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Guerras Callejeras

liuz21 de Noviembre de 2012

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LAS GUERRAS CALLEJERAS

La transición a la democracia no solo propiciara y radicalizara el cambio histográfico en

el país, sino que por la convivencia, competencia y corresponsabilidad gubernamental

de los principales partidos dicha renovación se ha politizado enormemente. Los

académicos son ahora solo parte del proceso, lo cual resulta comprensible, pues el

meollo de debate es más político que cultural más de control y dominio que de finura

intelectual y de precisión científica. El debate “pleito por la historia “ se le llamo

correctamente comenzó desde la oposición obtuvo sus primeros triunfos electorales, a

nivel municipal, en algunas gubernaturas y el poder legislativo. Dado que el libro de

texto gratuito, principal fuente de nuestra historia, es de responsabilidad federal, ni los

gobernadores ni los presidentes municipales tenían facultades para modificarlos. Por lo

tanto solo les quedaba modificar la nomenclatura urbana para transformar la visión

histórica de sus vecinos que son también sus votantes.

Es obvio que el motivo fundamental de poner nombre a las calles es organizativo, y que

para ello se utilizan las letras del abecedario o los números, ordinales, así como

nombres de países y ciudades, o conceptos biológicos, de flora o fauna, astronómicos y

de la naturaleza, asuntos mitológicos o religiosos y nombres de personajes relevantes

en la ciencia y la cultura local, nacional o mundial. Sin embargo, las actividades,

colonias, calles y plazas tienen también nombres con contenido histórico y político. Este

es el criterio denominativo más significativo y problemático, pues los nombres son

integrados a la crónica urbana y mediante ella a la memoria colectiva y a la conciencia

política. Dicho en palabras muy precisas detrás de esas nomenclaturas inocentes,

naturales a fuerza de familiares, se esconde una estrategia de instrucción publica.

Efectivamente la denominación de ciudades y plazas es una estrategia de formación de

la conciencia ciudadana. Todo partido que alcanza el poder desea permanecer en el, y

para ello debe conquistar el favor y la simpatía de los electores. En este sentido, los cambios en el santoral no son un asunto trivial. Así si el PAN o cualquier otro partido

político léase el PRD tiene en verdad vocación de poder no puede dejar de desafiar el

santoral previo, ni de intentar hacer correcciones históricas.

Así deben entenderse las posturas de algunos alcaldes y de otras autoridades

municipales panistas, como los de Monterrey, Atizapan, Cuidad Juárez y

Aguascalientes, quienes cambiaron o intentaron cambiar el nombre a la Avenida

Constitución, de Monterrey, por el de Antonio I. Rodríguez, promover diputado panista

neoleonés, el de la Avenida Adolfo López Mateos por el de Manuel Gómez Morín, el de

Luis Donaldo Colosio por el de Francisco Villarreal, exalcalde de cuidad Juárez y héroe

local del federalismo económico por instalar casetas de cobro alternativas, por último,

en Aguascalientes los colonos de un barrio supuestamente decidieron ponerle el

nombre del alcalde panista en funciones Alfredo Reyes. El impacto de estos intentos fue

considerable numerosos intentos políticos y agrupaciones sociales se opusieron dichos

intentos. Para unos fue un gesto aldeano y rencoroso producto de la ignorancia

triunfalista para otros fue un mero acto de revanchismo, y para unos más era un intento

por penetrar ideológicamente a la sociedad.

La polémica incluye reclamos, pues hubo quienes exigieron que los ayuntamientos se

ocuparan de establecer mantener

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