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La generación de Bandung

weonflojoptInforme17 de Noviembre de 2017

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El mismo proceso histórico que creó a las superpotencias puso en un dilema a las potencias tradicionales. ¿Cuál era su papel? Las naciones derrotadas, es decir Francia, Alemania y japón, se vieron empujadas por la necesidad a un reenfoque fundamental. Pero Gran Bretaña no había sido derrotada. Se había mantenido sola y había emergido victoriosa. ¿No podía continuar como antes? Churchill había luchado desesperadamente en defensa de los intereses británicos. Rechazaba de plano el concepto de Roosevelt según el cual Estados Unidos y Rusia eran las dos potencias "idealistas", y Gran Bretaña la codiciosa y vieja imperialista. Conocía el infinito cinismo que se reflejaba en la observación del embajador Maisky acerca de que él siempre sumaba en la misma columna las pérdidas aliadas y las nazis.' Señaló al embajador británico en Moscú que Rusia nunca había "actuado como no fuese en función del más frío interés propio y con total desprecio por nuestra vida y nuestra suerte".2 Tenía sombría conciencia de que Rusia ansiaba destrozar al Imperio Británico y alimentarse de sus fragmentos, y de que también Estados Unidos, con la ayuda de los Dominios y sobre todo de Australia y Nueva Zelanda, apoyaba la "descolonización". H. V. Evatt, el rispido ministro australiano de Relaciones Exteriores, incorporó esos conceptos a la carta de las Naciones Unidas.3 Churchill protestó en Yalta: "Mientras haya vida en mi cuerpo no se permitirá ninguna transferencia de la soberanía británica".4

Seis meses después Churchill había sido derrotado por el electorado. Sus sucesores laboristas planearon el desarme y la descolonización,


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se propusieron cultivar la amistad de Rusia y construir un estado de bienestar. En la práctica, se encontraron a merced de los acontecimientos. En agosto de 1945, lord Keynes les presentó un documento que demostraba que el país estaba en quiebra. Sin la ayuda norteamericana, "la base económica de las esperanzas del país no existe".5 Ernest Bevin, el líder sindical convertido en secretario de Relaciones Exteriores, comenzó con el lema "la izquierda puede hablar con la izquierda" y confió en la posibilidad de compartir secretos atómicos con Rusia. Pero pronto tuvo que decir a su colega, Hugh Dalton: "Molotov se parece exactamente a un comunista en un local del Partido Laborista. Si uno lo trata mal, aprovecha todo lo posible las ofensas, y si uno lo trata bien, se limita a elevar el precio y nos insulta al día siguiente".6 Poco a poco Bevin comenzó a representar la decisión británica de organizar la seguridad colectiva. Dijo a Molotov en 1949: "¿Ustedes quieren poner a Austria detrás de su Telón de Acero? No pueden. ¿Quieren a Turquía y los estrechos? No pueden tenerlos. ¿Quieren a Corea? No podrán apoderarse de ella. Están asomando la cabeza y un día la perderán".7

La política exterior de Bevin implicaba que Gran Bretaña tenía que mantenerse en la carrera de las armas estratégicas. Exactamente un año después que Keynes presentara su informe acerca de la quiebra, el jefe del Estado Mayor aéreo trató con el gobierno el tema de las bombas nucleares. Las especificaciones relacionadas con el primer bombardeo atómico británico fueron formuladas el 1 de enero de 1947.8 El principal científico nuclear de Gran Bretaña, P. S. M. Blackett, se opuso a la fabricación de una bomba británica, pero después llegó a la conclusión de que Gran Bretaña podía y debía adoptar una postura neutral frente a Estados Unidos y Rusia soviética.9 El principal asesor científico, sir Henry Tizard, se oponía también a la creación de una fuerza nuclear independiente: "No somos una gran potencia y jamás volveremos a serlo. Somos una gran nación, pero si continuamos comportándonos como una gran potencia, pronto dejaremos de comportarnos como una gran nación".10 Pero Tizard se asombró ante el éxito soviético, cuando Rusia consiguió detonar una bomba Aya en agosto de 1949 y atribuyó el hecho al robo del material. En todo caso, la decisión de fabricar la bomba fue adoptada en enero de 1947, en la culminación de la desesperada crisis de combustibles y poco antes de que Gran Bretaña traspasara a Truman la responsabilidad por Grecia y Turquía. Sólo estaban presentes Attlee, Bevin y cuatro ministros más.11 La erogación se "perdió" en el conjunto de los cálculos y se ocultó el dato al Parlamento. Cuando Churchill retornó al cargo en 1951, se sorprendió al comprobar que de ese modo se habían separado en secreto 100 millones de libras esterlinas y que el proyecto estaba muy avanzado.12


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La decisión de producir la bomba y el éxito brillante que acompañó el proceso de desarrollo y ejecución, sin duda mantuvieron a Gran Bretaña en el club más exclusivo durante treinta años más. La primera prueba de los británicos con la bomba A frente a la isla Monte Bello, en octubre de 1952, fue el factor que indujo a los norteamericanos a restablecer la asociación atómica. La primera prueba británica con la bomba H en la isla Natividad en mayo de 1957 formalizó esta asociación e indujo al Congreso a modificar la ley McMahon de 1946: los acuerdos bilaterales de 1955 y 1958 habrían sido imposibles sin la capacidad nuclear británica. Desde el momento en que se incorporó al club, Gran Bretaña pudo representar un papel importante en las negociaciones de 1958 a 1963 acerca de la prohibición de las pruebas y en el proceso que determinó el Tratado de No Proliferación de 1970. En 1960, en una famosa frase, Aneurin Bevan defendió la bomba británica ante sus colegas del Partido Laborista con el argumento de que, sin ella, un secretario británico de Relaciones Exteriores necesariamente entraba "desnudo en los altos consejos del mundo". Pero ésta era ya una formulación errónea. Sin la bomba, Gran Bretaña no podría haber participado en esta y en otras negociaciones, pues a semejanza de otros clubes de hombres, el nuclear no acepta a nudistas en sus concilios. En 1962, el acuerdo anglonorteamericano de Nassau otorgó a Gran Bretaña el derecho a sesenta y cuatro plataformas modernas de lanzamiento nuclear, contra 1.038 de Estados Unidos y alrededor de 265 de Rusia soviética. En 1977 las cifras relativas eran: Estados Unidos 11.330, Rusia 3.826 y Gran Bretaña 192: este descenso de la participación británica la excluyó de las conversaciones acerca de la limitación de armas estratégicas (SALT), pese a que en ese momento el "disuasor" británico habría podido destruir la totalidad de los principales centros industriales y de población de Rusia soviética, y producir 20 millones de bajas.13

Por lo tanto, en 1945-1946, un axioma de la política británica fue concertar, en conjunción con los norteamericanos, los acuerdos de seguridad colectiva destinados a contener la expansión soviética y aportar a ellos una fuerza nuclear británica. A lo largo de todos los cambios de actitud y de gobierno, ese hilo conductor recorrió la política británica hasta bien entrada la década de los ochenta. Pero fue el único elemento estable. Todo el resto fue confusión e indecisión. Hubo un decaimiento de la visión, un derrumbe de la voluntad. A fines del verano de 1945, el Imperio Británico y la Comunidad parecían haber retornado al meridiano de 1919. El poder británico se extendía sobre casi una tercera parte del globo. Además de sus posesiones legítimas, Gran Bretaña administraba el imperio italiano de África Septentrional y Oriental,


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muchas ex colonias francesas y numerosos territorios liberados de Europa y Asia, incluyendo los deslumbrantes imperios de Indochina y las Indias Orientales holandesas. Ninguna nación había soportado jamás responsabilidades tan amplias. Veinticinco años después, todo eso había desaparecido. La historia nunca había presenciado antes una transformación tan amplia y veloz.

A menudo se ha dicho, mientras se asistía a la desintegración, que el derrumbe del imperio fue anticipado por la caída de Singapur a principios de 1941. Pero eso no es cierto. No hubo ignominia en 1941. Aunque existió una falla de la dirección en la defensa de la ciudad, no puede decirse que el conjunto de la campaña estuviese signado por nada vergonzoso. En Malasia, los británicos no fueron culpables de hubris cuando despreciaron a los japoneses. Por el contrario, pronosticaron exactamente lo que sucedería si no se reforzaba y, especialmente, se rearmaba a la guarnición. En cambio, se adoptó la decisión de salvar a Rusia. En definitiva, 200.000 soldados japoneses, bien equipados y muy veteranos, con una abrumadora superioridad de poder marítimo y aéreo, fueron contenidos durante setenta días por elementos de sólo tres divisiones y media de tropas de combate de la Comunidad. De todas formas, la imagen de la victoria asiática se vio totalmente anulada por la magnitud de la derrota japonesa. Gran Bretaña hizo rendir a Singapur con 91.000 hombres. Cuando el general Itagaki entregó su espada al almirante Mountbatten en 1945, tenía 656.000 hombres bajo su mando en Singapur. En otros lugares, los británicos recibieron la capitulación de más de un millón de hombres. Más de 3.175.000 japoneses armados se rindieron; fue la derrota más grande que una nación asiática o no blanca haya sufrido jamás. En todos los sectores, la tecnología y la organización occidentales (es decir, blancas), habían demostrado que eran no sólo marginal sino abrumadoramente superiores. Fue no sólo una victoria característica, sino precisamente la victoria arquetípica de estilo colonial del poder de fuego sobre el poder del músculo."

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