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Historia: Justo Armas


Enviado por   •  1 de Abril de 2014  •  4.514 Palabras (19 Páginas)  •  472 Visitas

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Justo Armas (Naufrago que llegó a El Salvador) y Maximiliano de Habsburgo (Emperador de México)

NO HAY TESTIGOS, NO HAY FOTOS:

Derrotado por el ejército liberal y reinstaurado Benito Juárez ya en el Gobierno de México, la ley de la época condenaba a Maximiliano a ser ejecutado en un acto público. Sin embargo, para su sorpresa, ROLANDO DÉNEKE se encontró con que la ejecución de Maximiliano había ocurrido en un acto privado y no hay un registro fidedigno de que en realidad ocurriera el fusilamiento que narra la historia oficial y recogen diversas ilustraciones de la época. “En ese tiempo ya existía la fotografía —reflexiona al respecto Deneke—. Se trataba de una ejecución importante, de un personaje importante, debía haber fotografía... pero me llamó mucho la atención que no hubiera ninguna.”

El Arquitecto salvadoreño Déneke, estuvo en México realizando investigaciones con el apoyo de la Fundación María Escalón de Núñez, pero no encontró una prueba contundente de que Maximiliano hubiera sido fusilado. Más al contrario, cada descubrimiento que se sumaba a su acopio de información le hacía pensar con mayor fuerza que la ejecución del derrocado emperador fue fingida.

Abundan las extrañas irregularidades: El pelotón de fusilamiento fue mandado a traer al norte de México, de la zona fronteriza con Estados Unidos —“Eran soldados que no conocían a Maximiliano”, observa Deneke— y la ejecución se atrasó dos veces. Las potencias mundiales pidieron clemencia y tanto el escritor francés Víctor Hugo como el general italiano Garibaldi, ambos antimonárquicos, escribieron a Juárez pidiéndole que perdonara la vida a Maximiliano.

“¡ESTE NO ES MI HIJO…!” _

No hubo piedad, y después del supuesto fusilamiento, el emperador Francisco José de Austria, hermano de Maximiliano, pidió el cadáver a México. En su lugar, recibió una fotografía.

Ante la insistencia austriaca, México puso como condición para devolver el cadáver, que Francisco José reconociera la soberanía mexicana. Lo hizo, pero México se limitó a mandar una segunda foto, sorprendentemente con la imagen de un cadáver distinto al de la primera.

El cuerpo no fue entregado hasta seis meses después de la supuesta ejecución, ocurrida en junio de 1867. El cadáver que llegó en enero de 1868 a Europa no tenía, sin embargo, ningún parecido con el emperador Maximiliano. Más bien parecía el de un hombre mexicano.

Consta en documentos históricos que la madre de Maximiliano, cuando vio el cadáver que llegó a Austria, exclamó: “¡Este no es mi hijo!” El cuerpo tenía la piel morena, ojos negros y nariz aguileña. Maximiliano era de piel blanca, tenía los ojos celestes y lucía una nariz recta. Austria, indignada, pidió explicaciones a México.

La respuesta fue rocambolesca. El gobierno mexicano alegó que al fusilar a Maximiliano los ojos se le habían dañado y que, para no mandar el cadáver sin ojos, le arrancaron los suyos, negros y de vidrio, a la imagen de la Virgen Dolorosa, que todavía existe en la capital mexicana. Según documentos históricos, la madre de Maximiliano se negó a creerlo. Murió defendiendo que el cuerpo que les enviaron, y que fue depositado a los pocos meses en la Cripta Imperial de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena, no era el de su hijo.

Convencido de que la ejecución de Maximiliano jamás ocurrió, Deneke se pregunta el por qué, y acaba apuntando una razón que va mucho más allá de las presiones políticas de las potencias mundiales de la época: tanto Benito Juárez como Fernando Maximiliano eran masones.

La solidaridad entre hermanos masones se impuso al deber político, según la hipótesis de Deneke, basada en el conocido voto y juramento de ayuda mútua que entre sí establecen los masones en los cinco continentes.

Y en esa solidaridad busca también el investigador salvadoreño las causas del posible exilio en El Salvador de un Maximiliano ya en la clandestinidad, que según Deneke busca ayuda del capitán general Gerardo Barrios, también masón, a quien pudo haber conocido en Europa durante las visitas realizadas por el gobernante salvadoreño a las cortes imperiales. Para estos días, sin embargo, el noble austríaco ya no era tal y, cumpliendo el juramento de completo anonimato, entró a San Salvador bajo el seudónimo de JUSTO ARMAS.

¿Cómo demostrar, sin atenuantes, lo que los indicios y el parecido de diversas fotografías parecía señalar? ROLANDO ERNESTO DÉNEKE se enfrentaba a un tortuoso rompecabezas y decidió aliarse con la ciencia para determinar si Justo Armas era o no el emperador FERNANDO MAXIMILIANO de HABSBURGO.

El más reciente de los estudios realizados a Ana Anderson, quien decía que era la duquesa Anastasia Romanov, posible sobreviviente de la última dinastía rusa, le reveló las claves científicas que debía seguir para establecer al menos que Armas era miembro de la familia real de Austria. Las indagaciones científicas practicadas a Anderson detallaban que los estudios de comparación cráneo-facial, caligrafía y pruebas de ADN habían descartado la hipótesis.

Deneke estaba consciente de que debía hacer esas pruebas con Armas. No sabía cómo comenzar, a quién acudir, cuánto costaría y, lo más difícil y desalentador, cómo obtener las pruebas de ADN. El trágico accidente aéreo de Aviateca en el volcán Chichontepec le abrió las puertas a la investigación científica. La doctora Hilda Herrera, en ese tiempo directora del Departamento de Medicina Legal de la Corte Suprema de Justicia, apareció en la televisión diciendo que sería necesario practicar exámenes de ADN para determinar la identidad de las víctimas del accidente.

Deneke la vio y la escuchó con sumo interés. La conocía. Era la madre de una compañera suya de colegio y además la doctora había sido compañera de estudios del padre de Deneke en un colegio capitalino. La llamó para que le diera detalles sobre lo que se necesitaba para realizar la prueba de ADN. Los costos eran elevados, además tenía que exhumar los restos de Armas y conseguir una muestra con un pariente de la familia real de Austria para hacer la comparación. Había que esperar.

LA CABEZA DICE QUE ES DE ÉL:

Ante la imposibilidad de practicar los exámenes de ADN en esa etapa de la investigación, Deneke optó por otra de las pruebas. Seguramente los exámenes cráneo-faciales, que también se le practicaron a Ana Anderson, serían menos complicados. Visitó a doña Alicia Lemus de Arbizú, la viuda de don Ricardo Arbizú Bosque para contarle sobre la investigación.

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