Entorno Socioeconómico De Mexico
lord_raz4 de Octubre de 2013
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UNIDAD III Antecedentes de la estructura socioeconómica de México (1910-1970)
intensa actividad agrícola; y se dan, desde luego, las migraciones definitivas que
culminan con el avecinamiento de los migrantes en los centros urbanos. Además,
es relativamente común que estos tipos de migraciones se combinen y las que son
intermitentes terminen por convertirse en definitivas.
Lo cierto es que este fenómeno ha contribuido sustantivamente al incremento
poblacio-nal de las concentraciones urbanas, mismas que no se podrían explicar por
la vía del crecimiento natural de su población (piénsese en el caso de la ciudad de
Monterrey antes descrito). Y, a la inversa, tampoco se podrían explicar los
comportamientos de la población de muchas zonas rurales, que por la vía del
crecimiento natural tendrían más habitantes de los que los registros indican. En
muchos municipios rurales la población registra niveles de estancamiento o de
disminución de su población, cuyas tasas de crecimiento medio anual difieren de las
tasas de crecimiento natural, i
3.2.3 Distribución de la tierra
Como vimos en el apartado 3.1.3, el modelo primario exportador dio lugar al
establecimiento de los latifundios y las haciendas como grandes extensiones de
propiedad privada, que eran a su vez unidades económicas de cierto dinamismo y
cuyos productos estaban destinados en buena medida a la exportación. Nos
referimos, también, cómo a finales del siglo XIX se dio una tendencia a favorecer su
desarrollo, en número y extensión, porque los cambios en el sistema económico
internacional habían hecho que los países industrializados demandaran más productos
primarios y estas unidades eran consideradas las empresas más
productivas y eficientes al respecto.
Para apoyar este desarrollo, el gobierno federal emitió
una serie de decretos, a partir de los cuales se podían
colonizar (privatizar) una serie de extensiones que cumplieran
con los requisitos de «terrenos o lotes baldíos». Amparados en
la nueva legislación y denunciando tierras y lotes baldíos por
muchas partes, los hacendados y latifundistas con frecuencia
extendieron sus propiedades sobre los terrenos de las
comunidades indígenas, creando así una tensión, entre éstas
y aquéllos, que poco a poco se fue agravando.
También se realizó la privatización de terrenos en lotes
que eran entregados a los jefes de familia en forma individual,
situación que con el paso del tiempo sirvió para facilitarle a los
hacendados el crecimiento legal de sus propiedades. Los
campesinos con lotes que vivían en condiciones difíciles o
pasaban por malos momentos, eran presas fáciles de los
grandes propietarios, que en ocasiones eran indirectamente
los causantes de dichas condiciones.
Así se dio una política de concentración de la tierra en pocas
manos, cuya otra cara fue el despojo amplio de muchas
comunidades indígenas y campesinas. Esto fue creando las
condiciones para el descontento
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Estructura social
rural, que creció hasta estallar y formar parte fundamental de la Revolución
Mexicana de 1910. El ejemplo más claro de este descontento y de esta
participación revolucionaria lo constituye el Ejército Libertador del Sur y Centro,
encabezado por su general en jefe, Emiliano Zapata.
En 1917, las fuerzas carrancistas optaron por aceptar la demanda agrarista
de los campesinos morelenses, como una forma de desmantelar el movimiento
armado de esta región. El espíritu de ésta, liquidar los latifundios y realizar un
reparto agrario, quedó plasmado, aunque de no muy buena gana, en la
Constitución Política de la nación, hecho que a largo plazo alteraría la forma en
que la distribución de la tierra se había estado dando.
Pero en realidad, tanto la liquidación de las grandes propiedades como el
reparto a los campesinos fue muy lento y reducido. Del periodo presidencial de
Carranza (1915-1920) al de Abelardo Rodríguez (1932-1934), es decir, en 19 años,
se repartieron 11 '580,833 hectáreas. La cifra puede parecer grande, pero frente a
la demanda real de tierra era poco significativa. La tibieza de tal ejecución se
debió a que los gobiernos continuaron protegiendo a los latifundios y a las
haciendas porque las consideraban las unidades económicas más productivas y
eficientes, ya que generaban importantes divisas al país vía sus exportaciones.
Durante el sexenio cardenista (1934-1940), la concepción del reparto cambió
y la entrega misma de tierras se realizó en forma masiva y acelerada. En sólo
seis años, Cárdenas entregó 18'786,131 hectáreas. O sea, muchas más que
todos sus antecesores juntos. Cárdenas concebía al campesinado como una
clase capaz de crecer y acrecentar su potencial económico, de tal manera que se
podría encargar de abastecer el mercado interno y de llegar a participar eficientemente
en el mercado externo. De ahí que la banca de fomento a la producción
agropecuaria comenzó a funcionar también en este sexenio e incluso, en
ocasiones, aparejada al proceso de dotación ejidal.
El reparto agrario cardenista cambió el panorama del campo mexicano; con él
las sociedades campesinas adquirieron los recursos que les permitieron
reordenar y estabilizar su situación económica. Con esta nueva estabilidad
rural, el campo mexicano pudo participar como el principal abastecedor de
granos básicos baratos de consumo popular por muchos años. Éste fue el
papel que la nueva orientación económica les asignó al optar por la
industrialización del país como forma para salir de la dependencia y alcanzar un
desarrollo nacional similar a los países ya industrializados.
Un cuarto de siglo después, debido a la transferencia
permanente de recursos que sirvieron para impulsar el
crecimiento industrial, la economía de las sociedades
campesinas padecía un fuerte deterioro. Con esta política
económica, los ingresos de la población rural disminuyeron
considerablemente. Esto se debió, como ya hemos señalado,
al congelamiento de los precios de garantía de los productos
agrícolas, mientras que, por el contrario, los precios de los
productos industriales no sufrieron una contención similar. Al ir
ingresando cada vez más las comunidades campesinas al mercado
interno, sufrían un doble tajo por la desigualdad en el
intercambio; uno como vendedores de productos primarios y
otro como consumidores de bienes de fabricación industrial
UNIDAD III Antecedentes de la estructura socioeconómica de México (1910-1970)
Para hacer frente a sus necesidades de sobrevivencia, que aumentaban también con el crecimiento
de sus poblaciones, los campesinos optaron por extender sus áreas de cultivo. Pero, para este
momento, las comunidades rurales tuvieron que enfrentar a un nuevo enemigo: la pequeña propiedad
inafectable. Ésta pertenecía a un sector de la clase capitalista que había crecido mucho desde 1941,
pues la mayor parte de las grandes obras de riego hechas por los gobiernos se destinaron a la
propiedad privada y no a la ejidal.
El neolatiñmdio, como se le llamó, creció por el campo mexicano disputándole de manera ventajosa a los
campesinos las mejores tierras y los apoyos del Estado. La política económica industrializadora
priorizaba los cultivos comerciales de exportación que se hacían principalmente en propiedades no
ejidales. En realidad, la concepción cardenista de los campesinos y el ejido se abandonó desde 1941,
año en el que se restituyó la idea de que los productores agropecuarios productivos y eficientes
eran los privados.
En esa dinámica, la extensión de las superficies de cultivo se hizo cada vez más difícil. La tierra, como
recurso limitado, se fué haciendo cada vez más insuficiente, la presión sobre la misma aumentaba y
los apoyos gubernamentales no llegaban a los productores de granos básicos. Los campesinos sin
tierra, que no habían desaparecido, comenzaron a incrementarse por miles y, junto con los
minifimdistas, renovaron -pues no había concluido- la añeja tradición campesina de lucha por la
tierra, por lo que ésta volvió a ser la demanda central del campesinado mexicano.
Para controlar esta situación el Estado utilizó la represión y el desalojo de las invasiones de los
campesinos a las propiedades privadas. Pero la presión campesina continuó presente y obligó en
repetidas ocasiones a apresurar el reparto agrario, mismo que sirvió como una forma de contención al
descontento rural. No es casual que la intensidad en el reparto de tierras haya seguido los ritmos que
tuvo. (Aunque el reparto agrario durante el sexenio 1970-1976 se analizará con más detalle en el
apartado 4.1.4, hemos considerado conveniente adelantar algunos datos con el fin de que se tenga una
visión más global del problema.)
Como puede observarse, después de 1940 el reparto descendió significativamente. Dieciocho años
después, la presión campesina
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