Eric Hobsbawm
Belenlio23 de Febrero de 2014
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La obra de Hobsbawn cubre la época comprendida entre 1789, fecha inicial de la Revolución francesa, y 1848, año en que se comienza un segundo periodo revolucionario de menor entidad de nuevo principalmente en Francia, a la vez que viene a coincidir con el fin del primer periodo de la llamada "revolución industrial" inglesa.
Piensa acertadamente el autor que estas dos revoluciones, la francesa en lo político y la inglesa en lo económico, son los acontecimientos más influyentes en la configuración de una nueva sociedad que desbanca al "antiguo régimen" y marca el inicio de una nueva era. En cierto modo, esta obra es una historia universal, que centra su atención en estos dos acontecimientos por ser considerados como el principal motor de la dinámica histórica universal. Por eso, engloba a todo el mundo, pero dedicando a cada zona una atención proporcional a la influencia que en este periodo acusó estas dos revoluciones.
Hobsbawm aclara, desde el principio, que "este libro no es una narración detallada, sino una interpretación" (p. 11). La línea principal sobre la que va a basar su interpretación queda trazada cuando señala que, del periodo inmediatamente anterior al aquí contemplado, "sólo necesitamos observar que las fuerzas sociales y económicas, y los instrumentos políticos e intelectuales de esa transformación ya estaban preparados" (p. 17). Es decir, que el verdadero protagonismo de la historia queda en manos de la dinámica —"las fuerzas"— social y económica, siendo los demás acontecimientos, incluidos las corrientes intelectuales, meros instrumentos de aquélla. Hobsbawm se acerca más a la teoría marxista que considera a las relaciones de producción como único factor generador del cambio histórico —siendo todo lo demás "superestructura"—, cuando, a lo largo de su obra, tiende a identificar a "las fuerzas sociales y económicas" como fuerzas "de clase".
Es el mismo acontecer histórico el que se identifica totalmente con esta visión de Marx. La explícita reducción de lo social a lo económico —la división en clases como primera manifestación de la "alienación económica"—, aunque apuntada someramente en algún lugar, no se pone de manifiesto, pues impide toda explicación del hecho de que los focos de las revoluciones política y económica fueron distintos, y en cierto sentido contrapuestos: el foco de la revolución política —Francia— fue, y así consta en la obra, una de las naciones occidentales en las que más lentamente se abre paso el cambio económico; mientras que el foco de la revolución industrial —Inglaterra— es una de las naciones en la que los cambios sociopolíticos van sucediéndose con más lentitud.
Siguiendo su propia línea argumental, Hobsbawm ya desde el principio quiere hacer notar, adelantando conclusiones, que dentro de la incipiente nueva sociedad burguesa ya estaban apareciendo, y provocadas por ella, las fuerzas de signo opuesto —"las fuerzas e ideas que buscaban la sustitución de la nueva sociedad triunfante" (p. 20)—: la "reacción". Parece asumirse aquí la dialéctica histórica —noción hegeliana recogida por Marx— que propugna que todo momento histórico lleva en sí el germen de su contradicción.
Hobsbawm identifica esa reacción con "la ideología socialista revolucionaria y la comunista". Pero, si en 1789 las fuerzas del cambio estaban ya preparadas en al menos dos naciones, medio siglo no bastaba para preparar las nuevas fuerzas. A eso atribuye el autor el fracaso de los levantamientos de 1848: era demasiado pronto.
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