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Partido Ncional Revolucionario


Enviado por   •  29 de Octubre de 2014  •  3.071 Palabras (13 Páginas)  •  154 Visitas

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“¡Farsa! La formación del PNR y las primeras reglas de sucesión presidencial”

Martínez Cervantes, Alan (extraordinario)

Revolución Mexicana

El farsante

¡Farsante! – le gritaba un exaltado Aurelio Manrique, fiel partidario del resentido obregonismo, a Plutarco Elías Calles mientras descendía de la tribuna donde momentos antes había anunciado el fin de un gobierno dominado por caudillos y el paso a un sistema regido por las instituciones.

Obregón fue asesinado poco más de un mes antes de dicho último informe de Calles ante el Congreso. Fue un martes aquel 17 de julio del aciago año de 1928, cuando el “manco de Celaya” asistió a un banquete organizado por los diputados federales guanajuatenses en el restaurante “La Bombilla” en San Ángel. Sentado en el lugar de honor, justo en medio de algunos incondicionales suyos como Antonio Díaz Soto y Gama, Ezequiel Padilla, Aarón Sáenz , Ricardo Topete y el mismo Manrique; Obregón fue ultimado por José de León Toral mientras la banda amenizaba con “el limoncito”.

La sucesión presidencial se convertía nuevamente en un baño de sangre para los altos miembros de la familia revolucionaria. Desde Tlaxcalaltongo hasta Huitzilac la principal causa para el uso de las armas fue la transición del poder. De la Constitución elaborada en Querétaro emergió un régimen presidencialista cuya concentración excesiva de poder en la figura del ejecutivo respondía a la plena convicción de que sólo un estado fuerte podría agilizar el desarrollo de las fuerzas productivas. Una consecuencia inmediata de ello fue la desenfrenada ambición de los generales triunfantes por convertirse, cada uno de ellos, en el hombre indicado para dirigir las riendas de la nación.

El resto del mes de julio y agosto fueron, al momento, los más críticos del gobierno callista. El magnicidio inauguraba una crisis política en tanto Obregón había sido elegido quince días antes para un segundo periodo presidencial. Autores materiales uno: Toral. Autores intelectuales: muchos. Los obregonistas señalaron iracundos a la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), a Calles, a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.

Si durante su primer periodo (1920-1924) y su campaña para el segundo, Obregón se apoyó en el Partido Nacional Agrarista de Manrique y Soto y Gama; Calles tuvo de aliado incondicional para su cuatrienio a Luis N. Morones y su CROM, la organización sindical más poderosa por su cantidad de agremiados, de la que el Partido Laborista Mexicano, su brazo político, se encargó de llevar a cabo el trabajo sucio de la facción tanto en la calle como en el Congreso. Tras una serie de bravatas de Morones contra el caudillo sonorense y de este contra los laboristas, los dedos acusadores del obregonismo señalaron sin miramientos a la CROM y su líder.

Calles se encontró con la situación adversa que conllevaba el inevitable advenimiento del caudillo; esto es, un Congreso plagado de obregonistas, Gobernadores y altos mandos del ejército vinculados de una u otra manera con el difunto revolucionario y por ende, duros críticos ávidos de venganza más que de justicia. Las medidas para aliviar la situación fueron inmediatas, aunque insuficientes; el encargado de la investigación, general Roberto Cruz, fue inmediatamente reemplazado por Antonio Ríos Zertuche, amigo del occiso. La muerte de Toral estaba decretada más allá del memorable litigo que encabezarían maestro y alumno, Demetrio Sodi versus Ezequiel Padilla.

La vorágine no concluía ahí, nadie que no fueran los mismo partidarios de Obregón podían conducir al país; el paredón seguro de Toral era sólo un requisito mínimo que Calles se apresuró a cumplir. Mas el asunto central residía básicamente en el mismo tema, la sucesión. Las opciones eran pocas, la más socorrida era la concerniente a la ampliación del periodo del maestro de Guaymas, lo que si bien podría ser una solución inmediata pospondría temporalmente el asunto de las sangrientas contiendas por el poder. Otra opción, que más bien considero fue articulada en el transcurso de esta crisis y vislumbrada con anterioridad por Calles, es correctamente sintetizada por Luis Javier Garrido y era

Modificar las prácticas observadas hasta entonces con relación a la sucesión presidencial y preparar la instauración de mecanismos de tipo “institucional” que pudiesen ser considerados como legítimos por las fuerzas que componían el bloque social dominante.

La división era evidente, la intención era impedir que esta llegase a las armas y derramamiento consecuente de sangre, además que esta situación no continuase al término de cada periodo. Calles tendría pues que hacer uso de la influencia que ejercía sobre grupos, partidos, caudillos locales para agruparlos en una formación mediante la cual pudiesen dirimir sus diferencias. Al fin y al cabo, había ejercido el poder discrecionalmente con lo que tenía bajo su égida el apoyo de gran cantidad de sectores. Calles estaba consciente que el problema era lo electoral, todos los que se reclamasen revolucionarios tendrían legítimo derecho a aspirar sin dividir, el proyecto populista del gobierno no era puesto en duda por lo que la lucha armada caía en un terreno lógicamente estéril, pero generoso en sangre, en caos.

Largos fueron los días de espera, los principales representantes del grupo gobernante esperaron con ansías el primero de diciembre, el último informe de gobierno, la decisión del máximo representante del país sobre el futuro político. La sorpresa fue el primer sentimiento, Calles anunciaba que no extendería su periodo ni que buscaría la reelección; la duda siguió para muchos, se transitaría a un régimen de instituciones; para otros la afrenta, los caudillos habían dañado, retrasado el avance de México. Su mensaje era claro, la unidad, el cambio, la modificación de los medios para acceder al poder. No, el mensaje no era claro, no al menos para los radicales obregonistas que veían en Calles el autor intelectual del asesinato de Obregón y de su discurso, poco o nada les interesaba realmente la mano franca que el presidente les tendía. El mensaje fue claro para Calles y los principales allegados que le vieron configurar la propuesta “institucional” de julio a septiembre, pues ni los mismos callistas creyeron realmente en su propuesta conciliadora; no por dudar de su dirigente sino por querer permanecer a la sombra del jefe en turno, en otras palabras, creían al igual que los obregonistas que Calles continuaría ejerciendo su influencia.

La duda continuó siendo la sucesión. La respuesta

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