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Movimientos Literarios

alondrazul3 de Julio de 2014

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Barroco

Las Meninas (1656), de Diego Velázquez, Museo del Prado, Madrid.El Barroco fue un período de la historia en la cultura occidental originado por una nueva forma de concebir las artes visuales (el «estilo barroco») y que, partiendo desde diferentes contextos histórico-culturales, produjo obras en numerosos campos artísticos: literatura, arquitectura, escultura, pintura, música, ópera, danza, teatro, etc. Se manifestó principalmente en Europa occidental, aunque debido al colonialismo también se dio en numerosas colonias de las potencias europeas, principalmente en Latinoamérica. Cronológicamente, abarcó todo el siglo XVII y principios del XVIII, con mayor o menor prolongación en el tiempo dependiendo de cada país. Se suele situar entre el Manierismo y el Rococó, en una época caracterizada por fuertes disputas religiosas entre países católicos y protestantes, así como marcadas diferencias políticas entre los estados absolutistas y los parlamentarios, donde una incipiente burguesía empezaba a poner los cimientos del capitalismo.[1]

Como estilo artístico el Barroco surgió a principios del siglo XVII (según otros autores finales del XVI) en Italia —período también conocido en este país como Seicento—, desde donde se extendió hacia la mayor parte de Europa. Durante mucho tiempo (siglos XVIII y XIX) el término «barroco» tuvo un sentido peyorativo, con el significado de recargado, engañoso, caprichoso, hasta que fue posteriormente revalorizado a finales del siglo XIX por Jacob Burckhardt y, en el XX, por Benedetto Croce y Eugeni d'Ors. Algunos historiadores dividen el Barroco en tres períodos: «primitivo» (1580-1630), «maduro» o «pleno» (1630-1680) y «tardío» (1680-1750).[2]

Aunque se suele entender como un período artístico específico, estéticamente el término «barroco» también indica cualquier estilo artístico contrapuesto al clasicismo, concepto introducido por Heinrich Wölfflin en 1915. Así pues, el término «barroco» se puede emplear tanto como sustantivo como adjetivo. Según este planteamiento, cualquier estilo artístico atraviesa por tres fases: arcaica, clásica y barroca. Ejemplos de fases barrocas serían el arte helenístico, el arte gótico, el romanticismo o el modernismo.[2]

El arte se volvió más refinado y ornamentado, con pervivencia de un cierto racionalismo clasicista pero adoptando formas más dinámicas y efectistas y un gusto por lo sorprendente y anecdótico, por las ilusiones ópticas y los golpes de efecto. Se observa una preponderancia de la representación realista: en una época de penuria económica, el hombre se enfrenta de forma más cruda a la realidad. Por otro lado, a menudo esta cruda realidad se somete a la mentalidad de una época turbada y desengañada, lo que se manifiesta en una cierta distorsión de las formas, en efectos forzados y violentos, fuertes contrastes de luces y sombras y cierta tendencia al desequilibrio y la exageración

Literatura española del Barroco.

En España, donde el siglo XVII sería denominado el «Siglo de oro», la literatura estuvo más que en ningún otro sitio al servicio del poder, tanto político como religioso. La mayoría de obras van encaminadas a la exaltación del monarca como elegido por Dios, y de la Iglesia como redentora de la humanidad, al mismo tiempo que se procura una evasión de la realidad para diluir la penosa situación económica de la mayoría de la población. Sin embargo, pese a estas limitaciones, la creatividad de los escritores de la época y la riqueza del lenguaje desarrollado produjeron un elevado nivel de calidad, que convierten a la literatura española de la época en el paradigma de la literatura barroca y en una de las más altas cimas de la historia de la literatura. La descripción de la realidad se basa en dos ejes vertebradores: la transitoriedad de los fenómenos terrenales, donde todo es vanidad (vanitas vanitatum); y el omnipresente recuerdo de la muerte (memento mori), que hace apreciar con más intensidad la vida (carpe diem).[98]

La base conceptual de la literatura barroca española proviene de la cultura grecolatina, aunque adaptada, como se ha descrito, a la apología político-religiosa. Así, la estética literaria se vertebra alrededor de tres tópicos de origen clásico: la contraposición entre juicio e ingenio, que si bien en el humanismo renacentista estaban equilibrados, en el Barroco será el segundo el que asumirá mayor relevancia; el tópico horaciano delectare et prodesse («deleitar y aprovechar»), por el que se produce una simbiosis entre los recursos estilísticos y el proselitismo a favor del poder establecido, y por el que en última instancia se llega a la fórmula ars gratia artis («el arte por el arte»), en que la literatura se abandona al placer de la simple belleza; y el también tópico horaciano ut pictura poesis («la poesía como la pintura»), máxima por la cual el arte debe imitar la naturaleza para conseguir la perfección —como expresó Baltasar Gracián: «lo que es para los ojos la hermosura, y para los oídos la consonancia, eso es para el entendimiento el concepto»—.[99]

Culteranismo: Luis de Góngora, óleo de Diego Velázquez.

Conceptismo: Francisco de Quevedo, retrato atribuido a Juan van der Hamen o a Velázquez.En la lírica se dieron dos corrientes: el culteranismo (o cultismo), liderado por Luis de Góngora (por lo que también se le llama «gongorismo»), donde destacaba la belleza formal, con un estilo suntuoso, metafórico, con abundancia de paráfrasis y una gran proliferación de latinismos y juegos gramaticales; y el conceptismo, representado por Francisco de Quevedo y donde predominaba el ingenio, la agudeza, la paradoja, con un lenguaje conciso pero polisémico, con múltiples significados en pocas palabras.[100] Góngora fue uno de los mejores poetas de principios del siglo XVII, actividad que cultivaba en sus ratos libres como sacerdote. Su obra está influida por Garcilaso, aunque sin el sentido armónico y equilibrado que mostró este en toda su producción. El estilo de Góngora es más ornamental, musical, colorista, con abundancia de hipérbatos y metáforas, por lo que resulta difícil de leer y se dirige especialmente a minorías cultas. En cuanto a temática, predomina la amorosa, la satírica-burlesca y la religioso-moral. Empleó métricas como las silvas y las octavas reales, pero también formas más populares como sonetos, romances y redondillas. Sus principales obras son la Fábula de Polifemo y Galatea (1613) y Soledades (1613). Otros poetas culteranistas fueron: Juan de Tassis, conde de Villamediana, Gabriel Bocángel, Pedro Soto de Rojas, Anastasio Pantaleón de Ribera, Salvador Jacinto Polo de Medina, Francisco de Trillo y Figueroa, Miguel Colodrero de Villalobos y fray Hortensio Félix Paravicino.[101] Por su parte, Quevedo osciló en su vida personal entre importantes cargos políticos o la cárcel y el destierro, según su relación temperamental con las autoridades. En su obra se vislumbra un sentimiento desgarrado por la realidad cotidiana de su país, donde predomina el desengaño, la presencia del dolor y la muerte. Esta visión se desarrolla en dos líneas contrapuestas: o bien la cruda descripción de la realidad, o bien burlándose de ella y caricaturizándola. Sus poemas fueron publicados tras su muerte en dos volúmenes: Parnaso español (1648) y Las tres Musas (1670). Otros poetas conceptistas fueron: Alonso de Ledesma, Miguel Toledano, Pedro de Quirós y Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas.[102] Aparte de estas dos corrientes merece destacarse la figura de Lope de Vega, un gran dramaturgo que también cultivó la poesía y la novela, tanto de inspiración religiosa como profana, a menudo con un trasfondo autobiográfico. Utilizó principalmente la métrica de romances y sonetos, como en Rimas sacras (1614) y Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634); y también realizó poemas épicos, como La Dragontea (1598), El Isidro (1599) y La Gatomaquia (1634).[103]

Agudeza y arte de ingenio, de Baltasar Gracián. Portada de la edición de Amberes, 1669.La prosa estuvo dominada por la gran figura de Miguel de Cervantes, que si bien se sitúa entre el Renacimiento y el Barroco supuso una figura de transición que marcó a una nueva generación de escritores españoles. Militar en su juventud —participó en la batalla de Lepanto—, estuvo prisionero de los turcos durante cinco años; posteriormente ocupó diversos cargos burocráticos, que compaginó con la escritura, que si bien le proporcionó una inicial fama no impidió que muriese en la pobreza. Cultivó la novela, el teatro y la poesía, aunque esta última con escaso éxito.[nota 7] Pero indudablemente su talento estaba en la prosa, que oscila entre el realismo y el idealismo, a menudo con una fuerte intención moralizadora, como en sus Novelas ejemplares. Su gran obra, y una de las cumbres de la literatura universal, es Don Quijote (1605), la historia de un hidalgo que emprende una serie de alocadas aventuras creyéndose un gran paladín como los de las novelas de caballería. Si bien la primera intención de Cervantes era hacer una parodia, conforme se fue gestando la historia adquirió un fuerte sello filosófico y de introspección de la mente y el sentimiento humanos, pasando del humor a la fina ironía que, sin embargo, está exenta de resentimiento o acritud, y pone de manifiesto que la cualidad esencial del ser humano es su capacidad de soñar.[104]

Otro terreno donde se desarrolló la prosa barroca española fue la novela picaresca, continuando la tradición iniciada el siglo anterior con el Lazarillo de Tormes (1554). Estuvo representada principalmente por tres

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