Crítica profunda a los procesos de independencia en América Latina
Rafael Andres Tineo NoriegaEnsayo19 de Septiembre de 2025
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“El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el de espíritu”
“La América es ingobernable para nosotros… La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas”
- Carta de Simón Bolívar al general Juan José Flores, Barranquilla 9 de noviembre de 1830
Las dolorosas repúblicas americanas nacieron de la lucha por concretar vil dicotomía: concederle la libertad a las élites criollas del continente para seguir oprimiendo a las masas que a sus ojos seguían siendo parias, borregos únicamente útiles para sostener su casta oligárquica. “Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses”, decía Martí, ¡cuánta razón! Lástima que muchos, sino todos los antiguos paladines de la independencia, y quienes les han sucedido, han sido hombres de siete meses.
Cuando las repúblicas nacieron, el sigiloso tigre con zarpas de terciopelo acechaba con cautela, ansioso de presa fácil, y cuán fácil, pues los paladines todos eran admiradores acérrimos de la fiera, a la que le dejaron la puerta abierta de par en par, algunos desconociendo, algunos sabiendo, el gran peligro que ella era para las incipientes naciones, nuestras incipientes naciones. Se hizo entonces unos de los dos grandes errores que mancharon a la patria latinoamericana desde sus inicios.
A la vez que la tierra patria y sus recursos fueron vendidos a la fiera, cuando no al pulpo, los criollos de “nobles ideas liberales” se encargaron de perpetuar el despotismo que por tres siglos azotó al poblador llano de nuestra América. “La colonia continuó viviendo en la república”, acota Martí. Agregaría yo que no solo continuó viviendo, sino que además mutó y tuvo nuevo semblante, pero siendo en esencia igual de deleznable. Consumado entonces el segundo pecado de los hombres de la época.
Miro atrás con pesar. Nos han robado nuestro futuro. Nos lo robaron hace doscientos años, cuando la patria nació ultrajada y vendida por la acción u omisión de sus propios padres. Mayor se hace la angustia con las palabras sietemesinas de Bolívar, lapidarias y proféticas a partes iguales. Mil tiranuelos nos han escupido porque mil veces los latinoamericanos se han dejado escupir; el colmo del absurdo en el que hemos caído es buscar la mano amiga fuera de nuestro propio brazo. E inconformes con aquello, también nos empecinamos en atribuir al vecino la raíz de nuestros males. Más no se puede pedir: es difícil comprender la razón del presente si no hay memoria del pasado.
A los tiempos que hoy corren, el espíritu del hombre latinoamericano ha cambiado un poco, pero aún sigue sin reconocerse a sí mismo; sigue sin abrazar a su hermano, para que en unión fraterna se alce y se haga grande. Las lacras que hoy parasitan al continente cambiaron en forma respecto a aquellas de la época de Martí, pero en fondo siguen haciendo profundo mal a nuestras dolorosas repúblicas. ¿Cuándo, latinoamericano, te alzarás para jamás arrodillarte de nuevo?
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