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El único museo etnológico que tiene Amazonas está en Puerto Ayacucho. Allí se puede conocer la evolución, costumbres, creencias y leyendas de las etnias indígenas que están en esta región ubicada al sur de Venezuela. Advierten que algunos idiomas autóctonos se están perdiendo por la transculturización.

Al entrar, las pinturas de indígenas en las paredes llaman la atención. La imagen de una mujer casi desnuda en medio de la selva con un niño recostado al seno, simboliza la protección maternal y el amor incondicional que las madres ofrecen a sus crías. Sean de la etnia de que sean.

Luego de pasar la primera puerta, está la sala permanente de exposición que muestra diversos objetos del pasado y presente de los indígenas venezolanos. Piezas ancestrales que permanecen en el tiempo y se pueden observar con detenimiento en el museo etnológico de Amazonas Monseñor Enzo Ceccarelli.

La vasija de barro dentro de un cubo de vidrio es el inicio del relato de antiguas costumbres de la etnia Yanomami para sepultar a los muertos. La guía del museo dice que la tinaja de arcilla con restos humanos es una muestra de los entierros que hacían, pero aclara que ésa fue desenterrada y se quitó la especie de tapa que la sellaba, para mostrar el contenido.

Esta exposición permanente exhibe algunos artículos antiguos que utilizaban los indígenas en su hábitat natural y se detallan ollas de arcilla con figuras de animales, hachas elaboradas con piedras utilizadas para cortar y abrir. A un lado de la sala están los fósiles de animales enormes y las extensas vértebras de una anaconda cuya piel está sujeta del techo.

El resto de las salas del museo se divide por etnia y muestra parte de la artesanía, trabajos en madera, instrumentos para la caza, pesca, recolección, trajes típicos, técnicas de construcción de vivienda, rituales y costumbres de cada grupo indígena: piaroa, guajibo (o jivi), yanomami, arawacos y ye’kwana.

Autana: de árbol a tepuy

Cuenta la leyenda indígena que hace tiempo, tanto tiempo atrás que los humanos no eran humanos por completo, existía un árbol hermoso y enorme, frondoso y con todos los frutos de la tierra. Era el árbol de la vida.

La ardilla de una tribu salía a comer todas las noches y cuando regresaba en las mañanas, olía a frutas silvestres pero los indígenas no sabían cuál era el origen del aroma tan agradable que percibían. Decidieron seguir al animal y también descubrieron al árbol de la vida.

Todos comieron los frutos del gran árbol. La ardilla lo derribó, cayó sobre una piedra y se formó el cerro Autana con la estampa de este animal, según dicen algunas historias. Se quedaron sin alimento y comenzaron a sembrar las semillas para dar paso a las frutas que hoy se conocen.

“Por eso el cerro Autana y el árbol de la vida tienen el mismo significado. Las frutas que hoy en día consumimos y conocemos

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