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La Reina Isabel Protagoniza La Historia De Castilla


Enviado por   •  18 de Enero de 2012  •  2.948 Palabras (12 Páginas)  •  722 Visitas

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La infanta doña Isabel fue proclamada reina el 4 de julio de 1468 en el caso de que falleciese su hermano Alfonso y a partir de su autoproclamación como reina actuó siempre como tal ya que de sus actos se deduce un total convencimiento de ser ella y no Enrique IV a quien le corresponde la corona de Castilla. Esto se debe a que no lo tenía por hermano suyo, es decir, no le creía hijo de Juan II, ya que de no ser Enrique IV hermano suyo carecía de derecho para ocupar el trono de Juan II. El propósito que se atribuye a Juan II de haber querido desheredarle está en la misma línea y fue causa, según algún cronista, de que Enrique IV tomara militarmente Valladolid cuatro días antes de la muerte de Juan II. Como esto, también sorprende el cuidado puesto por el infante don Alfonso de no llamarlo hermano en sus comunicados desde que se tituló rey. Ni el destronamiento a finales de 1464 ante las murallas de Ávila, ni la proclamación del infante don Alfonso como rey reunían ninguno de los requisitos legales para tenerlas por válidas.

Lo ocurrido ante las murallas de Ávila sólo servía para justificar la guerra civil iniciada por algunos Grandes, pero estos pocos rebeldes no tenían autoridad para deponer a Enrique IV o poner como rey al infante don Alfonso. En la conducta de Isabel hay una contradicción aparente, ya que cuando su hermano Alfonso cumplió 14 años, ella le encargó a Gómez Manrique unas décimas que lo calificaban como rey, pero cuando accedió al trono castellano no lo incluyó en la cronología de los reyes de Castilla. Esto tiene su explicación en el hecho de que estaba convencida de no ser Enrique IV hijo de Juan II sino que creía que su hermano Alfonso tenía el derecho, pero una cosa es lo que en derecho debió haber sido y otra la legalidad, y según esta, no lo llegó a ser por no haberlo jurado las Cortes del Reino. Es decir, en ley y de acuerdo con los usos y costumbres de Castilla no lo fue y por tanto no le correspondía figurar en la cronología real.

Doña Isabel empezó a reivindicar lo que creía que era suyo: la corona de Castilla. Marchó a Ávila una vez hechas las exequias de su hermano Alfonso. Su consejero el marqués de Villena no tardó en mandar a Ávila una comisión para negociar la obediencia de los Grandes en rebeldía, ya que era partidario de que acatara y se sometiera al rey. La infanta prudentemente ordenó a sus partidarios reunirse para estudiar las posibilidades de arreglo y las proposiciones del rey en Castoruño el 17 de agosto de 1468 durante cinco días. Fue aceptada la propuesta del marqués de Villena de someterse a enrique IV siempre que éste aceptase declarar a la infanta su heredera y sucesora. Una vez aprobado lo acordado por la infanta, se convino con los enviados del rey, el arzobispo de Sevilla y los condes de Plasencia y Benavente, que se entrevistarían con los dos hermanos. Finalmente suscribieron los dos hermanos, pero doña Isabel no renunció a lo que creía sus derechos, simplemente no estaba dispuesta a ejercerlos por el momento.

El pacto lo firmaron los dos hermanastros el 18 de septiembre de 1468 en los Toros de Guisando. Ante el legado pontificio y el arzobispo de tolero juraron aceptar y cumplir los acuerdos contenidos en el documento a cuya lectura habían asistido, pero este juramento fue quebrantado pronto por los amigos de la infanta e incluso por ella misma. No se conserva el documento original, pero sí dos copias, porque se puede entender que desmiente la versión oficial publicada por los cronistas de los actos en los Toros de Guisando.

En este texto figuraba que Enrique IV era el padre de la princesa de Asturias, doña Juana apellidada la Beltraneja. El único hijo que a este rey se le conoce es la princesa de Asturias, y por tanto ésta y sus posibles descendientes eran los sucesores del linaje del rey. La infanta Isabel es mencionada como “su primera heredera é subcesora en estos dichos regnos é señoríos, después de los días del dicho señor Rey”. Indirectamente se reconocía que la princesa Juana, nacida en 1462, y el hijo de la reina, abortado aquel año, eran hijos del rey, su marido. Cuando la princesa de Asturias se quedó con el rey en Castilla, se le permite a la madre disponer a los otros hijos, concebidos en adulterio, tal y como se recrean en contar los cronistas de la época.

Se llegó en Villarejo a un acuerdo con el obispo Mendoza para solucionar el problema de los casamientos. Se tomó la misma decisión que Enrique IV había acordado con su cuñado en 1463 en Gibraltar: casar a la infanta Isabel con el rey de Portugal y a la princesa de Asturias con el heredero portugués, de edad apropiada para ella. Hay lagunas en el reinado de Enrique IV, como es la de por qué ese doble matrimonio, que era contrario a los proyectos de la infanta y del rey aragonés, por lo que no es de extrañar que no quedaran en nada. A Juan ll ha de atribuirse el que influyera en contra en la familia real portuguesa respecto a tales matrimonios, que Alfonso V hizo imposible al comprometer a su primogénito con la hija de su difunto hermano.

El arzobispo de Toledo se instaló en Yepes, a muy pocas jornadas de Ocaña, lugar donde transcurrían las navidades para la infanta Isabel y la corte. Esto permitió mantener la comunicación secreta con Isabel y negociar con ella las capitulaciones matrimoniales, que el 7 de enero aprobó y firmó en Vercera el novio y el 12 del mismo mes confirmó en Zaragoza el rey de Aragón. La negociación de estas capitulaciones a espaldas de Enrique IV fue una flagrante infracción de lo pactado y jurado en los Toros de Guisando, reincidiendo de nuevo la infanta doña Isabel al subscribirlas secretamente sin dar conocimiento a aquel de lo que había hecho.

Cuando aún el novio y su padre no habían firmado estas capitulaciones, en los primeros días de enero de 1469, una embajada portuguesa se presentó en Ocaña a pedir la mano de la infanta Isabel para el rey Alfonso V. Tanto Enrique como los tres Grandes, que según lo convenido en los toros de Guisando debían dar su conformidad para la boda de la infanta, estuvieron conformes en esa boda y se solicitó a Roma la dispensa por parentesco, que el 23 de junio fue concedida; pero la infanta doña Isabel, al igual que en 1463 se negó rotundamente a casarse. A esa actitud de la infanta respondió el rey no pidiendo a las Cortes que la jurasen como princesa y su heredera.

Disueltas las cortes en la primavera, Enrique IV se vio obligado a marcharse para someter villas y ciudades andaluzas que aún no habían vuelto a su obediencia y lo consiguió, aunque con dificultad. El rey antes de abandonar Ocaña se cree que hizo jurar a la infanta que le esperaría allí y que no decidía nada respecto a su casamiento, pero la infanta negó haber jurado esto

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