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El Cisma Griego


Enviado por   •  15 de Junio de 2014  •  4.229 Palabras (17 Páginas)  •  328 Visitas

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El Cisma Griego

Las herejías no quebraron la unidad católica de Occidente. En cambio el viejo antagonismo entre la Iglesia católica de Occidente y la Iglesia bizantina de Oriente, provocó en el siglo XI ( 1054) la separación conocida con el nombre de cisma griego.

Una de las causas del cisma, fue la supremacía eclesiástica de los pontífices romanos que impugnaban los patriarcas de Constantinopla; otra fue la divergencia de ritos y el distinto idioma; otra, en fin, fue la falta de relación entre el Occidente y el Oriente, distanciados desde que por la expansión musulmana el Mediterráneo dejó de ser el puente entre Bizancio y la Europa occidental.

En 1054, el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, proclamó la separación total de la Iglesia bizantina, consumándose así de modo definitivo el cisma griego. Esta Iglesia es llamada ortodoxa.

Conflictos con el Pontificado

El Nuevo Imperio

Poco después, Otón volvió nuevamente a Italia. Los príncipes feudales se habían alzado contra el Papa Juan XII y éste de inmediato solicitó su ayuda. El rey entró en Roma en 962, repuso al Pontífice en sus funciones y luego en solemne ceremonia fue coronado como EMPERADOR DE OCCIDENTE.

Así, por segunda vez, la Iglesia restauraba el Imperio. con el fin de conseguir la unidad del Continente

El Emperador y el Papa serían las dos columnas de la nueva Europa Cristiana y se apoyarla mutuamente para imponer el orden en esos tiempos tan calamitosos. El Emperador sería el protector de la Cristiandad, y el Papa, que sólo podía ser elegido contando con su aprobación, apoyaría la autoridad imperial con su prestigio moral.

Lamentablemente estas buenas intenciones no se cumplieron; por el contrario, comenzó desde entonces una lucha que duró más de 200 años para dilucidar la superioridad del Papa o del Emperador: finalmente concluyó con el debilitamiento político de ambos.

Ya desde los primeros momentos hubo complicaciones al ocupar el trono imperial varios excelentes monarcas, pero que tuvieron la constante pretensión de intervenir en los asuntos internos de la Iglesia, creyéndose los amos de la Cristiandad, en vez de sus defensores.

Nicolás II

Por ese tiempo, la Sede Pontificia Romana se hallaba gravemente comprometida. Hasta Carlomagno, los Papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma; luego, con el feudalismo, cayeron bajo la influencia de los señores; y ahora, bajo el Imperio, debían contar con la aprobación de los Soberanos. De esta manera se originaron graves problemas que imponían la necesidad de una doble reforma: independizar la Iglesia de la influencia de los emperadores, y renovar la disciplina interna. Ambas cosas se consiguieron en poco tiempo.

En el año 1059 fue elegido Papa Nicolás II, quien de inmediato reglamentó la elección de los futuros Pontífices: en adelante los elegirían los cardenales, sin necesidad de la aprobación del Emperador. La medida fue muy alabada, pero parecía constituir un desafío al poder Imperial.

Enrique IV y Gregorio VII

De acuerdo al nuevo sistema, en el año 1073 fue elegido Papa el monje cluniacense Hildebrando, quien tomó el nombre de Gregorio VII, destinado a ser el gran reformador y una de las figuras cumbres de la Iglesia.

Hombre culto, piadoso y sumamente enérgico, Gregorio desde el comienzo de su gobierno se sintió llamado no sólo a purificar la Iglesia de todas las fallas, sino además a imponer la supremacía Pontificia sobre todos los reyes y príncipes cristianos.

De inmediato convocó un Concilio que aprobó sus reformas: bajo pena de excomunión se prohibió a los civiles entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia y conceder cargos eclesiásticos. Igualmente se penaba a los clérigos que los aceptaban o que vivían casados.

Numerosos Legados Pontificios se desplazaron por Europa controlando el cumplimiento de estas directivas y deponiendo a los transgresores. Entonces, intervino el Emperador.

Ocupaba el trono imperial Enrique IV, príncipe prepotente y ambicioso, poco dispuesto a perder sus privilegios. En un principio desconoció las órdenes pontificias y siguió confiriendo dignidades eclesiásticas como si nada hubiera pasado. El Papa Gregorio le envió amistosos avisos y luego protestas enérgicas. Finalmente, se vio en la obligación de excomulgarlo, y -cosa nunca vista- lo destituyó de su dignidad imperial.

El resultado fue tremendo: los príncipes alemanes se reunieron en Tribur y apoyaron al Papa desligándose del soberano. Entonces Enrique, viéndose perdido, se dirigió a Canosa, en el norte de Italia, en donde se encontraba el Papa, para pedirle el levantamiento del castigo. Gregorio, luego de tres días de espera, le concedió el perdón y lo restituyó en el trono. Su triunfo parecía completo.

Con todo, la lucha aun prosiguió unos años hasta que con el "Concordato de Worms" se llegó a un acuerdo: el Papa y el Emperador reconocían su independencia en sus respectivas esferas.

Ocaso Político Pontificio

Felipe IV el Hermoso fue el tercer gran Capeto. Muy distinto de su abuelo San Luis, fue un príncipe inteligente y emprendedor pero ambicioso, astuto desprovisto de escrúpulos y decidido a imponer su gobierno personal sobre todos los señores del reino.

Su política absolutista le enemistó gravemente con la Iglesia. El Papa Bonifacio VIII se vio obligado a excomulgar al monarca por su entrometimiento en los asuntos internos de la Religión. Entonces Felipe dio un golpe atrevidísimo: envió tropas comandadas por su canciller GuillermoNogaret y el caballero romano Sciarra Colonna, al pueblo de Anagni, cerca de Roma, donde se hallaba el Pontífice, y se apoderó de él tratándolo indignamente. El Papa fue luego liberado por el pueblo romano, pero murió de pesar a los pocos días. Este vergonzoso atentado señaló realmente el ocaso del poderío político del Pontificado.

Con el atentado de Anagni, del que ya hablamos, a raíz del conflicto entre Felipe el Hermoso y Bonifacio Vlll, se clausuró el brillante poderío que los Papas hablan mantenido sobre toda la Cristiandad durante la mayor parte de la Edad Media.

Destierro

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