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La Revolución Francesa


Enviado por   •  11 de Diciembre de 2013  •  1.386 Palabras (6 Páginas)  •  217 Visitas

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La revolución francesa no empezó por un tumulto, sino por un idilio. Al anunciar Necker el 1º de enero de 1789 que el Rey convocaba los Estados Generales, concediendo al Tercer Estado una doble representación, la noticia fue acogida con entusiasmo enternecido y la bondad de Su Majestad Luis XVI hizo verter “torrentes de lágrimas”. Robespierre, abogado de Arrás y honorable burgués, hablaba de Luis XVI como de un hombre oportuno predestinado por el cielo para dar cima a una revolución. Más las ideas eran menos claras que vivos los sentimientos. ¿Se votaría por órdenes o por cabezas? El ministro no había dicho nada de esto. De votarse por órdenes todos los efectos de la doble representación quedarían anulados. ¿Y qué significaba una consulta electoral en un país sin educación política? A falta de candidatos y de profesiones de fe, se pidió a los electores que fueran quienes redactaran los programas, en forma de cuadernos (Cahiers)

Algunos folletos les daban advertencias y consejos. El más célebre fue el de abate Sièyes, sacerdote agriado, frío, razonable. “¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente? Nada. ¿Qué quiere ser en adelante? Algo.” Este folleto conoció un éxito entusiasta y se vendieron 30000 ejemplares.

A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los exámenes estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados. El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría controlar los Estados Generales.

A partir del 15 de mayo, una docena de sacerdotes demócratas respondieron a esta llamada; en unión de ellos, los diputados del Tercer Estado se proclamaron en Asamblea Nacional (17 de junio)

Esta Asamblea ilegal esperó ser disuelta desde el primer día, pero no lo fue. La asamblea juró no separarse jamás y reunirse en cualquier parte donde las circunstancias lo exigieran hasta que la Constitución estuviese firmada sobre sólidos cimientos.

La toma de la Bastilla es uno de los acontecimientos de los que no es fácil ni siquiera equitativo hablar objetivamente. Una vez tomada la Bastilla, el gobernador y otros soldados fueron asesinados cuando ya estaban indefensos. El efecto de la toma de la fortaleza fue prodigioso. Inmediatamente el pueblo conoció toda su fuerza. Robespierre resumió así el balance de la jornada: “La libertad pública conquistada, poca sangre vertida, sin duda alguna cabezas caídas, pero cabezas de culpables..... ¡Oh señores; a este motín debe la nación su libertad!” el 14 de julio de 1789 había sido, pues, la primera de las grandes “jornadas revolucionarias”, dramas rápidos que cada vez, en pocas horas de levantamiento o motín parisiense, debían cambiar la faz de Francia.

El 14 de julio, el rey cazó durante todo el día; después fatigado se fue a acostar. El día 15, por la mañana, el Duque de Liancourt le despertó para anunciarle lo que ocurría. “¿Es una revuelta?”, preguntó Luis XVI. “No, Sire; es una revolución”. El rey prometió retirar las tropas; la monarquía renunciaba a defenderse. La Asamblea se sintió, ante todo, consternada; en una gran mayoría era burguesa, opuesta a toda violencia. Desbordada, cerró el paso a las multitudes de París, que ahora se encaminaban a la Bastilla para demolerla. El astrónomo Bailly, héroe del juego de la Pelota, fue nombrado alcalde de París, y La Fayette, héroe del Yorktown, se puso al mando de la guardia Nacional. El 17 de julio, Luis XVI fue a París, acudió al Hôtel de Ville y recibió la escarapela tricolor. Aceptaba, por lo tanto, La Revolución, pero sin inteligencia y sin entusiasmo, de modo que no sacó ningún beneficio de su actitud.

La multitud colgó “de la linterna”, sin juicio, al consejero de Estado Foulon, encargado del abastecimiento de París. En las provincias los municipios se esforzaron, por asegurar una trancisión

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