Estado Mexicano
dilulu23 de Febrero de 2015
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La intervención del estado en la economía
A lo largo de la historia del pensamiento económico se discuten, desde hace varios lustros, los mismos temas. Y frente a un discurso que llama a prescindir de la participación estatal en todos los órdenes; aparecen otros que apuntan a la necesidad de buscar eficiencia, eficacia y economía en la prestación de los servicios o producción de bienes de parte del Estado, reforzando los lazos sociales fragmentados y procurando reducir las desigualdades.
Esta situación se complica aún más en la actualidad donde a las discusiones acerca del rol que debe asumir el Estado, se le suma que la sociedad actual es, en palabras de Garretón, “más una sociedad de ruptura que un tipo societal cristalizado como… lo fue la sociedad feudal o…la industrial”. Y visualiza la sociedad de hoy como la combinación de dos tipos: uno es la sociedad industrial organizada en torno a la figura del estado nacional con otro que aún no cuenta con instituciones que le sean propias. Ello se origina en dos fenómenos fundamentales: la globalización, que tiene dimensión económica y fundamentalmente financiera, cultural y básicamente comunicativa, y política, caracterizada por el debilitamiento del Estado en manos de las dos fuerzas anteriores; y, como respuesta a esta, la afirmación de las identidades (Garretón, 9-12).
Ahora bien, el Estado intenta reafirmar su poder a través de instituciones supranacionales, y en ese camino socava, su soberanía; y en su esfuerzo por restaurar la legitimidad, descentraliza el poder administrativo a niveles regionales y/o locales, reforzando la desconfianza porque parece estar perdiendo su poder (Castells, 271). Un dilema que complica aún más cualquier decisión de cambio estructural.
Es que “el mundo ya no presenta el aspecto de totalidad; parece más bien un campo de fuerzas dispersas y desiguales”. Al Estado “no se le permite entrometerse en la vida económica…la única tarea que se le permite…y se espera que cumpla es mantener el “presupuesto equilibrado”, dirá Bauman al analizar las consecuencias humanas de la globalización. Y así se lo reduce a la función útil de una “estación de policía local, capaz de asegurar el mínimo de orden necesario para los negocios, pero sin despertar temores de que pueda limitar la libertad de las compañías globales” (Bauman, 79-92).
Habermas, por su parte, analiza las presiones que ejerce la globalización sobre los gobiernos nacionales, e indica que en este contexto los estados están perdiendo el poder de movilizar todos los mecanismos disponibles de conducción de la economía interna, de estimular el crecimiento y asegurar de tal forma las bases vitales de su legitimación, y enumera las razones de la erosión de sus prerrogativas propias:
1) pérdida de autonomía: un Estado ya no cuenta con fuerza como para brindar a sus ciudadanos la protección adecuada frente a los efectos externos de contaminación, crimen organizado, tráfico de armas, epidemias, riesgos de seguridad asociados a la tecnología.
2) los Estados-nación están insertos institucionalmente en una red de acuerdos transnacionales y así cada vez son más las decisiones políticas que se sustraen de la opinión y voluntad democráticas nacionales.
perdida de la autosuficiencia funcional de la economía nacional.
Y en la medida en que es mayor la necesidad reponer los agotados presupuestos del Estado para impulsar el crecimiento, más difícil le resulta hacerlo como consecuencia de dicho debilitamiento (Habermas).
En este contexto, adquiere importancia la necesidad de introducir conceptos como eficiencia, eficacia y economía vinculados a la actividad del Estado en cuanto prestador de servicios o productor de bienes.
El rol que le asignan las escuelas del pensamiento económico al Estado
Las y la relación que debe tener el mercado con el Estado varía entre una escuela y otra del pensamiento económico. Y aún en el seno de una misma corriente presenta distintos matices.
No caben dudas que las diferentes respuestas se encuentran influenciadas por el contexto histórico en el que se desarrollan como por posturas ideológicas e intereses económicos.
A partir de mediados del siglo XVI, los mercantilistas reclamaban la presencia de gobiernos fuertes y unitarios que permitieran la consolidación de los estados nacionales. Mientras algunos creían que bastaba con acumular oro y plata para garantizar la riqueza individual y nacional; otros impulsaron a sus estados a la expansión del comercio y el dominio de los mercados (Burkun y Spagnolo, 26-27).
Frente a esto, los fisiócratas buscarán la eliminación de toda traba que impidiese el funcionamiento del orden natural establecido por Dios para bienestar de los hombres. A partir de allí, propugnarán la no intervención del Estado en la resolución de los problemas económicos. Entre los siglos XVIII y XIX, la escuela clásica adoptará el orden natural como principio de racionalidad y profundizará algunos aspectos de la relación entre el gobierno y los mercados privados. Se trata de una escuela liberal y, en tanto, no intervencionista ya que el capitalismo encarnará para ella las nociones de libertad e igualdad (Burkun y Spagnolo, 28-30).
El marxismo constituyó otra de las respuestas al rol del Estado en economía. Para Marx, el intervencionismo era necesario para mantener el funcionamiento de la relación de explotación entre capitalistas y trabajadores, y se explicaba en la necesidad de articular las voluntades individuales y controlar los conflictos que amenazaban la continuidad del sistema. (Burkun y Spagnolo, 36)
El keynesianismo en los años treinta significó la generalización del Estado de Bienestar entendido como el conjunto de acciones públicas tendientes a garantizar a todo ciudadano de una nación el acceso a un mínimo de servicios que mejore sus condiciones de vida.
Luego de la segunda guerra mundial, las teorías sobre el desarrollo partieron de la premisa de que el sector público podía utilizarse para consolidar el cambio estructural necesario por aquel entonces, cambio principalmente vinculado al requerimiento de una rápida industrialización. Las décadas siguientes aparejaron un papel activo de parte del Estado (Evans, 529). A lo largo de la mayor parte del siglo XX tanto los sistemas capitalistas como los socialismos reales experimentaron un persistente crecimiento de lo público. Las políticas neokeynesianas adoptadas implicaron un incremento de su papel regulatorio y las tendencias socializantes dominaron el escenario político de varios países europeos y condujeron a un creciente papel empresarial del Estado. (Oszlak, 50).
La crisis económica de los años setenta alteró la perspectiva de la intervención pública. La llamada crisis del petróleo introdujo la concienciación de que la sobredimensión del Estado había contribuido al desequilibrio financiero mundial. Una nueva corriente ideológica marca así la década de los ’80. Palabras como gigantismo, hipertrofia, macrocefalismo comienzan a ser utilizadas para referirse a esta aparente sobreexpansión de la intervención estatal (Oszlak, 51-52). De esta manera se entra en una etapa de crecimiento de las desigualdades y el desempleo (Rosanvallón, 111-112).
El resurgimiento de las ideas liberales que, desde los años cuarenta, impulsara Friedrich Hayek tuvieron un contexto favorable y trajeron consigo un cambio radical en el modo de concebir la política económica, y la era reaganiana se caracterizó por la imagen de que el Estado no era la solución sino el problema. Se le atribuyó al exceso de intervención estatal el desempleo masivo, la inflación y la debilidad del crecimiento.
El objetivo fundamental de la política económica neoliberal apuntaba a propiciar el funcionamiento flexible del mercado eliminando todos los obstáculos que se levantan a la libre competencia, haciendo suya la teoría del libre cambio. De esta manera, se aceptó institucionalmente que lo social y lo económico debían seguir distintos carriles y su separación se concibió como la exigencia fundamental para lograr el progreso. “De un lado la eficacia, del otro la solidaridad... Esta disociación fue una de las grandes consignas de los años ochenta” (Rosanvallón, 107-108).
La década de los ’90 fue el escenario en el cual se aplicaron en mayor medida las recetas de ajuste y reducción del papel intervencionista, principalmente en el mundo subdesarrollado (Oszlak, 66-67).
Sin embargo, existen datos que permiten relativizar estos cuestionamientos. “Un estudio comparativo de 115 países a lo largo de 20 años (1960-1980) demuestra que: a) cuando creció el tamaño del Estado creció el PBI, b) también creció el producto bruto no gubernamental, y c) el crecimiento de ambos factores fue mayor en países de menos PBI inicial” (Ram, Rati, Government Size and Economic Growth: A New Framework and Some Evidence from Cross-Section Time-Series Data, The American Review, marzo 1996. Citado por Oszlak, 72).
Considerando que el Estado como tal tiene una función central en el proceso de cambio estructural y que hay ejemplos que revelan que se puede lograr crecimiento con modelos intervencionistas, es que corresponde analizar cómo se llegó a la hipertrofia del Estado benefactor o providencia, cuáles fueron los excesos y cuáles las experiencias positivas que pueden servir como ejemplos a seguir.
A partir de la experiencia en Medio Oriente se entendió que la intervención en la economía ejercida por los estados puede corregir las imperfecciones propias del desenvolvimiento “libre” del mercado y permitir un desarrollo económico con equidad. La intervención
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