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Guerra Yaqui


Enviado por   •  12 de Junio de 2014  •  1.938 Palabras (8 Páginas)  •  360 Visitas

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La Guerra del Yaqui

Antes de la Independencia: Indiferencia y aislamiento

El siglo XIX hizo su entrada y los yaquis siguieron sometidos por las buenas ante una minoría blanca que crecía muy lentamente en el estado de Sonora. Se le conoció con el nombre de Rebelión Yaqui o Guerra del Yaqui, sin embargo, en los principios del siglo XIX alcanzó el nivel de una sublevación de tintes nacionales en la que, junto con los yaquis, también se vieron involucradas las revueltas locales y el apoyo a la causa de las etnias mayo, pima, ópata, seri, eudate, pápago y apache.

En los últimos meses del siglo XVIII los apaches se habían convertido en un serio problema para los novohispanos de Nuevo México y el norte de Sonora y Chihuahua. Arrinconados y cazados en el sur de Estados Unidos, invadían la frontera frecuentemente en Taos, Nuevo México, y San Luis, Colorado en el noroeste, y en Chihuahua, Paso del Norte, Arizpe y Sonora, en el interior de la Nueva España, robando haciendas, diligencias, caravanas mercantes y ganado. La pacificación de los yaquis era, por lo tanto, una prioridad inmediata en Sonora para dedicar todos los esfuerzos a la reducción de los apaches.

La solución a corto plazo fue implementada por Alejo García Conde, gobernador del Estado de Occidente -nombre que tenía entonces la provincia que reunía a los estados de Sonora y Sinaloa -y real visitador, un militar español bastante capaz tanto en lo bélico como en lo diplomático. A este señor tocó la difícil tarea de negociar la rendición de los últimos yaquis partidarios de Juan Calixto que aún resistían en el Bacatete, regresar la jurisdicción a las misiones jesuitas y justificar el traslado de la capital del estado de San Miguel de Horcasitas a Los Álamos. Redujo los latifundios a los colonos ingleses, franceses y estadounidenses que cada vez se hacían más numerosos que los mismos españoles, reconoció la posesión de las tierras del Yaquimi a los yaquis pero les negó el libre paso fuera de dicha zona por medio de un permiso especial y mantuvo siempre una estrecha vigilancia en la zona fronteriza entre estas etnias y los territorios novohispanos.

Con la llegada del nuevo siglo y el derrocamiento de Fernando VII a manos de Napoleón Bonaparte, vino de nuevo la incertidumbre. En Sonora la declaración de Independencia fue recibida con bastante indiferencia; reacción lógica si tomamos en cuenta que más del 60% de la población sonorense era indígena y en nada estaba relacionada políticamente con los criollos imperantes en el centro del virreinato. Incluso se podría decir que Sonora fue contraria a la insurrección: de este estado salieron refuerzos bajo el mando del mismo García Conde para combatir a los insurgentes en Sinaloa, Cosalá y El Rosario. Además, los jesuitas jugaron un papel de moderadores entre las etnias cahitas y las fuerzas insurgentes, aconsejando siempre a los líderes yaquis y mayos a obrar con prudencia, sin decantarse del lado de los realistas de Félix María Calleja pero dándoles a entender que su fidelidad debía estar con Su Majestad Elegida por Dios.

Después de la Independencia: Sentimiento y orgullo nacionalista

La Independencia fue declarada y reconocida y las esperanzas que tenían los yaquis de corregir su situación por medio del nuevo gobierno liberal se desvanecían en el aire. El ahora denominado Gobierno Mexicano trajo medidas en el estado de Sonora aún más preocupantes que las medidas anteriores de los españoles: esta vez un gobierno ajeno a sus propios organismos decretaba el derecho de colonización sobre las tierras del Yaquimi y daba permiso a todo extranjero para levantar poblados dentro de los territorios yaquis; al mismo tiempo expulsaba a las órdenes jesuitas que tantas veces hicieron la función de contención ante el ímpetu yaqui y que se habían enemistado con los federales. Además, después del reconocimiento, México cortó relaciones migratorias con España, pero las abrió con Estados Unidos, y la ola de nuevos colonos comenzó a crecer rápidamente y con ellos, también se sucedían los arrebatos de tierras consentidos por el nuevo gobierno. Cada vez era más notorio el descontento de los indígenas en el Noroeste de México y sin jesuitas que los representaran ante un organismo oficial, sus intereses se veían seriamente amenazados, por lo que optaron por elegir a un representante general por caudillo ante la inminente guerra que se avecinaba de nuevo.

En 1822, recién concluida la Guerra de Independencia, los yaquis eligieron a Juan Ignacio Jusacamea, mejor conocido como Juan Bandera, como lider de todos los yaquis. Este hombre era de caracter algo temperamental, buen administrador y mejor organizador de tropa, y rápidamente comenzó a realizar acciones encaminadas a un conflicto abierto contra el gobierno mexicano: manifestó el deseo de los yaquis de formar una confederación que incluyera a todos los cahitas en un mismo estado consolidado para defenderse de los agravios de los mexicanos y declaró la necesidad de la eliminación sistemática de todos los yoris que habitaran sus tierras. Al mismo tiempo apremió a las diferentes tribus para colocar defensas en los pueblos, en las Guásimas y en el Bacatete, introdujo el uso del caballo y el fusil para toda la tropa, convirtiendo a las milicias indígenas en guerrilleros para todos los terrenos. Esta guerra fue declarada finalmente por ambos bandos en 1825, y los enfrentamientos comenzaron de nuevo en los alrededores del Bacatete, donde los yaquis se fortificaban para de ahí lanzar incursiones contra los diferentes poblados y las rutas utilizadas por los blancos.

Anteriormente, los españoles y los estadounidenses habían empleado una táctica que dió muchos frutos en las Guerras Apaches: utilizaron a exploradores pápagos (tohono o’odham) para rastrear y emboscar a sus irreconciliables enemigos apaches. Ahora, el gobierno mexicano adoptaba la misma medida, reclutando

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