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Miranda Y Bello


Enviado por   •  5 de Febrero de 2014  •  5.014 Palabras (21 Páginas)  •  320 Visitas

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Es curioso observar cómo a veces el destino juega con la existencia humana y mueve a personajes de vidas dispares para brindarles un instante de coincidencia en la tierra, como si ensayara provocar la chispa del encuentro, o -al revés- quisiera observar el efecto de la obstinada separación.

Con las figuras de Francisco de Miranda y de Andrés Bello, el suceso es singular. Cada cual sigue su propia ruta al servicio de ideales aparentemente divergentes: la aventura de la política y las armas, en Miranda; la de las letras y la pluma, en Bello. Signos distintos y a primera vista antitéticos. En el fondo, sin embargo, hay comunión de sentimiento: el continente americano. En los hechos, los caminos son diferentes.

Y sin embargo, en un instante de la historia, hay con Miranda y Bello una coincidencia física en el espacio: Londres; y en el tiempo, durante unos meses: de julio a noviembre, del año admirable de 1810.

Dos hombres y dos biografías

En 1810, la vida de Miranda había vivido su brillante itinerario. Desde 1750 había recorrido medio mundo y había intervenido, como factor notorio, en los acontecimientos más decisivos de su tiempo. En las capitales rectoras del mundo se había señalado su presencia por el respeto, la consideración y la simpatía hacia el hombre que luchaba por el ideal quimérico de su tiempo: la libertad. La libertad como doctrina, en su expresión teórica; y la libertad concreta de un medio físico: la América española, urgida de justicia, hasta en su denominación: Colombia en vez de América. Miranda llevará adelante sus propósitos entre acontecimientos tan sobrecogedores, y entre escollos de intereses tan difíciles, que con una pequeña parte de unos y otros habría bastado para desanimar a cualquier hombre corriente. Miranda no ceja en su idea y en la perseverancia está el nervio asombroso de su riquísima actividad de hombre universal.

En 1810, a los sesenta años de edad, está Miranda en su postrera oportunidad para llevar a término los anhelos de toda su existencia vivida. Ya en 1806, había intentado el gesto heroico de la liberación. -73- Quizás era prematuro. Sabía Miranda que la coyuntura histórica tenía que servirse en su momento preciso. La independencia de la América española tenía que producirse. En el inmenso tablero de la política europea, España vivía un jaque mate acosador, en que aparecía con un poder geográfico desproporcionado a su real valía y capacidad. El desmembramiento y separación de los dominios coloniales era un hecho fatal. Miranda -buen conocedor de las políticas cortesanas de Europa entera- estaba en el secreto. Tenía que regresar a su viejo solar a cumplir su obra. Iba a cerrarse el ciclo de su acción con la vuelta al medio de donde había salido y en que había soñado siempre como base y finalidad de sus ambiciones políticas.

De la oportunidad y acoplamiento entre Miranda y la vieja sociedad colonial criolla, todavía la historia no ha dicho la última palabra, y probablemente tendrán que escribirse muchas más, antes de hallar la justa interpretación, que satisfaga.

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Pero, así como en 1806, Miranda, solo, desentendiéndose del interés británico, había intentado a través de Norteamérica la acción libertadora; ahora recibía -en 1810- en Londres, en su 27 Grafton Street, una comisión de Diputados de su tierra: Bolívar, López Méndez y Bello. Venían a incorporar la voz de la Junta de Gobierno de Caracas a las proposiciones que Miranda había hecho a sus expensas y a fuerza de prestigio personal. Los sucesos seguirán su vía inescrutable...

En calidad de Secretario de la Misión diplomática venezolana a Londres, iba Andrés Bello, joven de 28 años, cuyos títulos personales eran sumamente particulares: poeta, traductor de obras literarias, antiguo oficial de la Capitanía General con distinción de Comisario de Guerra por su capacidad en el servicio, buen conocedor del francés y estudioso del inglés, maestro de clases privadas, y estimado por los criollos distinguidos de Caracas. Es decir, un joven prestigioso devoto de las letras y el saber, lleno de avidez y capaz de aprender.

No hay que forzar la imaginación para adivinar la admiración y aun el encandilamiento que experimentaría Andrés Bello al contemplar de cerca la figura de Miranda, rutilante y llena de historia, seguramente agrandada a los ojos de un caraqueño recién salido de la ciudad colonial. Y, además de la persona, la visión de la capital inglesa, Londres, centro de un imperio, y sede de un gobierno en cuyas manos estaba confiada la lucha contra el coloso Napoleón, o sea, el porvenir de la suerte política del mundo entero, y en ella, el destino de Venezuela. La vida en Londres ha de ser para Bello la comprensión de hechos y problemas apenas entrevistos en Caracas. Lo he llamado en otra parte, la época de universalización de su pensamiento. Sin los años de vida en la capital británica no se explicaría la transformación de las ideas de Bello, y la ampliación enciclopédica, tanto en sus estudios como en sus propias concepciones. El primer contacto con este nuevo universo habrá sido a través de la persona de Miranda, quien mantenía relaciones con los -74- hombres más notorios del pensamiento inglés, y, además, poseía un pasado extraordinario.

Bello, que empezaba su vida, habrá experimentado una fuerte sacudida en su ser más íntimo. En su trayectoria hacia la universalidad que logrará por otros derroteros, se encuentra con el compatriota de más renombre y más importante de su tiempo. En el cruce de las dos vidas, Miranda está en vísperas de regresar al medio criollo, donde le aguardan sinsabores y donde habrá de probar la amarga fruta del infortunio. Bello parte con la estimación de sus conciudadanos hacia una aventura que terminará en tierras lejanas, convertido en la personalidad patriarcal de orientador cultural de las nuevas Repúblicas.

En la coincidencia de espacio y tiempo entre Miranda y Bello, hay una poderosa convergencia de intereses, que nos puede explicar la afinidad de los dos caracteres. Hay un pensamiento común: América y una devoción compartida: la cultura. El símbolo de esta estupenda correlación puede ser la magnífica biblioteca particular de Miranda, quien a lo largo de sus andanzas por el mundo, no ha desatendido las preocupaciones de libros y lecturas. Si grande ha de haber sido el pasmo de Bello ante el criollo universal, mayor asombro ha de haberle producido enfrentarse con la hermosa y rica colección de volúmenes pertenecientes a Miranda. Bello habrá recorrido con avidez explicable el rico tesoro que le prometería tanto nuevo conocimiento, tantas experiencias futuras. López Méndez y Bello, a la partida de Miranda hacia Venezuela, vivieron en su casa

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