El filósofo Aristipo
robertojaimesTutorial17 de Febrero de 2012
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Introducción
El filósofo Aristipo, discípulo de Sócrates, víctima de un naufragio, fue arrojado a las costas de la
isla de Rodas y al advertir unas figuras geométricas dibujadas en la arena, cuentan que gritó a sus
compañeros: «Tengamos confianza, pues observo huellas humanas.» En seguida se dirigió a la
ciudad de Rodas y se encaminó directamente hacia el gimnasio. Allí empezó a discutir sobre temas
filosóficos y fue objeto de numerosos regalos que no solamente le sirvieron para equiparse él de
manera distinguida, sino que también suministró a sus compañeros vestidos y todo lo necesario
para vivir. Sus compañeros quisieron regresar a su país de origen y le preguntaron si quería darles
algún mensaje para su casa. Les ordenó que dijeran: «Es preciso equipar a los hijos con
provisiones y recursos que permitan ponerse a salvo a nado, incluso en un naufragio.»
Efectivamente la auténtica protección de la vida es la que permanece intacta ante los golpes
adversos de la fortuna, ante los cambios políticos y ante la devastación de una guerra. Teofrasto
corrobora igualmente esta opinión y exhorta que es mejor ser sabios que poner toda nuestra
confianza en el dinero; se expresa así:
«Solamente el hombre sabio no se siente extranjero en países lejanos, sólo él cuenta con
numerosos amigos aunque haya perdido a sus familiares y parientes; en cualquier ciudad se
comporta como un ciudadano más y sin ninguna clase de temor está capacitado para subestimar
los infortunios; quien piense que la verdadera protección la dan únicamente las riquezas y no las
ciencias, es como sí marchara por caminos resbaladizos y, con toda seguridad, será victima de una
vida inestable e insegura.»
En parecidos términos se expresa Epicuro: «La Fortuna regala a los sabios muy pocos dones; lo
realmente importante y necesario es bien administrado por las reflexiones de su espíritu y de su
entendimiento.» Otros muchos filósofos han corroborado esta misma opinión; y también los
antiguos poetas griegos que escribieron comedias y que en sus versos, cuando son declamados en
el teatro, reflejan este mismo parecer; podemos citar a Eucrates, Quiónides, Aristófanes, y sobre
todo a Alexis, quien afirmó que los atenienses eran merecedores de las más elogiosas alabanzas,
pues así como las leyes de otras ciudades griegas obligan a que los hijos alimenten a sus padres,
en Atenas solamente obligan a alimentar a aquellos padres que han instruido a sus propios hijos en
las artes (Parece referirse a una ley dictada por Solon, en torno al 594 a. C.). Todos los dones que
concede la Fortuna, ella misma los quita con suma facilidad, pero la ciencia que se graba en el
entendimiento no se desvanece con el paso del tiempo, sino que permanece estable hasta el fin de
la vida. Por ello, me siento profundamente agradecido a mis padres ya que, obedeciendo las leyes
de los atenienses, pusieron toda su preocupación y cuidado en que yo me instruyera en un arte
que no puede cultivarse sí no es gracias a una educación completa y a un total conocimiento de
todo tipo de instrucciones. Paulatinamente se fueron acrecentando mis conocimientos de las artes
prácticas, gracias al cuidado de mis padres y a las enseñanzas de mis maestros; me resultaban
gratificantes los temas de erudición, de aplicación técnica y con la lectura de libros equipé y
enriquecí mi espíritu; el mayor beneficio es no crearse necesidades y aceptar que la mayor riqueza
Los diez Libros de Arqutiectura
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consiste en no desear nada. Algunos quizás opinen que estas reflexiones son algo nimio y que
realmente son sabios los que poseen mucho dinero. Así, la mayoría, esforzándose por lograr este
objetivo, han alcanzado la fama sumando a sus riquezas una gran audacia.
Pero yo, ¡OH César!, nunca consideré mi dedicación al arte como un trampolín para conseguir
dinero, sino que más bien he preferido la pobreza con una vida honrada a las riquezas que se
consiguen con trampas y deshonras. Hasta el presente he logrado muy poco reconocimiento, pero
con la publicación de estos volúmenes espero que mi nombre se perpetúe en los siglos venideros.
No debe causar ningún asombro que yo sea un verdadero desconocido para muchos. Los demás
arquitectos andan suplicando y litigando con objeto de conseguir obras, pero a mí me han
enseñado mis preceptores que es más conveniente emprender una obra cuando te vienen a buscar
y no cuando tú vas suplicándola y mendigándola, pues el talento noble y sincero se altera por la
vergüenza de solicitar una obra que puede ser objeto de sospecha, ya que siempre se busca a
personas generosas y no a los que simplemente se limitan a recibir nuestra ayuda. Efectivamente,
¿no habrá motivo para pensar que un ciudadano sospeche que se le solicitan gastos de su propio
patrimonio para el propio interés y provecho del demandante?, ¿no juzgará que se va a desviar en
beneficio de la otra persona? Por ello, nuestros antepasados encargaban, en primer lugar, sus
obras a arquitectos que gozaban de estima por pertenecer a familias distinguidas y, sólo
posteriormente, averiguaban si habían recibido una buena educación, pues estaban convencidos
que se debía confiar en la modestia de las personas honestas y no en la audacia de los arrogantes.
Los mismos arquitectos enseñaban exclusivamente a sus propios hijos o parientes y educaban
como hombres de bien a quienes les eran confiadas, sin recelar, grandes cantidades de dinero de
los edificios más complejos.
Cuando observo que el prestigio de esta ciencia tan noble está en manos de personas carentes de
los mínimos conocimientos, de inexpertos, e incluso de individuos que no tienen la más mínima
idea ni de arquitectura ni de construcción, no puedo menos que elogiar a aquellos padres de familia
que, alentados por la seriedad de su erudición, deciden construir por sí mismos; antes que confiar
en personas inexpertas prefieren valerse por sí mismos, para gastar su dinero siguiendo su propia
voluntad y no confiar en el capricho de personas ajenas. Nadie se atreve a hacer en su propia casa
un trabajo de artesanía, como pueda ser de zapatero, de batanero o cualquier otra actividad que
sea fácil de practicar, pero sí se atreven a ejercer de arquitectos, porque las personas que profesan
la arquitectura se auto definen con toda facilidad como arquitectos, cuando en realidad ignoran este
arte auténtico. Por todo ello, me he decidido a escribir, con todo el cuidado posible, un estudio
completo de Arquitectura, con todas sus normas, en la convicción de que mi trabajo será
positivamente reconocido por todos. Y ya que en el libro quinto he tratado sobre la situación más
ventajosa de los edificios públicos, en éste iré explicando la teoría de los edificios privados. Y la
simetría de sus proporciones.
Capitulo 1. Las condiciones climáticas y la disposición de los edificios
Los edificios privados estarán correctamente ubicados si se tiene en cuenta, en primer lugar, la
latitud y la orientación donde van a levantarse. Muy distinta es la forma de construir en Egipto, en
España, en el Ponto, en Roma e igualmente en regiones o tierras que ofrecen características
diferentes, ya que hay zonas donde la tierra se ve muy afectada por el curso del sol; otras están
muy alejadas y otras, en fin, guardan una posición intermedia y moderada. Como la disposición de
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la bóveda celeste respecto a la tierra se posiciona según la inclinación del zodíaco y el curso del
sol, adquiriendo características muy distintas, exactamente de la misma manera se debe orientar la
disposición de los edificios atendiendo a las peculiaridades de cada región y a las diferencias del
clima. Parece conveniente que los edificios sean abovedados en los países del norte, cerrados
mejor que descubiertos y siempre orientados hacia las partes más cálidas. Por el contrario, en
países meridionales, castigados por un sol abrasador, los edificios deben ser abiertos y orientados
hacia el cierzo. Así, por medio del arte se deben paliar las incomodidades que provoca la misma
naturaleza. De igual modo se irán adaptando las construcciones en otras regiones, siempre en
relación con sus climas diversos y con su latitud.
Todo ello lo debemos observar y considerar a partir de la misma naturaleza, e incluso nos sirven de
testimonio los miembros y cuerpos de las personas. En los lugares donde el sol calienta
moderadamente, los cuerpos poseen una temperatura templada; en los lugares que son muy
cálidos por su proximidad al curso del sol, éste con sus rayos abrasadores absorbe su humedad;
por el contrario, en las regiones frías, muy distantes del mediodía, la humedad no queda absorbida
por completo, debido al escaso calor de los rayos solares y, además, el aire fresco, más
corpulentos e incluso el tono de su voz es más grave. De aquí que los pueblos que habitan en las
regiones
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