Los filósofos de la naturaleza
Alejiitagon6 de Marzo de 2012
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Los filósofos de la naturaleza.
A los primeros filósofos de Grecia se les suele llamar «filósofos de la naturaleza» porque, ante todo, se interesa¬ban por la naturaleza y por sus procesos.
Ya nos hemos preguntado de dónde procedemos. Muchas personas hoy en día se imaginan más o menos que algo habrá surgido, en algún momento, de la nada. Esta idea no era tan corriente entre los griegos. Por alguna ra¬zón daban por sentado que ese «algo» había existido siem¬pre.
Vemos, pues, que la gran pregunta no era cómo todo pudo surgir de la nada. Los griegos se preguntaban, más bien, cómo era posible que el agua se convirtiera en peces vivos y la tierra inerte en grandes árboles o en flores de co¬lores encendidos. ¡Por no hablar de cómo un niño puede ser concebido en el seno de su madre!
Los filósofos veían con sus propios ojos cómo cons¬tantemente ocurrían cambios en la naturaleza. ¿Pero cómo podían ser posibles tales cambios? ¿Cómo podía algo pasar de ser una sustancia para convertirse en algo completa¬mente distinto, en vida, por ejemplo?
Los primeros filósofos tenían en común la creencia de que existía una materia primaria, que era el origen de todos los cambios. No resulta fácil saber cómo llegaron a esa conclusión, sólo sabemos que iba surgiendo la idea de que tenía que haber una sola materia primaria que, más o menos, fuese el origen de todos los cambios sucedidos en la naturaleza. Tenía que haber «algo» de lo que todo pro¬cedía y a lo que todo volvía.
Lo más interesante para nosotros no es saber cuáles fueron las respuestas a las que llegaron esos primeros filóso¬fos, sino qué preguntas se hacían y qué tipo de respuestas buscaban. Nos interesa más el cómo pensaban que precisa¬mente lo que pensaban.
Podemos constatar que hacían preguntas sobre cam¬bios visibles en la naturaleza. Intentaron buscar algunas leyes naturales constantes. Querían entender los sucesos de la na¬turaleza sin tener que recurrir a los mitos tradicionales. Ante todo, intentaron entender los procesos de la naturaleza estu¬diando la misma naturaleza. ¡Es algo muy distinto a explicar los relámpagos y los truenos, el invierno y la primavera con referencias a sucesos mitológicos!
De esta manera, la filosofía se independizó de la re¬ligión. Podemos decir que los filósofos de la naturaleza dieron los primeros pasos hacia una manera científica de pensar, desencadenando todas las ciencias naturales poste¬riores.
La mayor parte de lo que dijeron y escribieron los fi¬lósofos de la naturaleza se perdió para la posteridad. Lo poco que conocemos lo encontramos en los escritos de Aristóteles, que vivió un par de siglos después de los pri¬meros filósofos. Aristóteles sólo se refiere a los resultados a que llegaron los filósofos que le precedieron, lo que signi-fica que no podemos saber siempre cómo llegaron a sus conclusiones. Pero sabemos suficiente como para consta¬tar que el proyecto de los primeros filósofos griegos abar-caba preguntas en torno a la materia primaria y a los cam¬bios en la naturaleza.
a. Tres filósofos de Mileto.
El primer filósofo del que oímos hablar es Tales, de la colonia de Mileto, en Asia Menor. Viajó mucho por el mundo. Se cuenta de él que midió la altura de una pirá¬mide en Egipto, teniendo en cuenta la sombra de la misma, en el momento en que su propia sombra medía exacta¬mente lo mismo que él. También se dice que supo predecir mediante cálculos matemáticos un eclipse solar en el año 585 antes de Cristo.
Tales opinaba que el agua era el origen de todas las cosas. No sabemos exactamente lo que quería decir con eso. Quizás opinara que toda clase de vida tiene su origen en el agua, y que toda clase de vida vuelve a convertirse en agua cuando se disuelve
Estando en Egipto, es muy probable que viera cómo todo crecía en cuanto las aguas del Nilo se retiraban de las regiones de su delta. Quizás también viera cómo, tras la lluvia, iban apareciendo ranas y gusanos.
Además, es probable que Tales se preguntara cómo el agua puede convertirse en hielo y vapor, y luego volver a ser agua de nuevo.
Al parecer, Tales también dijo que «todo está lleno de dioses». También sobre este particular sólo podemos hacer conjeturas en cuanto a lo que quiso decir. Quizás se refiriese a cómo la tierra negra pudiera ser el origen de todo, desde flores y cereales hasta cucarachas y otros insectos, y se imagi¬nase que la tierra estaba llena de pequeños e invisibles «gér¬menes» de vida. De lo que si podemos estar seguros, al me-nos, es de que no estaba pensando en los dioses de Homero.
El siguiente filósofo del que se nos habla es de Anaxi¬mandro, que también vivió en Mileto. Pensaba que nuestro mundo simplemente es uno de los muchos mundos que nacen y perecen en algo que él llamó «lo Indefinido». No es fácil saber lo que él entendía por «lo Indefinido», pero parece claro que no se imaginaba una sustancia conocida, como Tales. Quizás fuera de la opinión de que aquello de lo que se ha creado todo, precisamente tiene que ser dis¬tinto a lo creado. En ese caso, la materia primaria no podía ser algo tan normal como el agua, sino algo «indefinido».
Un tercer filósofo de Mileto fue Anaxímenes (aprox. 570-526 a. de C.) que opinaba que el origen de todo era el aire o la niebla.
Es evidente que Anaxímenes había conocido la teoría de Tales sobre el agua. ¿Pero de dónde viene el agua? Anaxímenes opinaba que el agua tenía que ser aire conden¬sado, pues vemos cómo el agua surge del aire cuando llueve. Y cuando el agua se condensa aún más, se convierte en tierra, pensaba él. Quizás había observado cómo la tie¬rra y la arena provenían del hielo que se derretía. Asimismo pensaba que el fuego tenía que ser aire diluido. Según Ana¬xímenes, tanto la tierra como el agua y el fuego, tenían co¬mo origen el aire.
No es largo el camino desde la tierra y el agua hasta las plantas en el campo. Quizás pensaba Anaxímenes que para que surgiera vida, tendría que haber tierra, aire, fuego y agua. Pero el punto de partida en sí eran «el aire» o «la niebla». Esto significa que compartía con Tales la idea de que tiene que haber una materia primaria, que constituye la base de todos los cambios que suceden en la naturaleza.
b. Nada puede surgir de la nada.
Los tres filósofos de Mileto pensaban que tenía que haber una -y quizás sólo una materia primaria de la que estaba hecho todo lo demás. ¿Pero cómo era posible que una materia se alterara de repente para convertirse en algo completamente distinto? A este problema lo podemos llamar problema del cambio.
Desde aproximadamente el año 500 a. de C. vivieron unos filósofos en la colonia griega de Elea en el sur de Italia, y estos eleatos se preocuparon por cuestiones de ese tipo. El más conocido era Parménides (aprox. 510-470 a. de C).
Parménides pensaba que todo lo que hay ha existido siempre, lo que era una idea muy corriente entre los grie¬gos. Daban más o menos por sentado que todo lo que existe en el mundo es eterno. Nada puede surgir de la nada, pensaba Parménides. Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada.
Pero Parménides fue más lejos que la mayoría. Pen¬saba que ningún verdadero cambio era posible. No hay na¬da que se pueda convertir en algo diferente a lo que es exactamente.
Desde luego que Parménides sabía que precisamente la naturaleza muestra cambios constantes. Con los sentidos observaba cómo cambiaban las cosas, pero esto no con-cordaba con lo que le decía la razón. No obstante, cuando se vio forzado a elegir entre fiarse de sus sentidos o de su razón, optó por la razón.
Conocemos la expresión: «Si no lo veo, no lo creo». Pero Parménides no lo creía ni siquiera cuando lo veía. Pensaba que los sentidos nos ofrecen una imagen errónea del mundo, una imagen que no concuerda con la razón de los seres humanos. Como filósofo, consideraba que era su obligación descubrir toda clase de «ilusiones».
Esta fuerte fe en la razón humana se llama raciona¬lismo. Un racionalista es el que tiene una gran fe en la ra¬zón de las personas como fuente de sus conocimientos so¬bre el mundo.
c. Todo fluye.
Al mismo tiempo que Parménides, vivió Heráclito (aprox. 540-480 a. de C.) de Éfeso en Asia Menor. Él pen¬saba que precisamente los cambios constantes eran los ras¬gos más básicos de la naturaleza. Podríamos decir que Heráclito tenía más fe en lo que le decían sus sentidos que Parménides.
«Todo fluye», dijo Heráclito. Todo está en movimien¬to y nada dura eternamente. Por eso no podemos «descen¬der dos veces al mismo río», pues cuando desciendo al río por segunda vez, ni yo ni el río somos los mismos.
Heráclito también señaló el hecho de que el mundo está caracterizado por constantes contradicciones. Si no estuviéramos nunca enfermos, no entenderíamos lo que significa estar sano. Si no tuviéramos nunca hambre, no sa¬bríamos apreciar estar saciados. Si no hubiera nunca gue¬rra, no sabríamos valorar la paz, y si no hubiera nunca in¬vierno, no nos daríamos cuenta de la primavera.
Tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo, decía Heráclito. Y si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo dejaría de existir.
«Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hambre y saciedad», decía. Emplea la palabra «Dios», pero es evidente que se refiere a algo muy distinto a los dioses de los que hablaban los mitos. Para Heráclito, Dios
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