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El Alma De Hierro


Enviado por   •  4 de Marzo de 2014  •  637 Palabras (3 Páginas)  •  407 Visitas

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M uchos años antes de que Marco Tulio Cicerón naciera, los pueblos de Italia sometidos habían tratado de poner fin a las injusticias de que eran víctimas bajo el dominio de Roma. Flacus, su dirigente, trató de obtener privilegios para ellos, mas no lo consiguió. Todos eran regidos según las leyes de Roma, pero se hallaban indefensos si se declaraba la ley marcial. Los itálicos que servían en el ejército romano, aunque fueran oficiales, podían ser ejecutados a capricho si así lo disponía cualquier consejo de guerra. No tenían derecho al voto, aunque pagaban más impuestos que cualquier ciu-dadano de Roma, y si cualquier recaudador de impuestos venal consideraba que no lo habían sobornado bastante, podía incautarse de toda clase de mercancías. Los pueblos dependientes de Roma estaban obligados a proporcionar soldados al ejército romano en mayor proporción que las familias de la metrópoli. Y aunque los itálicos llegaran a ser oficiales, aun del más alto rango, siempre se les tenía en menor estima que a un simple soldado romano de infantería, a cuya palabra se le daba más valor. Los magistrados con sede en Roma podían apoderarse de lo que quisieran, aun a viva fuerza, y cometer toda clase de atropellos, imponiendo las disposiciones más arbitrarias, insoportables e injustas a los otros pueblos de Roma por el solo hecho de ser ciudadanos romanos. Sólo obteniendo esa ciudadanía podía uno sentirse a salvo de los abusos del ejército, los magistrados y los cónsules. Sin gozar de esa ciudadanía, los hombres eran tratados como perros a merced de sus amos. Hubo un tiempo en que la ciudadanía romana se concedía a todos los itálicos de mérito, sin distinción; pero como en provincias surgió una poderosa clase media, los romanos se sintieron alarmados, ya que se consideraban, por el mero hecho de residir en la ciudad, nobles, patricios y gente de más categoría que no podía ser comparada con los habitantes de otras regiones de la península. A aquella clase media le fue fácil al principio, por su capacidad, talento y, finalmente, por su dinero, el solicitar y obtener dicha ciudadanía, a la que aportaron sus virtudes y su amor por la libertad, cosas más que apreciables en una ciudad que desde hacía tiempo se había vuelto arrogante, corrompida y ahíta de conquistas y de oro. Y la urbe estaba resentida con todos aquellos que creían que todo hombre honrado se merece la libertad y el derecho a disponer de su propia vida sin interferencias del gobierno.

Fue el odio y el temor hacia las virtudes de la clase media provinciana lo que hizo que Roma hiciera muy difícil, si no imposible, el obtener la ciudadanía romana a todo aquel que no tuviera antepasados ilustres, no hubiera nacido en Roma, no estuviera relacionado con los influyentes senadores, despreciara los sobornos y protestara de los impuestos abusivos, cuya recaudación se destinaba a ganarse los votos de la plebe y conceder a ésta ventajas, fiestas en

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