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El tratamiento de las bubas en el “Hospital Real del Amor de Dios”


Enviado por   •  7 de Abril de 2013  •  Trabajos  •  2.756 Palabras (12 Páginas)  •  590 Visitas

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El tratamiento de las bubas en el “Hospital Real del Amor de Dios”

Debido a que el concepto que hoy en día tenemos de un hospital -establecimiento dedicado exclusivamente a la curación de las enfermedades- es muy diferente a la connotación que se le daba a principios de la época colonial, comenzaremos por señalar brevemente su descripción. La palabra hospital deriva del latín hospitalis, que quiere decir afable y caritativo con los huéspedes, aunque también está ligada al vocablo hospitium, o sea hospicio, que quiere decir: casa destinada a recoger huérfanos y albergar hambrientos, caminantes, inválidos, viejos y enfermos, encargándose adicionalmente de su salud.

De ahí que durante el virreinato un hospital funcionara, a veces, como hospedería para alojar necesitados y peregrinos que dejaban sus hogares para visitar los grandes santuarios de la cristiandad, y en otras como orfelinatos o asilos para enfermos; aunque por lo regular desempeñaron ambas funciones de manera simultanea, porque en ese tiempo no había especialización ni exclusividades en las actividades, pues lo que la caridad pretendía era dar auxilio a todos los necesitados, recibiendo en sus hospitales a todo aquel que requiriera de su apoyo.

En sus inicios la obra hospitalaria estuvo dirigida por ordenes religiosas, reyes, virreyes, obispos, nobles, clérigos, indios principales y algunos acaudalados filántropos que convencidos de que la caridad era la virtud esencial del cristiano, entregaron sus bendiciones y su dinero para la fundación y sostenimiento de los hospitales sin exigir nada a cambio, pues sólo realizaban esas obras movidos por un fuerte sentimiento de humanidad. Los beneficiados, por su parte, agradecían las ayudas recibidas con oraciones y la celebración de misas y responsos que favorecieran la salvación de las almas de sus donadores.

Entre los iniciadores de esta practica hospitalaria estuvo el obispo y primer arzobispo de México, Fray Juan de Zumarraga, quien, en el año de 1534, al tener a su cargo la erección de la catedral metropolitana se impuso la tarea de realizar obras de caridad dentro de su diócesis, tal como lo dictaba la tradición protectora europea. Una de esas labores fue la construcción y administración de un hospital, pero sin especificar aún cuál debía ser éste, pues la situación sanitaria de la naciente ciudad y de los miembros de su sociedad era demasiado difícil como para resolver a que grupo de desvalidos asistiría.

No obstante, esa indecisión se destinó a la construcción del nuevo edificio el noveno y medio de los diezmos catedralicios, las rentas de las encomiendas del pueblo de Ocuico, Michoacán, y el dinero que obtuvo del alquiler de las casas del arzobispado. Con esos ingresos terminó de construir el hospital en los terrenos que pertenecieron a las casas obispales primero, y arzobispales después (actualmente ocupadas por la antigua Academia de San Carlos). Finalmente, tras muchos inconvenientes económicos quedó concluido un establecimiento que recibió y consoló a los enfermos de la localidad que padecieron males veneros, especialmente la dolencia de las bubas o mal gálico. El nosocomio abrió sus puertas el 23 de agosto de 1539 bajo el nombre de Hospital Real del Amor de Dios u Hospital de las Bubas, colocado bajo la protección de los santos médicos Cosme y Damián, cuyos medallones fueron colocados a ambos lados de la puerta principal del edifico. Allí el arzobispo de México convivió con los enfermos, consolándolos, velando por su bienestar con toda la diligencia y caridad espiritual, y aún curándolos con sus propias manos.

Zumarraga compadecido de esos desamparados, había decidido fundar un hospital dedicado exclusivamente a ellos, sin importar a que sexo o clase social pertenecieran, ya que la enfermedad de las bubas o sífilis afectaba tanto a la gente ilustre y cortesana como a los naturales, pues por ser un padecimiento sumamente contagioso podía aparecer en cualquier momento del año y no únicamente en ciertos periodos como sucedió con las epidemias.

La situación de esos enfermos fue extremadamente dolorosa, no hubo sitio en que se les acogiese ni en donde se les diesen los auxilios médicos elementales, pues ninguno de los tres principales hospitales que en esos momentos existían en la Nueva España -el Real de San José de los Naturales, el de Santa Fe de los Altos y el de Nuestra Señora de la Concepción-, contaron con la capacidad ni la posibilidad hospitalaria para recibir a los bubosos o sifilíticos, los cuales eran rechazados y vistos con asco y verdadero pavor, no sólo por lo contagiosos de su enfermedad, sino también por la forma en que la habían adquirido, pues en el contexto de la moral cristiana las enfermedades venéreas recibieron la connotación del castigo divino por haber trasgredido las reglas celestiales al realizar la actividad sexual ilícita y cometer los pecados de bigamia, adulterio y prostitución, Sin embargo, aunque esta enfermedad fue un problema importante para la sociedad novohispana no tuvo el alcance trágico que en esos momentos se generó en Europa al haber diezmado notablemente a su población.

En el México colonial el mal de las bubas también llamadas morbo o mal gálico, morbo índico, grosse vérole, mal español, sarna española o sarampión de las Indias, fue considerado como una “enfermedad nueva” porque no había descripciones de ella en los textos clásicos de medicina. Su rápida difusión, contagiosidad, y el ser juzgada como enfermedad venérea, provocó una gran cantidad de controversias acerca de su causa y su cura; sobre la primera se decía que había surgido debido a la conjunción planetaria entre Saturno y Marte, al contacto sexual entre personas sanas y leprosos, a la unión deshonesta y libidinosa de las mujeres de las nuevas regiones con los españoles, al castigo divino, etc. En cuanto al tratamiento, también hubo diversas opiniones entre los facultativos de la época porque ignorando que era “enfermedad nueva” se esforzaron en enmarcarla entre las habituales endémicas, o bien en asociarla, por sus manifestaciones de tipo cutáneo, a otras ya conocidas como la lepra, la sarna, y el sahafati de Avicena.

Fue así que debido a sus confusas expresiones clínicas y a que las principales manifestaciones estaban localizadas en la piel, algunos galenos comenzaron a tratarlas, de forma empírica, a través de las unciones de azogue o mercuriales; sin embargo, como éstas eran sumamente venenosas y no siempre se obtenían los mismos resultados, optaron por sustituirlas por la medicina vegetal de la que los aborígenes se servían para curar varias enfermedades, pues sí era verdad que, como muchos afirmaban, la dolencia

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