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Rafael Barret En Paraguay


Enviado por   •  4 de Diciembre de 2013  •  1.915 Palabras (8 Páginas)  •  461 Visitas

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¡Bienvenido Rafael Barrett!

Este entrañable humanista español llegó al Paraguay en octubre. Sí, en octubre de 1904, es verdad. Pero su pensamiento, su pluma elegante y aguda y su compromiso inquebrantable con los oprimidos tienen la vigencia y la frescura del presente.

Rafael Barrett rodeado de dirigentes sindicales en 1910.

Por Ricardo Benítez

Basta ver cómo ante nuestros ojos el Estado se vuelve un instrumento de opresión sobre pobres y desamparados -la militarización del Norte, el juicio de Curuguaty, los recortes a los programas sociales, etc- para comprender la absoluta actualidad de la figura de Rafael Barrett. Y si su figura es actual, su ejemplo es crucial, urgente. Este joven vinculado a la Generación del 98, dotado de una sólida cultura, conectado a las corrientes de pensamiento predominantes en su época, se entregó con endiablada pasión a la causa de los humildes y explotados en cuyo servicio puso su intelecto y su propia vida. Lo hizo desde las alturas de un humanismo alejado de cualquier mezquindad, con una autoridad moral que desarmaba a sus adversarios y detractores. ¡Cómo se echa de menos su claridad de pensamiento y estatura espiritual! Por eso mismo, como siempre, ¡bienvenido Rafael Barrett!

Hace 109 años, en octubre de 1904, llegaba a Paraguay Rafel Barrett, enviado como corresponsal por el diario argentino El Tiempo para cubrir el levantamiento revolucionario que inauguraría el periodo histórico dominado por el Partido Liberal.

Procedía Rafael Angel Jorge Julián Barrett y Alvarez de Toledo de la bohemia finisecular madrileña, de la cual quedó excluido tras un penoso incidente con tribunal de honor de por medio (y que habría de tener un capítulo análogo en Buenos Aires). Su padre tenía raíces escocesas mientras que su madre estaba lejanamente emparentada con los duques de Alba. Después de aquellos sucesos, Barrett viaja a Argentina, adonde llega según se presume en 1903. Colabora en diversas publicaciones hasta que se integra al diario El Tiempo.

Desembarca en Villeta, donde toma contacto con los revolucionarios, muchos de ellos jóvenes con ideas modernizantes y de mentalidad abierta. Barrett simpatiza con ellos al punto de incorporarse a sus filas. De hecho escribe en noviembre de ese año una única crónica al periódico argentino acerca de la crisis política en Paraguay. Allí describe a los revolucionarios como un “...pequeño ejército de empleados, estudiantes, periodistas y trabajadores de toda clase, dirigido por un puñado de militares inteligentes, presenta un espectáculo simpático de una alegre fraternidad, de una imperturbable confianza”. El texto, en el cual Barrett habla de “los nuestros” cuando alude al bando rebelde, destila entusiasmo y cierta ingenuidad al dividir al país entre los bárbaros y crueles y los portadores de la civilización. “El remedio está (…) en el advenimiento al poder de hombres civilizados, capaces de dirigir sin tiranizar y de administrar sin robar”, escribe y agrega: “si la revolución no triunfa, el país morirá. (…) Jamás han sido más justificadas las medidas violentas”. Pero la revolución sí triunfó y, naturalmente, Barrett se sintió comprometido con ella y con una nación que parece haberlo cautivado desde el primer día. Así, este español con aires de Quijote, de 28 años, flaco, alto y un poco encogido de hombros resolvió afincarse en Paraguay, a cuyo pueblo y destino quedó atado para siempre.

El país donde se hizo bueno

El contraste entre el cosmopolitismo afectado y superficial de la élite liberal -como lo acabó comprobando Barrett- y la nación aldeana y desgarrada de miseria sobre la que aquella se elevaba aceleró y profundizó una transformación intelectual, pero sobre todo espiritual, que ya había comenzado en Buenos Aires. De los salones aristocráticos de Madrid -donde se había “dado a la ostentación y a la buena compañía”, según palabras de Ramiro de Maeztu- Barrett recaló sin escalas primero en el torrente incesante de migrantes y la expansión desordenada de Buenos Aires y después en el Paraguay sin ley, gobernado por caudillos brutales y asfixiado de pobreza.

Este contacto en carne viva con el dolor –palabra que titula uno de sus libros, que aparece con tanta frecuencia en sus escritos, que cruza su propia vida- tiene en Barrett el efecto de un segundo nacimiento. “En el Paraguay y al lado tuyo me hice al fin hombre”, le escribirá a su esposa Francisca López Maíz, su “Panchita”, y en otro texto dirá "el único país mío, que amo entrañablemente, donde me volví bueno".

El compromiso de Barrett con los desposeídos -que cobra fuerza apenas se desencanta con las ruindades en las que caen muchos de sus antiguos compañeros de revolución- se hace más intenso en 1908. En ese año, además de dar frecuentes conferencias a obreros y estudiantes, publica “Lo que son los yerbales”, una serie de artículos periodísticos en los que denuncia las atroces condiciones de vida y de trabajo de los “mensú” y la explotación inhumana a la que eran sometidos.

En octubre (otra vez octubre) de ese año Barrett es detenido a causa de las publicaciones del quincenario “Germinal”, fundado por él mismo para criticar y denunciar con la mayor energía a las fuerzas políticas conservadoras y al poder detrás de ellas. Ese mismo mes es deportado a Corumbá. Para entonces ya se le había declarado la tuberculosis, enfermedad que se agravará por las condiciones de su confinamiento y por un interminable periplo que lo llevará y traerá por el río Paraná y el Río de la Plata en varias ocasiones. Después de una agradable pero corta estadía en Montevideo -ciudad que le gustó y a la que ansiaba volver después de su curación- Barrett partió a Europa con la esperanza de superar la enfermedad. La correspondencia entre Rafael y Panchita es conmovedora y muestra el dolor que le causa la separación de las dos personas que amaba, su esposa y su hijo Alex. Murió sin volver a verlos, el 17 de diciembre de 1910.

A continuación,

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