Belleza Libre Y Adherente
ZOHDEZ1 de Octubre de 2013
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La Belleza Libre y Belleza Adherente.
Emanuel Kant, filósofo alemán que nace en el año de 1724 y muere en el año de 1804. Es considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y el último periodo de la ilustración. “El juicio del gusto, mediante el cual un objeto es declarado bello, bajo la condición de un concepto determinado, no es puro.”
El juicio del justo según Immanuel Kant está dividido en dos subtemas. El juicio de gasto puro y el juicio de razón. La primera se basa en la manera contemplación de la belleza del objeto y no se encuentra atado a ningún otro concepto. Mientras que el juicio de razón está ligado al conocimiento y por tal motivo se encuentra limitado.
Belleza libre
Liliana V. Blum
Más que la naturaleza, que es maravillosa y apabullante en su esplendor y perfección, así como en sus defectos, siempre he admirado mucho más las creaciones del hombre. La naturaleza es; el hombre no sólo es, sino que decide crear. Me fascinan las historias que una construcción humana esconde entre sus piedras y sus siglos de antigüedad; vivo otras vidas leyendo las novelas de mis autores favoritos; experimento verdadero placer cuando miro una pintura que me provoca sentir; sonrío cuando una canción dice justo lo que yo estoy sintiendo en cierto momento de mi vida. Admiro también las enormes grúas que son capaces de crear enormes edificios, la computadora en la que ahora mismo escribo, lo cuasi-mágico de internet, o una vacuna que previene que yo sufra de poliomelitis, por ejemplo. Todo producto del ingenio, el talento y la inteligencia de unos cuantos, y que proporcionan beneficios a tantos otros.
En cambio, hay cosas que son hermosas, pero terroríficas. Decía Tadeusz Borowski, un polaco sobreviviente de Auschwitz: “Las pirámides egipcias, los templos, las estatuas griegas: ¡qué crímenes tan horrorosos fueron! Cuánta sangre se vertió en esas calles romanas, en las murallas de las ciudades. La Antigüedad -ese tremendo campo de concentración en donde al esclavo su amo le marcaba con hierro en la frente y lo crucificaba si trataba de escapar…” Justo hace poco, que tuve la oportunidad de conocer Chichen Itzá, experimenté esta sensación de estar ante algo grandioso, pero fruto de la sangre y el sufrimiento. Impresionante, pero aterrador, como la sistematización de los campos de concentración nazis. Lo mismo sucede con las hermosas iglesias que los colonizadores españoles hicieron que los indígenas construyeran, añadiendo además del látigo el toque de humillación de hacerlo justo arriba de los templos de sus propios dioses.
Decía Ayn Rand que la diferencia básica, esencial y crucial entre la libertad y la esclavitud es el principio de acción voluntaria versus el de la coerción física para esa misma acción. Tenemos entonces la arquitectura de esclavos y la arquitectura de los hombres libres. Si la belleza puede ser producto de la libertad o de la esclavitud, de la voluntad propia o de la amenaza de muerte, ¿pierde alguna de sus cualidades? ¿El fin justifica los medios? ¿Al final lo que importa es lo que queda? ¿Al sufrimiento se lo lleva el viento y los años?
Kant en Belleza Libre
Immanuel Kant, por la sistematización a la que sometió a la recién nacida ciencia estética, puede ser considerado el padre de la estética contemporánea. Una de sus primeras incursiones en la materia fue Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime (1764), pero su principal aportación a la estética la realizó en Crítica del juicio (1790), cuya primera mitad trata principalmente del «juicio de gusto», y donde investiga la aspiración a la validez universal en los juicios sobre belleza y sublimidad, partiendo de la premisa de su original subjetividad, su evidente particularidad para cada individuo.
La principal influencia en el terreno de la estética la recibió Kant del empirismo inglés, especialmente de Burke, cuyo sensualismo le hizo abandonar el intelectualismo que había heredado de Leibniz y Wolff. En Crítica del juicio pretendió resolver la antinomia presente en las dos teorías predominantes –y aparentemente opuestas– esbozadas hasta entonces: el gusto como un proceso del intelecto y sujeto a criterios científicos, o el gusto como sentimiento de origen subjetivo y arbitrario. Kant realiza un intento de síntesis, reconociendo el gusto como un producto de los sentidos y los sentimientos, y por ende subjetivo, pero destacando la tendencia a la universalidad racional que se manifiesta en él. Como señaló Victor Basch en Ensayo crítico sobre la estética de Kant: «junto al imperativo categórico moral, Kant pone el imperativo estético: juzga lo bello de tal modo que tu juicio pueda ser universal y necesario».
Para Kant, el juicio de gusto pone en «juego» el entendimiento y la imaginación, en una relación de armonía. Encontramos en las formas bellas una finalidad, pero no concreta –el arte es necesario, pero no sabemos para qué–. Kant se planteó la pregunta de qué es lo que hace que nos guste una obra de arte, denominándolo «facultad de presentar ideas estéticas», que es la capacidad que tiene la forma bella en el arte. Es aquella representación de la imaginación que nos hace pensar, pero sin que ningún pensamiento le sea adecuado, ningún lenguaje puede expresarlo ni hacerlo inteligible. Las ideas estéticas de Kant no implican un conocimiento racional, muchas veces son ideas que no podemos expresar con palabras. Para Kant, el arte no viene de aquello que representa: lo representativo lleva a lo significativo, pero si lo aplicamos al arte invertimos el proceso de conocimiento –de la razón a lo sensible–. Por tanto, el arte no ha de representar necesariamente la realidad.
Afirmaba Kant que la estética es una paradoja: es la conceptualidad sin concepto, la finalidad sin fin; por tanto, separó conocimiento racional y estética, porque ésta no tiene concepto. Para Kant, es bello aquello que sin concepto gusta universalmente, rompiendo la idea de la perfección interna de la belleza: las cosas no son bellas en sí mismas, sino por su impresión en nosotros. La universalidad del juicio estético proviene de un estado suprasensible, común a la naturaleza humana; así, la subjetividad estética, al ser común, propicia una cierta objetividad, basada en leyes naturales –aunque no conocemos su procedencia–. Las ideas estéticas excitan el pensamiento sin un conocimiento conceptual. Al separar la estética del conocimiento racional, Kant otorgó a ésta una base de autonomía, poniendo los cimientos de la estética contemporánea.
En Crítica del juicio también sistematizó la categoría estética de lo sublime. Para Kant lo sublime es el exceso, el desbordamiento: así como la belleza es la forma contenida, limitada, humana, lo sublime desborda la forma, se dirige al infinito. La belleza comporta gusto; lo sublime, atracción. La sublimidad es el punto donde la belleza pierde las formas, es el superlativo de la belleza. Lo sublime es «lo absolutamente grande», aquello que del infinito somos capaces de imaginar. Es lo que gusta inmediatamente por la resistencia que opone al interés de los sentidos, la cual evoca en nosotros las ideas prácticas (morales), en comparación con las cuales es pequeño cualquier objeto de la naturaleza, por grande que sea. Kant distinguió un sublime «matemático» (de la magnitud) y otro «dinámico» (de la fuerza); el matemático se opone a la comprensión, mientras que el dinámico puede amenazar nuestra integridad física –por ejemplo, una tormenta de mar.
Una belleza de la naturaleza es una cosa bella; la belleza artística es una bella representación de una cosa.
Immanuel Kant, Crítica del juicio,
Johann Christoph Friedrich Schiller.
Para Johann Christoph Friedrich Schiller la belleza es el objetivo de toda actividad humana, en la que se reúnen una facultad teórica y otra práctica. En la estética se reúnen estas dos facultades, dando una tercera, la de «juego», que es una alternancia teórica-práctica en una armonía (belleza) de carácter ético. En Cartas para la educación estética del hombre (1795) distinguió en el ser humano tres facultades, que denominó «impulsos»: un impulso «material» (Stofftrieb), otro «formal» (Formtrieb), y el «de juego» (Spieltrieb), conjunción de los otros dos. El impulso de juego es el «hombre estético», el hombre equilibrado, que da a su impulso formal una especie de vitalidad, es el que piensa, conoce, pero también sabe vivir, disfrutar de los sentidos. La actitud estética contribuye al bienestar del hombre en la sociedad. Partiendo de la idea de Kant de que la belleza es intermediaria entre lo sensible y lo inteligible, Schiller manifestó que la belleza es un reflejo de lo natural: es un estado de armonía, donde el sentimiento se corresponde con la ley, sin sacrificar la pasión. En la belleza todo es moral, es un estado de perfección. La belleza eleva del mundo sensible y conduce a un estado de gracia. Schiller también habló de lo sublime, en el que distinguió tres fases: «sublime contemplativo», el sujeto se enfrenta al objeto, que es superior a su capacidad; «sublime patético», donde peligra la integridad física; y «superación de lo sublime», en que el hombre vence moralmente, porque es superior
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