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Historia Del Peru


Enviado por   •  16 de Junio de 2013  •  1.651 Palabras (7 Páginas)  •  221 Visitas

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Resumen [editar]

Plaza mayor de Lima con típicos habitantes de la ciudad, hacia 1843. Óleo de Juan Mauricio Rugendas.

La escena se representa en Lima, en la sala de la casa de don Jesús, “decentemente amueblada”. La familia la completan doña Rufina (la esposa de Jesús) y doña Juliana (la hija de ambos).

Don Alejo, un hombre maduro, falso y petulante, quiere casarse con la joven Juliana. Pero Juliana está enamorada del joven Manuel, que cuenta inicialmente con el apoyo de don Jesús. Sin embargo, doña Rufina, mal aconsejada por la vieja intrigante y chismosa Ña Catita, acepta a don Alejo como pretendiente de su hija y trata de convencer a ésta para que haga caso de sus galanteos.

Esta divergencia entre los esposos Jesús y Rufina en elegir a la pareja de su hija crea un clima tenso y hostil en el hogar. Las discusiones entre ambos son una constante, lo que alimenta Ña Catita con sus múltiples enredos y chismes. Mercedes, la empleada de la casa, sirve de paño de lágrimas a la desdichada Juliana.

Don Alejo deslumbra a doña Rufina con su excesiva palabrería y rebuscados gestos; le convence de que tiene una buena posición social, fortuna y una excelente educación, que lo hacía un buen partido. Doña Rufina, cándidamente cae en el juego y cree que casando a su hija con el engreído de don Alejo asegurará el futuro de la muchacha. Ña Catita sirve de alcahueta al vanidoso galán, adulando y engriendo a doña Rufina, con lo que se gana el aprecio y confianza de ésta.

Manuel, el joven enamorado de Juliana, al ver que su rival ha convencido a la madre de la joven, decide raptar a Juliana e irse lejos con ella. Contando con la ayuda de Mercedes se preparan para la fuga, pero son descubiertos. En la escena aparece don Jesús, quien se sorprende y enfurece con Manuel, a quien consideraba un buen muchacho, casi como a un hijo. Luego, el mismo don Jesús tiene un agrio intercambio de palabras con don Alejo, quien, muy ofuscado, llega incluso a sugerir un duelo a sable o pistola para limpiar la afrenta de la que es objeto. Todo ello aviva más la tirante relación entre Jesús y Rufina; esta última no entiende cómo su marido no sabe apreciar las cualidades de don Alejo.

Intempestivamente, llega a la casa don Juan, un viejo amigo de don Jesús, el cual trae una carta para éste. Por fortuna, conoce también a don Alejo, a quien le entrega una carta de su esposa del Cuzco, y así, sin pretendérselo, lo desenmascara frente a toda la familia. Todos se enteran entonces que el vanidoso don Alejo no era sino un buscavidas que haciéndose pasar de soltero con fortuna, enamoraba a indefensas jovencitas. Después de este bochornoso acto, don Alejo y Ña Catita son arrojados de la casa.

Doña Rufina, arrepentida y avergonzada pide perdón a su hija por tratar de obligarla a casarse con quien no amaba, y se reconcilia con su esposo, prometiendo que en adelante sería una buena esposa.

Es así como Juliana se libera de contraer matrimonio con quien no quiere, y puede finalmente ser feliz junto a quien ama

Fue hijo del teniente del ejército español Juan Segura y de la dama limeña Manuela Cordero. Su familia paterna era oriunda de Huancavelica, pero se hallaba ya instalada en Lima, entonces capital del Virreinato del Perú, residiendo en el muy criollo barrio de Santa Ana. A instigación de su padre, siguió la carrera militar enrolándose en el ejército realista como cadete. Tenía entonces 13 años.

Combatió al lado de los españoles y junto a su padre en la batalla de Ayacucho, la última de la guerra de la independencia (9 de diciembre de 1824). Derrotada la causa realista que defendían, los Segura se quedaron en el país, y el joven Manuel pasó a servir en las filas patriotas, alcanzando el grado de capitán del segundo batallón Zepita, acantonado en Jauja, en 1831. Eran los días del primer gobierno del general Agustín Gamarra, del que fue partidario.

Entre 1833 y 1834 Manuel A. Segura escribió su primera comedia, La Pepa, en la cual reprochaba la prepotencia de los militares, aunque no llegó a representarse ni a ser editada, debido a que su crítica implícita podía poner en peligro su carrera militar.

Durante los siguientes años, Segura se vio inmerso en las sucesivas guerras civiles de los inicios de la república. Fue seguidor de Felipe Santiago Salaverry bajo cuyo auspicio fue nombrado administrador de la aduana de Huacho. Luego decidió trasladarse al sur, para combatir al lado de Salaverry contra la invasión boliviana de 1835. Derrotado su bando, fue hecho prisionero en Camaná y con dificultad salvó su vida. Instalada la Confederación Perú-boliviana, permaneció marginado de la milicia. Derrotada la Confederación en 1839, fue nuevamente llamado por el general Gamarra para servir en el ejército, del cual se retiró definitivamente siendo Teniente Coronel de la Guardia Nacional, en 1842. Ya por entonces empezaba la anarquía

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