También los aguadores, extraño oficio que consistía en matar a los perros de la ciudad.

Así pasaron mis años de esclavo, sin mayor interés mío en lograr la libertad, ya que las condiciones políticas no eran de las mejores. Asimismo, no me podía quejar de maltrato por parte de mis amos, ya que servía en la casa y era bien valorado por la familia. Además, así quisiera lograr la libertad, mi caso fue el de un esclavo domestico que no

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