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Derechos humanos: ¿utopía o realidad?

carlos82030327 de Mayo de 2013

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Derechos humanos: ¿utopía o realidad?

Fernando Pascual

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aniversario. ¿Con qué resultados evidentes?

¿Qué ha concretado de cuanto, con tan buena voluntad, fue aprobado el 10 de EJDJFNCSF EF 1948 y)B RVFEBEP FO VUPQÎB VO FTGVFS[P QPS QSPNPWFS MB KVTUJDJB VOJ- versal? ¿O podemos decir que los derechos humanos han modificado positivamente el modo de vivir de los pueblos y de las personas?

Si cogemos la lista de los derechos aprobados, y empezamos a señalar aquellos que no han sido respetados aquí o allá, ayer o, por desgracia, todavía hoy, el panora- ma puede resultar desolador.

Pero también es justo reconocer que muchos hombres y mujeres, desde lugares muy distintos del planeta, con profesiones que van desde las más sencillas hasta las más tecnificadas, han sabido asumir y promover en la propia vida y en las vidas de aquellos que estaban a su alrededor, muchos de los derechos humanos.

Podemos pensar en los millones de madres y padres de familia que han defendido los derechos de sus hijos, les han dado alimento, los han vestido, los han provisto de los instrumentos básicos de la educación y les han enseñado los valores que permiten la convivencia cívica.

Podemos añadir el número de millones de personas que se han entregado a acti- vidades de voluntariado en favor de los pobres, los enfermos, los abandonados, los relegados, superando muchas fronteras culturales y políticas que parecían infran- queables.

Podemos recordar a los millones de obreros que han dedicado sus vidas en tantos sectores productivos, para garantizar que hoy muchos millones de personas puedan tener una casa en condiciones de dignidad y de higiene aceptables. O a los millones de campesinos y comerciantes que han asegurado no sólo la producción, sino tam- bién el traslado y conservación de los alimentos con los que muchos (por desgracia, no todos) podemos sostener nuestras necesidades materiales.

También hay que tener presentes a los millones de profesores técnicos o univer- sitarios, que hacen posible todos los días, por medio de las clases y del estudio, la educación de pueblos enteros a lo largo y ancho del planeta.

¿Y qué decir de la multitud de médicos y enfermeros que aseguran, día a día, a veces en medio de sacrificios no pequeños, la difusión de medidas higiénicas que promueven la salud, o que buscan asistir a los enfermos en la búsqueda de su pleno restablecimiento, o que les ofrecen un alivio en medio de sus dolores y penas, con el fin de acompañarles en las últimas etapas de su vida?

No sería justo olvidar, en la historia de la defensa y promoción de los derechos humanos, a los millares de servidores del orden público, policías y bomberos, mili- tares, funcionarios y miembros de la protección civil, que han intervenido en tantas y tantas situaciones en las que la emergencia o la injusticia han puesto en peligro muchos de los derechos fundamentales. Algunos de ellos han pagado, con su vida, este servicio en favor del orden público y de la equidad.

Sería igualmente injusto olvidar a los políticos sinceros y auténticos (que los hay) que han buscado servir a sus pueblos con abnegación y renuncia, muchas veces en medio de un ambiente hostil y de presiones que querían apartarlos de su esfuerzo por proteger a las comunidades civiles para convertirlos en colaboradores de la opresión.

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También es de justicia incluir en la lista a tantos jueces honestos que han defendido y defienden los derechos fundamentales de la declaración de la ONU en su trabajo cotidiano, sencillo, humilde, lleno de seriedad e imparcialidad.

No hay que suponer ingenuamente que el mundo haya erradicado profundos sufrimientos después de 1948. La injusticia existe, y hay que seguir luchando contra ella. Pero en medio de las enormes injusticias de todo tipo que impiden la plena realización de los derechos del hombre, es de justicia reconocer la labor de millones de ciudadanos anónimos que construyen ese mundo mejor, que dan algo de luz y de esperanza a esta humanidad cansada de sufrir. Son ellos los auténticos protagonistas de los derechos humanos, pues no existe ningún derecho si no existe, junto a tal de- recho, quien acepte el reto de respetarlo, de hacerlo realidad para el bien de otros.

Antes y después de 1948, millones de hombres y mujeres de buena voluntad han permitido que los derechos humanos fuesen una bella realidad. A todos ellos les damos, de corazón, las gracias.

A los que seguimos en el camino de la historia humana, nos toca recoger la estafeta que muchos han llevado con tanta altura, para promover una auténtica cultura de los derechos humanos, basada en el respeto y el amor hacia cada hombre. “Sin dis- tinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, como leemos en el artículo 2 de la Declaración Universal que se prepara para cumplir 60 años de “vida”.

(adaptación)

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“Los modelos del éxito”

En Patas arriba. La escuela del mundo al revés

Eduardo Galeano

Escritor y periodista uruguayo, autor del libro Las venas abiertas de América Latina

El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recom- pensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia, dicen, es ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de “la tasa natural de desempleo”. Por ley natural, comprueban Richard Herrnstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.

¿Supervivencia de los más aptos? La aptitud más útil para abrirse paso y sobrevi- vir, el killing instinct, el instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las empresas grandes hagan la digestión de las empresas chicas y para que los países fuertes devoren a los países débiles, pero es prueba de bestialidad cuando cualquier pobre tipo sin trabajo sale a buscar comida con un cuchillo en la mano. Los enfer- mos de la patología antisocial, locura y peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena salud del éxito social. Los delincuentes de morondanga aprenden lo que saben elevando la mirada, desde abajo, hacia las cumbres; estudian el ejemplo de los triunfadores, y mal que bien, hacen lo que pueden para imitarles los méritos. Pero “los jodidos siempre estarán jodidos”, como solía decir don Emilio Azcárraga, que fue amo y señor de la televisión mexicana. Las posibilidades de que un banquero que vacía un banco pueda disfrutar, en paz, del fruto de sus afanes, son directamente proporcionales a las posibilidades de que un ladrón que roba un banco vaya a parar a la cárcel o al cementerio.

Cuando un delincuente mata por alguna deuda impaga, la ejecución se llama ajuste de cuentas; y se llama plan de ajuste la ejecución de un país endeudado, cuando la tec- nocracia internacional decide liquidarlo. El malevaje financiero secuestra países y los cocina si no pagan el rescate: si se compara, cualquier hampón resulta más inofensivo que Drácula bajo el sol. La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado. Los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad que humillan al mejor de los tirabombas.

El arte de engañar al prójimo, que los estafadores practican cazando incautos por las calles, llega a lo sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento. En los suburbios del mundo, los jefes de Estado venden los saldos y retazos de sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio vil, el botín de sus asaltos.

Los pistoleros que se alquilan para matar, realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la categoría de glorias militares. Los asaltantes, al acecho en las esquinas, pegan zarpazos que son la versión artesanal de los golpes de fortuna asestados por los

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grandes especuladores que desvalijan multitudes por computadora. Los violadores que más ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos. Ellos tienen las llaves de las cárceles. En el mundo tal cual es, mundo al revés, los países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los demás países; los bancos más prestigiosos son los que más narco- dólares lavan y los que más dinero robado guardan; las industrias

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