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santistaTesis10 de Octubre de 2013

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El aumento del poder tecnológico implica un nuevo y distinto grado de responsabilidad, para el cual la tradicional ética no nos ha preparado. Los antiguos preceptos de esta tradición son vigentes para el ámbito personal e interpersonal, pero son insuficientes para la esfera global de la acción tecnológica colectiva que se extiende por toda la Tierra y temporalmente hacia el futuro remoto.

Surgen entonces nuevos problemas éticos:

a) ¿quiénes deben y mediante qué procedimientos determinar la viabilidad de las innovaciones tecnológicas y establecer los criterios de riesgos razonablemente aceptables?

b) ¿quiénes tiene responsabilidad ante los daños causados por las innovaciones tecnológicas?

c) ¿qué tipo de pruebas son suficientes para determinar que una realización tecnológica es inocua o comporta un riesgo aceptable?

d) ¿cómo deben decidirse las compensaciones y soluciones a los daños ya provocados?

El problema primordial para una ética del mundo tecnológico no reside en la distinción entre buenos y malos usos del poder tecnológico, sino en la ambivalencia intrínseca de sus consecuencias necesarias a gran escala. El problema ético del desarrollo tecno-científico no sólo está en las malas tecnologías (los armamentos no convencionales, químicos, biológicos y nucleares, y en las tecnologías más “sucias” e ineficientes desde el punto de vista ambiental), sino también en aquellas tecnologías pacíficas y bien intencionadas que a largo plazo pueden provocar daños irreversibles que no se podrían remediar adecuadamente. Como lo ha advertido Jonas, el riesgo que motiva una interrogación ética reside en los éxitos mismos de la tecnología, en su progreso incesante y acelerado, pero también en el hecho de que la tecno-ciencia se embarca en empresas que apuestan al “todo o nada”, pues comprometen la sustentabilidad de la civilización tecnológica misma.

La evaluación de las tecnologías desde una perspectiva ética no sólo debe considerar por separado a cada innovación tecnocientífica, sino al conjunto de sus interacciones en el mundo. Es decir, la evaluación ética tiene el reto de tomar en consideración la complejidad de consecuencias causales, así como los efectos no previstos de la actividad tecnológica, evaluación que requiere una visión integral, así como la aplicación de valores y criterios de largo plazo, tales como la protección del ambiente o de la salud, y las condiciones de vida humana (incluyendo a las generaciones futuras), tanto en su dimensión biológico-genética como sociocultural.

Por consiguiente, desde una teoría ética sobre el desarrollo y expansión del poder tecnológico es posible comprender los efectos y la significación de la racionalidad tecno-científica en el mundo contemporáneo.

Una buena tecnología (evaluada por un sistema plural de valores en los que se incorporen los propiamente éticos) ya no puede ser aquella que dañe o que ponga en riesgo mayor directa o indirectamente al ambiente, a la salud y las condiciones de vida del ser humano, así como a otros seres vivos que están a nuestro cuidado. Y esto no sólo es aplicable a las tecnologías biomédicas, a la industria farmacéutica, a la agroindustria, a la industria química o energética, sino también a todas las tecnologías capaces de contaminar con efectos permanentes el agua, el suelo, el aire, destruir ecosistemas o afectar la biodiversidad.

La ética global para el mundo tecnológico se enfrentará a problemas como el del riesgo o el daño ya causado, para orientar el desarrollo tecnocientífico a partir de principios generales como el de precaución, el de responsabilidad o el de justicia, tanto retributiva (para remediar los daños) como distributiva (para distribuir de manera más equitativa los beneficios y los riesgos), cuidando y potenciado la autonomía y la capacidad

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