Prehispanico
darkinho.2431 de Mayo de 2015
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Desde que el ser humano puso su primera huella en los Andes hasta la década de 1530, el hombre andino vivió apartado de la influencia de Occidente y tuvo escasos contactos con otras sociedades de la América precolombina. El logro más espectacular de la cultura andina fue el haber desarrollado una gran capacidad de adaptarse a su medio geográfico (la ecología), de administrar grandes conjuntos humanos y de hacer una efectiva redistribución de recursos a la población. Esto fue algo fue fascinó a los europeos que llegaron a los Andes en el siglo XVI. Venidos de un continente donde el hambre arreciaba constantemente, fueron testigos de excepción al ver en pleno funcionamiento el cultivo en andenes, el sistema vial culminado por los incas y los depósitos o colcas abarrotados de alimentos y otros productos (tejido) que los incas se encargaban de repartir entre la población de los ayllus.
Estas hazañas materiales cautivaron a los cronistas y marcaron para siempre la imagen del Perú prehispánico ante el mundo. Hoy, sin embargo, tenemos una visión más global acerca de los pobladores andinos. Gracias a la investigación arqueológica e histórica sabemos que concibieron el mundo como un inmenso tejido al aceptar formas de organización derivadas de sus dioses y que consideraron divinidades a los incas y a sus curacas. También sabemos que explicaron ritualmente (mediante mitos) su sociedad, sus diversos sistemas de organización y hasta su experiencia: la historia era registrada por una infinidad de mitos y no era lineal (o positiva) como la europea.
Las excavaciones han demostrado la presencia del hombre en los Andes por lo menos hace 10 mil años. Antes de la aparición de la primera sociedad compleja (Chavín, hacia el 1.000 a.C.) los arqueólogos distinguen etapas de cazadores-recolectores (Arcaico); horticultores, pastores y pescadores (Precerámico); y las primeras aldeas o templos (Formativo Inicial). La siguiente etapa ha sido dividida en períodos llamados "horizontes" e "intermedios". El primero es un tiempo en que la población vivió relacionada por un poder central o por medio de patrones culturales ampliamente aceptados en la región andina; Chavín, Wari y los Incas corresponden a estos períodos de unificación. En oposición, los intermedios serían tiempos de regionalización o diversificación cultural: los reinos de Nazca, Mochica y Chimú son los ejemplos clásicos. Los horizontes indicarían un predominio serrano, mientras los intermedios un auge costeño.
La vida del hombre en los Andes es, pues, muy larga y debe entenderse que los Incas no fueron una ruptura en esta historia. Sus logros se explican gracias a que aprovecharon toda la experiencia anterior. Poco es lo que aportaron de original en los Andes, aunque ello no disminuye su importancia. Son el pueblo andino del que poseemos mayores testimonios y su estudio nos permite entender patrones de comportamiento y de organización anteriores a ellos. Sin los Incas hoy no manejaríamos los conocimientos que tenemos. De esta manera todo el mundo andino se comunica para nosotros: la historia de los Incas, por ejemplo, nos ayuda a entender Wari, así como los hallazgos arqueológicos de esta cultura enriquecen nuestra visión de los Incas.
Las primeras huellas del hombre en los Andes
Hace unos 13 mil años, en diversas oleadas, se inició el poblamiento del actual territorio peruano. Los primeros ocupantes poseían un amplio bagaje cultural: fabricaban utensilios, técnicas de caza especializada y recolección de plantas. Desde la llegada de estos cazadores-recolectores hasta la aparición de Chavín pasaron alrededor de 10 mil años. En la sierra el hombre se dedicaba a la caza de auquénidos y ciervos y recolectaba tubérculos y raíces; sus instrumentos los fabricaban con hueso, piedra (cuchillos y puntas de proyectil) y madera. En la costa la dieta estaba compuesta de peces y mariscos, pequeños roedores, lagartijas, aves y, a veces, ciervos y zorrillos. El mar, los valles y las lomas proporcionaban los principales alimentos. Las viviendas, en un primer momento, eran las cuevas y los abrigos rocosos. Hacia el 7 mil a.C. aparecieron arreglos en las cuevas: barreras de troncos y ramas en la entrada, muros pequeños de piedra y, al interior, pinturas rupestres y fogones, incluso hornos. En la costa hay campamentos semicirculares al aire libre. En esta época los hombres vivían en grupos no muy grandes de 20 a 30 individuos. Eran bandas lideradas por los más fuertes donde existía una "división del trabajo": los hombres cazaba y pescaban; las mujeres y los jóvenes recolectaban plantas y atrapaban a los animales pequeños. Los sitios arqueológicos de Lauricocha (Huánuco), Pikimachay (Ayacucho), Toquepala (Moquegua), Guitarrero (Ancash), Telarmachay (Junín) y Cupisnique (La Libertad), entre otros, son los más representativos.
Hacia el octavo milenio se inició el proceso de domesticación de plantas. El proceso terminó con la agricultura y la construcción de las primeras aldeas y monumentos ceremoniales. En el sexto milenio se inició la domesticación de auquénidos (llamas), cuyes y patos que formó los primeros pueblos de pastores en el 4 mil a.C. En la sierra el hombre sembró oca, ají, olluco, frijol, pallar y zapallo; el maíz sería posterior (5 mil a.C.). En la costa la pesca se tecnificó (anzuelos, redes y embarcaciones) y se inició la siembra de calabaza, maní, palta, yuca, pacae algodón, lúcuma y maíz. No hay evidencia en la domesticación del perro pues al no ser oriundo de América, debió acompañar al hombre desde su ingreso al continente.
Con el cultivo de plantas se hizo necesaria la sedentarización y con ello aparecen las primeras aldeas. En la sierra estuvieron en los valles cálidos con facilidades para el cultivo. Las primeras aldeas en la costa surgieron cerca de la explotación de los recursos marinos (pesca y recolección de mariscos); eran pueblos de pescadores y recolectores de frutas cuyas viviendas eran semisubterráneas con techos de costillas de ballena o esteras de junco. Cuando la agricultura estuvo bien desarrollada se construyeron los primeros monumentos públicos. Los más antiguos fueron montículos elevados donde se diseñaron plazas, algunas hundidas, para desarrollar ceremonias rituales. Hacia el 1.800 a.C. se comenzaron a edificar grandes monumentos públicos piramidales de adobe (costa) y piedra (sierra). Los sitios arqueológicos de Kotosh (Huánuco), Huaca de los Reyes y Huaca Prieta (La Libertad), Sechín Alto y Moxeque-Pampa de las Llamas (Ancash), o Huaca La Florida, Las Haldas y Cerro Paloma (Lima), corresponden a este período.
Los tejidos más antiguos se han encontrado en Huaca Prieta (valle de Chicama); es un tejido de fibras de algodón entrelazado, sin telar, y con decoración. Los tejidos jugaron un papel importante en definir la posición social y se vincularon a prácticas rituales (entierros). La cerámica, por su lado, apareció luego de la domesticación de plantas y animales, la sedentarización y la construcción de monumentos. Probablemente vino de los actuales territorios de Ecuador o Colombia entre el 1.800 y 1.300 a.C. Las primeras piezas de cerámica reemplazaron a las de cestería y a las calabazas.
Lo cierto es que con todos estos avances culturales, producto de 10 mil años de observación y experimentación, el hombre andino se adaptó a su medio ecológico y había creado las condiciones para la aparición de las sociedades complejas o Altas Culturas del Primer Horizonte.
Las bases de la cultura andina
En los Andes el parentesco y la reciprocidad rigieron la vida de la población. Ésta se encontraba organizada en ayllus o familias extendidas que aparecieron hacia el primer milenio a.C. Sus miembros se reconocían parientes entre sí porque descendían de un antepasado común. Este vínculo ancestral (parentesco simbólico) les obligaba a ayudarse mutuamente. En este sentido la reciprocidad se basó en el parentesco, y era un intercambio de trabajo o ayuda que se medía en tiempo de servicio. Si alguien se negaba a prestar ayuda a sus parientes recibía la sanción del grupo que podía llegar hasta la expulsión.
Las formas de trabajo al interior del ayllu eran el ayni (intercambio de servicios entre personas de un mismo status), la minca (faenas colectivas que beneficiaban a todo el grupo) y la mita (trabajo rotativo en beneficio del curaca). Los curacas eran los jefes del ayllu y eran elegidos mediante actos rituales. Ellos organizaban el trabajo, administraban justicia y dirigían el culto. En los tiempos del Tahuantinsuyo fueron los mediadores entre el Inca y el ayllu.
En una economía sin moneda, sin mercado ni comercio, y sin un tributo tal como lo conocemos hoy , los principios de parentesco y reciprocidad fueron claves. De esta manera se desarrolló una reciprocidad con una jerarquía superior: el curaca o el Inca. Esta reciprocidad asimétrica fue la "redistribución". En ella la autoridad proveía a los ayllus de recursos (alimentos, coca, tejido) según sus necesidades y en retribución a su trabajo en la mita. Los ayllus no daban productos a la autoridad en forma de tributo, ni el estado remuneraba con salario el trabajo de los indios. Todo esto funcionaba por medio de la reciprocidad. Los curacas, y luego los incas, almacenaban los productos obtenidos de la mita en depósitos (colcas) para luego redistribuirlos a los ayllus. Por lo tanto el poder y la riqueza no se medían en función de la acumulación de bienes sino en la capacidad de movilizar mano de obra a través del parentesco y la reciprocidad.
Para completar la economía los ayllus desarrollaron una estrategia para captar recursos de las diversas altitudes andinas. El llamado "control vertical de los pisos ecológicos"
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