Colores del Amanecer
lizethtatiana giraldogutierrezEnsayo7 de Septiembre de 2025
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Colores del Amanecer
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos vivía Amaya, una joven soñadora que cada día se levantaba antes que todos para mirar el amanecer. No lo hacía por costumbre, sino porque en los colores que pintaban el cielo encontraba respuestas, esperanza y fuerza para seguir adelante.
El pueblo en el que vivía era tranquilo, pero estaba marcado por la rutina. La mayoría de sus habitantes trabajaban en el campo y apenas se detenían a mirar el paisaje que los rodeaba. Amaya, en cambio, veía magia en cada detalle: en la neblina que cubría los prados al amanecer, en los cantos de los pájaros, y sobre todo en esa mezcla de tonos naranjas, violetas y dorados que iluminaban el horizonte cada mañana.
Un día, mientras observaba el cielo, notó algo distinto: los colores parecían más intensos que nunca, como si quisieran decirle algo. Decidió entonces emprender un camino hacia lo alto de la montaña más cercana para descubrir de dónde nacía esa belleza que tanto la atraía.
El trayecto no fue sencillo. La senda estaba cubierta de piedras y espinas, y a medida que ascendía, el frío se volvía más fuerte. Sin embargo, Amaya siguió adelante con la certeza de que en la cima encontraría una respuesta.
Al llegar, el espectáculo fue indescriptible: el sol nacía con tanta fuerza que los colores se extendían como un río de luz que bañaba todo el valle. Allí encontró a un anciano sentado en una roca, con un manto que parecía estar tejido con hilos de todos los tonos del amanecer.
—Te estaba esperando —dijo el anciano con voz serena—. Los colores del amanecer son un lenguaje que pocos saben leer. No son solo belleza, son mensajes de vida.
Intrigada, Amaya preguntó qué significaban. El anciano le explicó que cada amanecer es un recordatorio de que siempre hay un nuevo comienzo, sin importar cuán oscuro haya sido el día anterior. El naranja es la fuerza, el violeta es la sabiduría y el dorado es la esperanza.
Amaya guardó esas palabras en su corazón. Desde entonces, regresó al pueblo con una nueva mirada: comprendió que los colores no eran solo un regalo para ella, sino un mensaje para todos. Comenzó a contar lo que había aprendido y poco a poco los habitantes del pueblo, antes tan ocupados en su rutina, empezaron a mirar el cielo al despertar.
El pueblo cambió: la gente comenzó a trabajar con más alegría, a ayudar más a los demás y a valorar los pequeños detalles. Y cada vez que alguien sentía que todo estaba perdido, Amaya les recordaba:
—Mira el amanecer. Sus colores siempre te dirán que la vida comienza de nuevo.
Así, los amaneceres se convirtieron en símbolo de unión y esperanza para todos, y el pueblo empezó a ser conocido como “Los Colores del Amanecer”, un lugar donde la belleza del cielo enseñaba a nunca rendirse.
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