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La Fuerza De Una Promesa

Xsmile1 de Octubre de 2013

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La fuerza de una promesa

Se colocó la chaqueta. Aún hacia frío a pesar de haber entrado el mes de marzo. Se sentía exhausto y dolido. Su madre, la mujer que más lo amó durante su vida, había partido para siempre. Miró el portarretratos que estaba sobre el hogar y suspiró. Su madre se veía hermosa aún teniendo sesenta años. Despertó de su transe y caminó hacia la salida de su departamento.

Su esposa lo estaba esperando en la funeraria para encabezar el cortejo que acompañaría el cuerpo de su madre hacia el cementerio. Él había regresado a su casa para asearse después de haberla velado durante toda la noche. Se miró en el espejo que se encontraba sobre la pared del pasillo, a la derecha de la puerta. Estaba más pálido de lo normal y sus ojeras se marcaban en demasía. Sus ojos verdes estaban enrojecidos de tanto llorar en silencio junto al cuerpo inerte de su progenitora. Sabía que ella estaba enferma desde hacía meses, pero no se esperaba su muerte tan pronto.

La última vez que la visitó en la clínica, ella sonreía. Parecía no sentir dolores, aunque su cáncer estaba muy avanzado. Lo llamó en silencio, apenas si podía hablar. Y él se sentó junto a ella en la cama. La miraba profundamente, queriendo mostrarle cuánto la amaba.

– Kouki – lo llamó susurrando, esforzándose para que su hijo la escuchara. Era consciente de que quizá jamás lo volvería a hacer. El hombre mantuvo el silencio. – Quiero que sepas que siempre estaré contigo – afirmó con seguridad. Kouki sonrió involuntariamente. – Es la verdad, aunque muera, siempre estaré contigo

Esas palabras que su madre le dijo flotaban en el aire, retumbando, haciendo eco. ¿Estaría siempre con él? Sabía que era imposible, que nadie nunca podría cumplir aquella promesa, pero de todas formas él creyó en ella cuando se lo dijo. Se abrochó la chaqueta rápidamente y giró. Pero se detuvo cuando estaba a punto de tomar el picaporte, sorprendido por un sobre blanco que estaba tirado junto a la puerta. Estaba seguro que ese sobre no era suyo y que no estaba allí cuando entró en la casa, minutos antes.

Se agachó y lo tomó con la mano derecha. No tenía remitente, cosa que le llamó poderosamente la atención. Dio vuelta el sobre y escrito con una letra que le resultaba terriblemente familiar estaba escrito su propio nombre: Kouki Cifer Inoue.

Se sentó en uno de los sillones de cuero que adornaban el hall de entrada de su gran casa de estilo occidental, dejando caer su cansado cuerpo en él. Se desabrochó la chaqueta con la mano izquierda mientras observaba con detenimiento la tipografía. ¿De quién era esa letra? Podría haber jurado que la había visto varias veces antes, pero en ese momento tenía una laguna mental que le impedía recordarlo.

Abrió con rapidez el sobre, que no estaba pegado, y sacó el fino papel que estaba escrito con un bolígrafo de tinta azul. Parecía haber sido redactada recientemente. Inmediatamente miró quién firmaba, pero no pudo creerlo. Esa carta la había escrito su propia madre: Orihime Inoue. Tragó saliva. El papel temblaba en su mano. Dejó el sobre encima de sus piernas y se dispuso a leer. Estaba inseguro respecto del contenido y de pronto se dio cuenta de que la letra era de ella, de Orihime, ahora estaba convencido.

Hijo mío, mi amado Kouki…

Desde pequeña demostré fuerza, pero mi debilidad estaba latente y salía a la luz una y otra vez. Y a pesar de todo, seguí con mi vida. Siempre traté de seguir adelante, prometiendo amar y soñar, luchando por cumplir cada uno de mis sueños.

Mi historia es algo triste, pero me enorgullece haberla vivido, y más aún poder contártela a ti, mi hijo.

Cuando cumplí ocho años, mi madre, Isabel, murió tratando de salvar mi vida. Estábamos en un callejón camino a casa. Ya era de noche. Mi mamá y yo caminábamos tomadas de la mano. A pesar de que me daba miedo caminar por aquel lugar, su mano cálida y protectora me calmaba lo suficiente. De pronto mi madre me empujó a un lado. Tropecé con un cesto de basura metálico y mi espalda chocó contra la pared. Al comienzo no entendí por qué lo había hecho, pero a los pocos segundos escuché voces. Tenía mucho miedo, pero me quedé agachada detrás del bote, sin poder quitar los ojos de encima de aquella horrible situación.

"¿Qué hace una bella dama sola por estos lugares?" dijo uno de los cuatro hombres que alcanzaba a ver. "¿Qué traes en el bolso?" dijo otro. Mi madre, que no paraba de temblar, se paró firmemente y dijo "Por favor, tomen lo que quieran, pero déjenme ir. Se los ruego".

"El bolso" dijo uno de ellos. Noté que sacó algo del bolsillo. "Tome, lléveselo" contestó mi madre, quitándose la cartera del hombro y extendiéndosela al sujeto. Con brusquedad se lo arrebataron de las manos y lo revisaron. "No hay dinero" acusó uno de los maleantes. "¡No hay nada!" gritó. "Maldita perra" gruño y se abalanzó sobre mi mamá. El grito que salió de sus labios fue desgarrador. Yo no pude hacer nada más que quedarme estática y mirando. Estaba muerta de miedo y lloraba en silencio. "Vámonos" fue lo último que escuché de esos hombres que se desvanecieron en la oscuridad.

"¿Hime?" a los pocos segundos, mi madre me llamó en su último aliento. "Mamá" dije, saliendo de mí transe. "¡Mamá!" grité y me acerqué a ella. Estaba tendida en el suelo y la sangre brotaba de su abdomen. "¿Qué tienes?" pregunté, inocentemente. "Creo que… estoy muriendo, hija" su voz comenzaba a apagarse. "No, mamá. ¡No digas eso! ¡Yo te quiero, no te vayas!" más lágrimas salían de mis ojos de niña.

Ella me pidió algo, algo que jamás creí sería tan difícil de cumplir. "Prométeme que seguirás mis sueños, que serás una buena niña y sobre todas las cosas, dime que serás una excelente mujer". Lo prometí, le dije a mi madre que lo haría y ella me dejó. Isabel Inoue murió de aquella forma miserable en ese asqueroso callejón oscuro.

Yo me sentía culpable por la muerte de mi madre. Crecí con esa opresión en el pecho y jamás pude recuperarme de aquello que había sucedido. Sora, mi padre, nunca dejó de reprocharme, de culparme por la muerte de mi madre. "Eres un estorbo, Orihime. Ojalá te hubieras muerto junto con tu madre" solía decirme. "Eres una carga, un peso que no quiero soportar. ¡Por tu maldita culpa Isabel murió!" gritaba.

Un día de esos en los que volvía de la calle ebrio, no lo resistí más. Me enfrenté a él. Le dije "Yo no tengo la culpa de lo que sucedió. ¡Entiéndelo de una buena vez!". Lo miré a los ojos, estaba iracunda y cansada. "¡Sí la tienes, niña estúpida!" contestó y me abofeteó. Caí al suelo de rodillas, pero nunca dejé de mirarlo con todo el odio que profesaba tener. "No me respondas, inútil. Yo soy tu padre, ¡mal agradecida!". Después de eso nunca más volví a dirigirle la palabra.

En ese entonces tenía quince años. Necesitaba tanto de mi padre… Él jamás se dio cuenta de cuánto lo quería. Nunca me dejó acercarme a él después de que mamá murió. Ni tampoco me dejaba acercarme a nadie de mi familia.

El único que siempre había estado allí era Ichigo. Lo adoraba, él era mi único apoyo. Me comprendía y me daba consejos. Siempre me alentó para seguir viviendo…

Te mentiría si te digo que no intenté suicidarme. Lo he hecho tres veces y no sabría decirte si fue por suerte o por el destino, siempre fallé. Ichigo Kurosaki me enseñó lo hermosa que es la vida y que lo importante es vivirla al máximo. Nunca me había detenido a pensar en la importancia que tenía esa pequeña palabra: vida. Y ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui en aquellos momentos en los que quise acabar con lo único real que tenía, mi vida.

Tienes tantas cosas que ver, tantas cosas por disfrutar… y déjame decirte que esta vida no sería suficiente para cumplir con todos tus deseos. Pero no repares en esto, vive. Vive cada minuto como si fuera el último, y siempre aspira a más. Lucha por tus sueños hasta verlos hechos realidad.

Cada vez que me sentía triste, Ichigo acudía a mí. No importaba a qué hora o en qué lugar, siempre estaba conmigo cuando lo necesitaba. Pero un 6 de marzo, hace muchos años, pasó algo que lo alejó para siempre. Recuerdo que estaba leyendo uno de mis libros favoritos cuando miré el reloj que estaba sobre mi mesita de noche. Al notar que era muy tarde, cerré el libro, lo dejé sobre la mesa y me estiré ruidosamente. Llevaba muchas horas leyendo, pero no tenía sueño. De pronto, Ichigo se vino a mi mente. Sonreí. Todo lo que tenía había sido gracias a él.

A los dieciocho años me había ido de mi casa. No soportaba más la tensión entre mi padre y yo, y fue Ichigo el que me ayudó a alquilar un apartamento y a conseguir un empleo para poder independizarme. Comencé a estudiar, para poder cumplir lo que le había prometido a mi madre. Y todo había sido posible gracias a él. Pero había algo que me atormentaba. Un dolor en el pecho, seguido de una presión horrible que me ahogaba comenzó a crecer en mí. Luego, el teléfono móvil.

Revolví en mi cartera hasta hallarlo y contesté. Era del hospital. Ichigo había sufrido un accidente y estaba muy grave. Corrí desesperadamente hacía allí, y cansada y agitada entré en el hospital. Era de madrugada,

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