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Histori D Inglaterra


Enviado por   •  12 de Agosto de 2014  •  1.697 Palabras (7 Páginas)  •  179 Visitas

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Considerada por autores rancios aunque entretenidos como el brillante momento de eclosión de una personalidad genuinamente inglesa afianzada en siglos posteriores, la época de los Tudor ha hecho correr ríos de tinta y gastado quilómetros de celu- loide. La combinación de personajes singulares y hechos violentos y transcen- dentes ha fascinado a los historiadores de todos los tiempos. Desde que los mismos coetáneos reflejaran tal combinación en unas crónicas que han sido caldo de cul- tivo de brillantes plumas apologéticas como la de William Shakespeare —que, en sus Enrique VIII o Ricardo III, bebe de Edward Hall o Polidoro Virgilio.



Cada momento —y cada nación— ha tenido su manera de analizar la época de los Tudor, y han sido patrimonio de la más estricta contemporaneidad los inten- tos más cientificistas. Del sesgo que caracterizaba a las opciones personales de la historiografía es un ejemplo paradigmático la postura asumida ante el fenómeno

196 Manuscrits 21, 2003 Montserrat Jiménez Sureda

del honrado comercio para un sector de la inglesa, corsarismo para otra facción continental o directamente piratería para los descendientes de los más afectados por ella, ésto es, los españoles, que así calificaban a las severamente enjuiciadas actividades de navegantes como Hawkins o Drake.

El ejemplo de este último viene al pelo para retratar a través de su biografía una pauta de la manipulación de la memoria histórica asumida por ciertos histo- riadores ingleses de viejo cuño al tratar de la época de los Tudor, puesto que toda- vía en algunas selectas boarding schools decimonónicas se mencionaba la divisa que la reina Isabel concedió al ya sir Francis en investirle caballero —el Tu primus cir- cumdedisti me— acompañada del globo terráqueo para obviar la previa hazaña de Magallanes y Elcano en pro del osado patrón del Pelícano.

Claro que un modelo crítico hacia esta época no es —ni fue— exclusivo de la his- toriografía de las naciones que se consideraron amenazadas por su pujanza. Máxime si se cuenta con que en la misma Albión existieron grupos directamente agredidos por el sesgo político de los burócratas de los Tudor. Entre ellos, muchos segmen- tos poblacionales católicos y disidentes de la Reforma, fracciones campesinas per- judicadas por las desamortizaciones y los cercamientos de tierras o una población crecientemente exprimida a base de impuestos para financiar guerras exteriores y el enaltecimiento de los sucesivos monarcas. De ahí que el conocido escritor Anthony Burgess elevara la voz para hacerse oír en medio de los panegíricos y las glosas que celebraron un centenario de la muerte de Enrique VIII. En una serie de intervenciones muy duras, Burgess afirmaba que lo mejor que hizo el gran Harry —como gustaba el rey de ser llamado— fue precisamente morirse.

Durante muchos años, los Tudores han gravitado entorno a las dos grandes figu- ras de Enrique VIII y de Isabel, los miembros de la dinastía con mayor número de estudios dedicados. La insistencia se justifica en la revolución del primero —el gran cambio estructural gestado en tiempos de aquel soberano Barbazul al que algunos recuerdan con rasgos holbeinianos y otros con la fisonomía de Charles Laughton. Y, en el caso de su hija, en la excepcionalidad de un reinado largo, vigoroso y triun- fante que situó a Inglaterra en una rampa de despegue imperial.

Sin embargo, los últimos enfoques dentro de una nueva corriente de historia política que integra factores económicos, sociales, culturales y religiosos en un afán globalizador han abrazado también a los otros componentes menos destacados del linaje. Basta observar los estudios de Storey sobre Enrique VII, los de Jordan sobre Eduardo VI, los de Chapman sobre Juana Grey o los de Jennifer Loach, Robert Tittler o David Loades sobre María Tudor.

Este revisionismo supera la anacrónica tentación de inserirse en la magistra- tura judicial que asaltaba a algunos historiadores centrados en la época, rehuyen- do explicaciones simples a fenómenos tan complejos como el de la reforma anglicana —que llegó a plantearse a modo de corolario de los problemas nupciales de Enrique VIII—, un ejemplo de ponderación en el análisis del gobierno del cual es la obra del

profesor y gran divulgador del monarca J.J. Scarisbrick. Por esta senda —no tan novedosa puesto que una de sus mejores síntesis, England under the Tudors, fue edi- tada por el profesor Elton en 1955— han transitado, además, Steven Gunn, Gwynfor Jones, el modelo básico sobre la economía de Inglaterra que O. Coleman trazó en

La Inglaterra de los Tudor (síntesis de historia política) Manuscrits 21, 2003 197

The economy of England, 1450-1750, la interrelación entre la religión y la econo- mía que contiene The age of Elizabeth de David Palliser o la descripción en The English Reformation de Dickens.

En todos estos casos, se constata la eficacia del empirismo coligado a una bella escritura y a las ganas de aclarar qué pasó, cuándo y por qué, sin dejar que la ads- cripción de cada cual tiña de un excesivo prejuicio las respectivas interpretacio- nes. De modo que resultan volúmenes sugerentes, aunque, por desgracia, no todos se han traducido al castellano o a otra lengua peninsular. Así que no pueden lle- nar una laguna parcialmente cubierta por los análisis de Teófanes Egido sobre la Reforma en Inglaterra, los volúmenes correspondientes que toman a la iglesia como centro de Fliche-Martin, traducciones tipo De la reforma a la revolución de Christopher Hill o monográficos como Fray Bartolomé de Carranza y el carde- nal Pole de Tellechea

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