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Los Incas De Vilcamabamba


Enviado por   •  17 de Diciembre de 2012  •  2.267 Palabras (10 Páginas)  •  326 Visitas

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STEPHEN TOULMIN

oulmin empieza su libro situando el origen de la modernidad. Mientras hay quien fecha el omienzo en 1436, cuando Gutenberg desarrolla la imprenta de tipos móviles, o en 1648, final de la guerra de los Treinta Años o, incluso, en 1776 y 1789, años de las revoluciones Americana y Francesa, Toulmin la sitúa cuando la imprenta permite que los libros bajen de precio y puede comprarlos la creciente burguesía europea.

En opinión de Toulmin, la Europa del siglo XVI disfrutó de una constante expansión económica gracias, en parte, a los cargamentos de metales preciosos que llegaban a España de sus colonias iberoamericanas. Las últimas décadas del siglo fueron de libertad. Sin embargo, a partir de 1605 Europa inicia una época llena de crisis y turbulencias. Si se creía que después de 1600 el yugo de la religión fue más ligero, lo cierto es que tras el Concilio de Trento la confrontación entre protestantes y católicos hizo especialmente duro y cruento el conflicto religioso. Entre 1615 y 1650 buena parte de los europeos corrían el riesgo de ser asesinados o sus casas quemadas por no comulgar con las ideas religiosas del vecino.

En el primer tercio del siglo XVII se estrecha el ámbito de la libertad de debate del siglo anterior. Montaigne finaliza sus Ensayos en la década de 1580 y escribe con una libertad que no le impide opinar sobre los sentimientos y las pasiones de la sexualidad. En 1630, el Discurso y las Meditaciones de Descartes son ya incompatibles con la tolerancia que se le trata a Montaigne. A mediados del siglo XVII la apertura intelectual en la que se desarrolla la obra tanto de Montaigne como de Erasmo, Rabelais o Bacon ya no existe. El racionalismo que se inicia entonces trata de descontextualizar la filosofía y la ciencia , busca aislarlas de su contexto social e histórico.

La cosmovisión racionalista hipertrofia la estabilidad de las relaciones sociales en el seno de la nación-estado y busca una separación radical entre la razón y las emociones, despreciando éstas y entronizando aquella. Estos dos rasgos se mantienen, con efectos negativos para la filosofía y la ciencia desde finales del siglo XVII hasta mediados del XX. El andamiaje de la modernidad no empieza a desmontarse, de verdad, hasta la década de los 70 cuando se admite que la ciencia, el saber, no es una empresa abstracta cuyo progreso se puede definir sin referencia a la situación histórica en la que se realiza dicho progreso.

En la actualidad, como muestra Toulmin, la reflexión posmoderna ha hecho desvanecer la esperanza de encontrar un punto cero que sirva de base para construir un sistema de filosofía basado en la racionalidad moderna. El desarrollo de la física y la matemática tras Einstein hace que sea necesario reconocer un conjunto de mutaciones que implican una amplitud de perspectivas impuestas por las nuevas posibilidades y exigencias que conllevan un mundo de filosofía práctica, ciencias multidisciplinares e instituciones trasnacionales. Ya no es posible mantener que la física es la ciencia “maestra” capaz de ofrecer un modelo autorizado de método racional a toda la ciencia y la filosofía. Los distintos saberes han de desarrollar sus propios modelos y adaptarse a sus propios problemas específicos.

Stephen Toulmin (Londres, 1922) estudió Filosofía en Cambridge, donde asistió a varios seminarios impartidos por Wittgenstein. Su dilatada carrera académica le ha llevado desde Oxford hasta Los ángeles. En la actualidad prepara la edición de una reflexión autobiográfica con sus recuerdos de Wittgenstein y de sus años de formación en Inglaterra. Su obra es conocida en España gracias a La vida de Wittgenstein (Taurus).

Cosmópolis" de Stephen Toulmin está siendo un libro de lectura estimulante. Su objetivo es explicar la aparición de Descartes y su radical preocupación por encontrar un método que procurase a quién lo siguiera certezas absolutas.

El salto que lleva a la historia de la filosofía de Montaigne y su esceptecismo acerca de la posibilidad de un conocimiento absoluto a Descartes y su infalible método productor de dertezas absolutas es grande. Ambos pesonajes se representan a sí mismos, pero también son -para el autor- personajes representativos de dos sensibilidades diferentes y contrapuestas.

Toulmin se pregunta por qué la actitud cartesiana prendió tan profundamente en la europa de principios del siglo XVII y las razones que encuentra son históricas. La Europa de aquella época era la insegura Europa de la Guerra de los 30 años, la de las guerras de religión entre católicos y protestantes.

Los fanáticos habían derrotado todos los intentos de los hombres cabales por evitar el conflicto, uno de ellos fue Enrique IV de Francia. Primero fue protestante y luego se convirtió al catolicismo para obtener el trono de Francia, suya es la frase "Paris bien vale una misa". Todo su reinado fue uno de los primeros intentos por desarrollar un poder público en el que cupieran tanto protestantes como católicos, respetuoso con las conciencias. Desgraciadamente, fue asesinado por los fanáticos poseídos por el demonio de su certeza absoluta y su muerte introdujo un elemento definitivo de inestabilidad que llevó a una larga época de guerra.

Enrique IV fue uno de los últimos depositarios del espíritu hedonista y relativista de Montaigne, un espíritu que fue borrado por la pugna entre los fanáticos de uno y otro bando... lo que me llevó a pensar que en muchos casos los conflictos no se producen entre ideas sino entre los fanáticos que se sienten depositarios de una idea vivida como certeza absoluta.

Intolerancia.

En una época como aquella en que los hombres cabales de uno y otro bando eran asesinados o carecían de los arrestos precisos para enfrentarse a sus propios fanáticos, la época de la Guerra de los 30 años, un momento en el que sólo una idea podría quedar en pie, lo único que un hombre cabal podía hacer era encargarse de buscar un método que garantizase el encuentro por medios racionales de la verdad.

Mientras los hombres como Montaigne podían perfectamente convivir en un mundo donde existiesen tantas verdades como personas, los hombres como Descartes sólo podían existir en un mundo donde existiese una sóla verdad, generalmente la propia.

De qué nos sirve la verdad, si no tenemos a nadie con quién compartirla.

La tristeza de esa soledad es un elemento consustancial al Barroco, la tristeza del hombre que se sabe sólo ante Dios y lejos de la relativa alegría de los jardines renacentistas.

La gravedad del

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