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Justiniano


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2013  •  4.953 Palabras (20 Páginas)  •  662 Visitas

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JUSTINIANO

El emperador Justiniano nació junto a las ruinas de Sárdica (la moderna Sofía) de una estirpe desconocida de bárbaros, en el año 482 d.C. Su ascenso fue preparado por su tío, Justino hermano de Vigilantia madre de Justiniano. Lo llevó a Constantinopla donde fue acumulando riqueza y honores. Los servicios de Justino en las guerras de Isauria y Persia fueron proporcionándole ascensos militares, y en el transcurso de medio siglo obtuvo la dignidad del tributo, conde, general, senador y el mando de la guardia que lo obedeció como jefe, en la importante crisis que provoco la muerte del emperador Anastacio.

Fue llamado Justino el Mayor, subió al trono bizantino a los sesenta y ocho años. El anciano emperador era sumamente ignorante y otras personas tuvieron que asumir la responsabilidad de los asuntos del Estado. Justiniano mostraba talento y pretensiones propias, joven ambicioso a quien su tío había arrancado de la soledad de Dacia y había educado en Constantinopla como heredero de su fortuna personal y, luego del Imperio Oriental.

Cuando Justino comenzó a mostrar síntomas de senilidad a finales de su reinado, Justiniano se convirtió en el gobernante de facto. Fue nombrado cónsul en 521, y más tarde comandante en jefe del ejército de Oriente. A la muerte de Justino en el año 527, Justiniano se convertiría en el único soberano del imperio.

Tras un cisma de treinta y cuatro años, logro la reconciliación con la iglesia y divulgó entre los latinos el comentario favorable de su acatamiento religioso a la sede apostólica. Los tronos de Oriente estaban ocupados por obispos católicos, devotos de sus propios intereses. Se gano al clero y a los monjes con su generosidad, y se le enseño al pueblo a orar por su futuro soberano. Justiniano ostentaba su magnificencia en la pompa de los espectáculos públicos, punto no menos sagrado y trascendental para la muchedumbre que el credo de Nices o de Calcedonia.

Desde su ascenso hasta su muerte, Justiniano gobernó el Imperio de Roma treinta y ocho años. El primer acto de Justiniano en el desempeño de su poder supremo fue compartido con la famosa Teodora, cuyo extraño ascenso no puede atribuirse al triunfo de la virtud femenina. Las leyes de Roma prohibían expresamente el enlace de un senador con una mujer de origen servil o artista teatral. La emperatriz Leipcia o Eufemia, una mujer bárbara de modales toscos, pero de virtud irreprochable, se negó a aceptar a una prostituta por sobrina; y aún Vigilancia, madre de Justiniano, aunque reconocía la agudeza y la belleza de Teodora, estaba muy preocupada de que la liviandad y la arrogancia de aquella astuta amante corrompiera la religiosidad y la dicha de su hijo. El tesón inflexible de Justiniano superó todos los obstáculos y espero con paciencia la muerte de su emperatriz; menosprecio las lagrimas de su madre; y se promulgó una ley que abolía la antigua y rigurosa jurisprudencia. A todas las infelices mujeres que se hubieran prostituido en el teatro se les daba la oportunidad de un glorioso arrepentimiento (tales eran las palabras del edicto), y se les permitía contraer matrimonio legal con los más ilustres de los romanos. Esta indulgencia fue aprovechada con rapidez para las solemnes nupcias de Justiniano y Teodora.

El mismo Justiniano celebraba la prudencia de Teodora y sus leyes se atribuyeron a los consejos atinados de su consorte. Justiniano y Teodora no lograron un hijo legitimo, y tuvo que enterrar a una niña, único fruto de su enlace.

En aquella época el estadio olímpico estaba abierto a la opulencia, al merito y a la ambición, y los participantes de los juegos dependían de su maestría y desempeño personal, para conducir sus propios caballos en rápidas carreras.

Las carreras eran una mera competencia de dos carruajes, cuyos conductores se diferenciaban por los colores blancos y rojos, luego se añadieron otros dos colores, el verde claro y el azulado. Los cuatro bandos pronto adquirieron legalidad, y se atribuía el misterioso origen de sus colores de fantasías a los tonos de la naturaleza en las cuatro estaciones del año. En Antioquía y en Constantinopla reinaba el libertinaje y no la libertad de la democracia, y era imprescindible que todo candidato apoyara algún bando para conseguir un puesto civil o eclesiástico. Se asechaba a los verdes un compromiso secreto con la alcurnia o la secta de Anastasio. Los azules eran celosamente devotos de la causa ortodoxa y de Justiniano, y su caudillo agradecido, protegió durante más de cinco años los desordenes de un bando cuyo alborotos periódicos avasallaban el palacio, el Senado y las capitales del Oriente. Las leyes enmudecieron y se relajaron los vínculos sociales. Los acreedores debían renunciar a los compromisos; los jueces, revocar sus sentencias; los dueños libertad a sus esclavos; los niños eran arrebatados de los brazos de sus padres, y las mujeres eran violadas en presencia de sus maridos.

Así las cosas, el primer edicto de Justiniano, que fue repetido y, a veces, ejecutado, proclamaba su firme resolución de apoyar a los inocentes y castigar a los culpables de toda denominación y color. Aun así la balanza de la justicia se inclinaba por el bando azul, debido al afecto, la costumbre y los temores del emperador. En la celebración de la festividad del idus de enero del año 532 se presento una gran tragedia que culmino con la muerte de más de 30,000 personas en manos de las tropas fieles a Justiniano. Fue tal la división social que provocó la competencia entre los bandos azul y verde que una de las facciones intento reemplazarle por conducto de un sobrino del ex emperador Anastasio, de nombre Hipacio. Finalmente, las palabras de su esposa Teodora salvaron la situación, de tal manera que además de la multitud asesina en manos de las tropas de Justiniano, también fueron ejecutados los lideres de esa sublevación.

Aquel el imperio abarcaba las naciones que había conquistado Roma más allá del Adriático, hasta los confines de Etiopia y de Persia. Justiniano reinaba sobre sesenta y cuatro provincias, y novecientas treinta y cinco ciudades. La naturaleza favorecía sus dominios con suelo, posición y clima, y las mejoras de ingenio humano se había ido difundiendo sin cesar por las costas del Mediterráneo y las márgenes del Nilo, desde la antigua Troya hasta la Tebas egipcia.

La riquezas de Justiniano se agotaron con rapidez en limosnas, edificios, guerras ambiciosas y tratados deshonrosos. Sus gastos eran desproporcionados a las rentas; usaba artimañas para obtener del pueblo el oro y la plata que luego derrochaba desde Persia hasta Francia. Su reinado estuvo marcado por los vaivenes o, más bien, por la lucha entre la rapacidad y la codicia, y la ostentación y la escasez. Vivió acusado de ocultar tesoros y

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