Conflicto Libio Anaisis
jcloeza7225 de Enero de 2013
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Análisis del conflicto Libio
La fragancia del jazmín revolucionario del paradigma tunecino, que ha alcanzado a todos los países mediterráneos árabes del norte de África, se puede volver muy tóxica, como es el caso singular de Libia, que ostenta los mayores ingresos petroleros per cápita del continente.
Vuelve a resaltar en el caso libio el común denominador tan trillado en las revueltas árabes: revolución demográfica de los jóvenes desempleados (30 por ciento), un tercio de la población debajo del umbral de la pobreza, cleptocracia insolente, satrapía carcelaria y torturadora, etcétera.
La gran novedad libia radica en que ni los ingresos petroleros pudieron detener la ola revolucionaria juvenil y su efecto dominó que ha expuesto su arqueología eminentemente tribal, para nada trivial, que se refleja hasta en la composición de su ejército.
No se trata de un contagio, terminajo de la bursátil jerigonza neoliberal, porque las revueltas de los jóvenes desempleados no propagan una enfermedad infecciosa sino expresan una legítima rebeldía libertaria, por lo que preferimos el término menos despectivo del efecto dominó.
Bengasi, su segunda ciudad en importancia (alrededor de 600 mil habitantes), ha caído en manos de los estudiantes aliados a los islamistas locales, lo cual ha cundido a importantes ciudades aledañas (Bayda, Tobruk, Derna, etcétera), cerca de la frontera con Egipto.
A diferencia de Túnez y Egipto, donde los ejércitos marcaron el diapasón de los sucesos, el grave problema de Libia es que Muammar Kadafi representa, acompañado por sus múltiples hijos (de sus varias esposas), enfrascados en la lucha sucesoria paterna, el alfa y el omega del nepotismo circular, que carece de un cuerpo formal de gobierno, de instituciones y de una sociedad civil (inhibida ferozmente, cuando no combatida en su fase embrionaria).
Más que su publicitada oclocracia –el poder de las masas (“jamahirya”) y sus comités populares–, Libia constituye una tribucracia, una coalición de poderosas tribus en sus tres principales provincias históricas que, además, compiten entre sí desde el túnel del tiempo: 1) Tripolitania, donde habita 60 por ciento de la población, con su capital, Trípoli, de alrededor de 2 millones de habitantes en un país de 6.5 millones, corto en ciudadanos (en el doble sentido: citadinos y demócratas con derechos y obligaciones) para su extenso territorio de 1.7 millones de kilómetros cuadrados; 2) Cirenaica, con su Pentápolis (sus famosas cinco ciudades históricas), que cuenta con 30 por ciento de la población, donde destaca la orgullosa ciudad de Bengasi, y 3) Fezzan, la zona desértica del sur, con 10 por ciento del total.
La ciudad de Bengasi tiene muchos agravios que cobrar al centralismo tripolitano desde 1973 hasta el aplastamiento en 1993 de las veleidades libertarias de la tribu warfala (un millón de integrantes), a quienes hoy los bereberes pertenecientes a las célebres tribus tuareg del sur (medio millón de miembros) se han aliado, al unísono de la tribu oriental de los zuwaya (integrada por medio millón), para capturar en forma espectacular la segunda ciudad libia (Bengasi: capital de Cirenaica), en plena rebeldía secesionista. Se trata de un total de 2 millones de integrantes de tribus rebeldes, prácticamente la tercera parte de la población total del país, que le quita cualquier legitimidad al nepotismo de los Kadafi.
No es que se haya divido el ejército, sino, más bien, sucedió que las tribus que lo integraban en Cirenaica se pasaron del lado de los estudiantes contestatarios, con sus lealtades propias de las tiendas del desierto.
El derrocamiento de Kadafi y su nepotismo puede ser peor que su permanencia en el poder, donde se ha eternizado casi 42 años (el más longevo de África y todo el mundo árabe), porque puede desembocar no solamente en un vacío de poder
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