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La Guerra Y El Espectaculo


Enviado por   •  9 de Mayo de 2014  •  2.299 Palabras (10 Páginas)  •  189 Visitas

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El montaje de la guerra del Golfo fue un claro ejemplo de lo que los situacionistas llaman el espectáculo — el desarrollo de la sociedad moderna hasta el punto en el que las imágenes dominan la vida. La campaña de relaciones públicas fue tan importante como la militar. La manera en que la táctica escogida fuese presentada en los medios de comunicación tenía un importante valor estratégico. No importaba tanto el valor “quirúrgico” del bombardeo como su cobertura por los medios de comunicación; si las víctimas no aparecían era como si no existieran. El efecto “Nintendo” funcionó tan bien que los eufóricos generales tuvieron que tomar precauciones contra el exceso de euforia general, por miedo a que cualquier fallo en su estrategia pudiera provocar una desilusión posterior. Las entrevistas con los soldados en el desierto revelaron que ellos, como los demás, dependían casi totalmente de los medios de comunicación para conocer lo que supuestamente estaba ocurriendo. El dominio de la imagen sobre la realidad fue percibido por todo el mundo. Una parte importante de la cobertura se dedicó a la “cobertura de la cobertura”. Dentro del espectáculo mismo se presentaron debates superficiales sobre el nuevo grado obtenido por la espectacularización universal instantánea y sus efectos sobre el espectador.

El capitalismo del siglo XIX produjo una alienación que separó a la gente de ellos mismos y de los demás al haberlos apartado previamente de los productos que generaban. Esta alienación fue en aumento a medida que estos productos se iban convirtiendo en espectáculos contemplados de forma pasiva. El poder de los medios de comunicación es sólo la manifestación más obvia de este desarrollo; en un sentido amplio, el espectáculo es todo lo que, desde el arte hasta los políticos, se ha convertido en “representaciones” autónomas de la vida. “El espectáculo no es una colección de imágenes, es una relación entre las personas mediatizada por las imágenes” (Debord, La Sociedad del Espectáculo).

Además de los beneficios del comercio de armas, del control del petróleo, de las luchas de poder internacionales y de otros factores que han sido tan ampliamente debatidos que no necesitan comentario alguno, la guerra implica contradicciones entre las dos formas básicas de la sociedad del espectáculo. En el espectáculo difuso la gente se encuentra perdida entre la variedad de exhibiciones, mercancías, ideologías y estilos distintos que se presentan para su consumo. El espectáculo difuso surge en sociedades donde reina la pseudoabundancia (EE.UU. es el prototipo y, de momento, el líder mundial indiscutible en producción de espectáculo, a pesar de su declive en otros aspectos), pero esta forma de espectáculo se extiende a través de los medios de comunicación a otras zonas menos desarrolladas, donde actúa como una auténtica forma de dominio.

El régimen de Sadam es un ejemplo de la forma opuesta: el espectáculo concentrado. En él se condiciona a la gente para que se identifique con la imagen omnipresente de su líder totalitario, en compensación por estar prácticamente privada de todo lo demás. Esta concentración de imágenes está normalmente asociada a una concentración de poder económico, capitalismo de estado, en el que el mismo estado se ha convertido en la única empresa capitalista propietaria de todo (tenemos ejemplos clásicos en la Rusia de Stalin y en la China de Mao); puede aparecer también dentro de las economías mixtas del tercer mundo (como el Irak de Sadam) o incluso, en época de crisis, dentro de economías altamente desarrolladas (como la Alemania de Hitler). Pero en conjunto, el espectáculo concentrado es un burdo recurso provisional para zonas que todavía no son capaces de sustentar la variedad de ilusiones del espectáculo difuso, y a la larga acaba por sucumbir a este último, que es más flexible (como ha pasado recientemente en Europa Oriental y en la Unión Soviética). Al mismo tiempo, la forma difusa tiende a incorporar ciertos rasgos de la concentrada.

La guerra del Golfo ha reflejado bien esta convergencia. El mundo cerrado del espectáculo concentrado de Sadam se diluyó bajo los focos globales del espectáculo difuso, mientras él usó la guerra como pretexto y campo de experimentación de tradicionales técnicas de poder típicamente “concentradas”: censura, puesta en marcha del patriotismo, supresión de la disidencia. Pero los medios de comunicación están tan monopolizados, son tan penetrantes y (a pesar de algunas quejas simbólicas) están tan al servicio de la política de los dirigentes, que los métodos abiertamente represivos apenas fueron necesarios. Los espectadores, que en realidad pensaban que expresaban sus propios puntos de vista, repetían como loros las frases propagandísticas y debatían asuntos secundarios que los medios de comunicación habían imbuido en ellos día tras día, y como en cualquier otro espectáculo deportivo “apoyaban” y animaban fielmente al equipo de casa en el desierto.

Este dominio de los medios estuvo reforzado por el propio condicionamiento interno del espectador. Cuando la gente está reprimida social y psicológicamente, es fácil atraerla a espectáculos de violencia, que permiten a sus acumuladas frustraciones explotar en orgasmos de orgullo y odio colectivo socialmente aceptables. Al estar privados de logros significativos en su propio trabajo y en su ocio, participan indirectamente de las empresas militares que tienen un indiscutible efecto real. Como carecen de una comunidad genuina, se emocionan ante la idea de compartir un proyecto común, aunque sólo sea el de luchar contra el mismo enemigo, y reaccionan con enfado ante cualquiera que contradice su imagen de unión patriótica. La vida del individuo puede ser una farsa, la sociedad puede estar descomponiéndose, pero todas las complejidades y dudas quedan temporalmente olvidadas en la seguridad personal que le procura la identificación con el estado.

La guerra es la expresión más fiel de lo que es el estado y es su refuerzo más poderoso. Así como el capitalismo debe crear necesidades artificiales para sus mercancías cada vez más superfluas, el estado debe crear sin cesar conflictos artificiales de intereses que requieran su violenta intervención. El hecho de que el estado casualmente provea unos cuantos “servicios sociales” camufla simplemente su naturaleza fundamental de “protector chantajista”. La guerra entre dos estados produce el mismo resultado final que si cada uno hubiera combatido a su propio pueblo, el cual tiene luego que pagar impuestos para los gastos. La guerra del Golfo fue un ejemplo especialmente horrendo: varios estados vendieron ávidamente miles de millones de dólares en armas a otro estado, después masacraron a cientos de miles de

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