DISCURSO SOBRE LA REVOLUCION DE MÈXICO
MARRUFOLUIS24 de Febrero de 2012
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La revolución olvidada
En su primer centenario, la Revolución Mexicana ha recibido el más triste de los homenajes para un grandioso movimiento histórico: el olvido.
En el Congreso de la Unión, ni senadores ni diputados fueron capaces de realizar una conmemoración el día preciso en que se rememora el inicio de este gran movimiento que transformó al país: el sábado 20 de noviembre.
Pudo más la cultura del asueto y el ocio burocráticos que la tradición histórica de honrar a nuestros héroes y a nuestros movimientos sociales.
En el gobierno federal, la preferencia por los festejos del Bicentenario de la Independencia sobre el Centenario de la Revolución se notaron también desde la distribución del presupuesto hasta en el programa oficial de actividades. El 15 de septiembre absorbió 75 por ciento de un presupuesto oficial de 3 mil millones de pesos, mientras que el 20 de noviembre apenas representó 30 por ciento de las obras y eventos conmemorativos.
Epicuro lo advirtió hace siglos: “el pueblo que olvida las glorias de su pasado, es un pueblo viejo y moribundo hoy”.
Y es que el olvido, hacia la Revolución Mexicana no es privativo del gobierno. Es únicamente un reflejo de lo que está pasando en el resto del país y entre los mexicanos.
Pero sobre todo, y ante todo, el olvido que dio muerte a la Revolución Mexicana fue haber convertido a la Constitución de 1917 en poco menos que letra muerta.
Un millón de muertos y siete años de luchas fratricidas costó la Constitución y hemos preferido transfigurarla, en lugar de cumplirla; reformarla más de 500 veces, antes que acatarla en su espíritu original; manosearla, antes que ponerla de pie.
Pero una cosa es el discurso hueco sobre la Revolución Mexicana y otra muy distinta es la realidad rebosante de pendientes, deudas y retos reiteradamente incumplidos que ese movimiento presenta, en un corte histórico, al día de hoy.
La Revolución Mexicana no puede morir de olvido por muchos motivos. Pero ahora sólo quiero destacar uno: las causas que la originaron siguen allí, bajo nuevas formas y expresiones.
Los latifundios han sido desplazados por los monopolios. La dictadura de un solo hombre, por la oligarquía de 30 notables. El cientificismo como doctrina del gobierno, por el credo tecnocrático neoliberal. Un mercado interno débil, por un mercado interno desarticulado. El analfabetismo de 90 por ciento de la población, por el anacronismo educativo de 70 por ciento de niños y jóvenes. La miseria rural y urbana, por la pobreza extrema urbana-rural. La migración del campo a la ciudad, por la migración de México a los Estados Unidos. Una dictadura férrea, por una democracia ineficaz. Un Estado autoritario, por un Estado fallido. Y hasta los bandidos de Río Frío, que asolaban caminos y regiones, por los cárteles del crimen que están dejando solas ciudades y pueblos.
Como si hubiéramos caminado 100 años con los ojos vendados en forma de círculo, hoy estamos nuevamente frente a una crisis sistémica como la de 1910. Esto es lo que no queremos ver; y esto es también, en el fondo, lo que hoy nos hemos propuesto olvidar.
A 100 años de la Revolución Mexicana, hoy debemos llamar la atención sobre dos posturas que buscan reconocimiento e inspiración en este movimiento, pero que en realidad terminan negándolo. Por un lado, la impostura oficial, que considera que el país puede cumplir y superar los postulados de justicia de la Revolución profundizando el modelo neoliberal de reproducción del mercado, lo que incluye capital y trabajo; por el otro, la impronta del cambio violento, que plantea agudizar las condiciones estructurales de la crisis, impulsar el estallido social y acelerar una salida radical del sistema político, económico y social, actualmente desgastado y agotado.
Repensar, debatir e impulsar proyectos alternativos
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